28 de abril de 2010

Presentación de Elementos Básicos en la Feria Internacional del Libro - Buenos Aires




Aunque sé que algunos tampoco podrán estar en ésta por la distancia, me permito enviarles a todos la invitación a la segunda presentación de mi libro Elementos Básicos, esperando que quienes así lo puedan se hagan un ratito para encontrarnos.

Cuándo: el domingo 2 de mayo a las 16:30 hs.

Dónde: en la sala Alfonsina Storni, en la Feria Internacional del Libro, Predio ferial de Palermo, Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Para mí éste será otro momento muy importante en el que me gustaría estar con todos ustedes. :)


Un abrazo de oso,
Alejandro

PS: Estaré en el stand de Dunken (número 922, pabellón verde) dispuesto para charlar y dedicar los libros el mismo domingo entre las 15 y las 16 hs. 

27 de abril de 2010

De Puentes Y Bichos


Puente carretero de Río Cuarto (foto de este sitio)

De puentes y bichos
Alejandro Luque

Palomas y cuervos. Y por supuesto gente. Pero ni un miserable perro que ladre o que decida hacer de su camino el mío. Tampoco un gato. Las calles y los barrios, no obstante, podrían albergar esos bichos que siempre pensé ubicuos porque solían pulular los lugares en los que viví. Pero aquí no.

Río Cuarto tiene un puente carretero que divide la ciudad en dos bandas: la opulenta y tradicional del sur y la norte, que en aquella época era un desierto en plena conquista. La estructura metálica se yergue sobre un intento de río que muchas veces no es más que un hilo irónico que alimenta la sed veraniega de los riocuartenses. El puente, al que fotografié en detalle para el asombro de los lugareños que lo consideran como un mero paso sin interés, fue ensamblado por un equipo de alemanes en 1914. Siempre me imaginé que algún director de cine lo usaría para filmar una de esas películas bélicas de corte norteamericano, de la que es un fiel exponente. Macizo y eficiente, como toda la tecnología germánica, flota por encima de ese vacío que debiera ser llenado por el cuarto río de Córdoba. El trayecto tiene unos quinientos metros y sendos pasajes peatonales a los costados. Los travesaños y las vigas en “v” de hierro y el relieve de los bulones que los mantienen unidos se suceden con inercia, inertes e inmutables. Yo solía atravesarlo a pie sabiendo que no me iba a caer. Y, sin embargo, esa travesía tenía tanto de aventura, porque cada bloque de hierro definía un recoveco, una especie de abrigo efímero que yo imaginaba como un cobijo abierto al universo. Una noche, en uno de esos rincones, encontré un proyecto de gato todo gris y desamparado que terminó en casa respondiendo al único nombre de una larga lista de intentos: Férula, como el estricto y resecado personaje de La Casa de los Espíritus.

Mis noches de lujuria al otro lado del río “pandito”, regadas de Blenders compartidos con amigos que se volvieron indispensables porque embriagaron mi corazón, me obligaban a pasar por el puente a diario, y de vuelta muy tarde… nocturnamente. La tasa de alcoholemia al regreso jugaba sus descontroles, pero la solidez del puente contenía las posibilidades accidentales de cada movimiento torpe y desencajado. Un hombre borracho y con el corazón lleno pisa mal, huele mal, pero nunca olvida en qué dirección está su norte… siempre de frente entre los diez grados a la derecha y los diez a la izquierda. En esas travesías solían acompañarme los cuzcos ocupas de las dos riveras: verdaderas carcasas vestidas de perros que salían de la oscuridad que reinaba a los lados de las dos entradas del puente. Ladraban frases tan feroces como pretenciosas, pero que terminaban siempre con esa tonta aceptación canina frente a la mano que se estira prometiendo una caricia. Ese gesto humano, que más que otra cosa tenía por objetivo el de amansar los ladridos que atontaban y revolvían el alcohol en la sangre, atraía toda una cohorte desordenada que se diluía casi siempre antes de llegar al otro lado del puente. Sí: nada de confundir territorialidades.


En ocasiones, algún cuzco obstinado intentaba seguirme más allá, donde el asfalto se pierde en una estela de polvo que penetra el desierto de la Banda Norte; pero los guardianes caninos de la otra orilla se despertaban, y el cuzquito osado volvía sobre sus pasos, desconfiado y precavido. En el garaje de estudiante donde vivía, Junín al 250, me esperaba Férula con sus miaús roncos y su pelambre plomiza presta a algún mimo mínimo, pero no demasiado, lo justo, lo que aquella gata decidía. Quizá entonces ella percibía mis estados de embriaguez o, simplemente, vivía su oficio de gata cuyo dueño casi nunca estaba en su madriguera. La cama solía ser una superficie donde arrojarse cansado para metabolizar el alcohol en menos de seis horas, antes de volver a la universidad e intentar escribir una tesis.


Por aquellos días y aquellos lares, el asfalto de la ciudad se confundía con los caminos de tierra, sobre todo en la Banda Norte. No era necesariamente un problema, salvo cuando las precipitaciones iban más allá de las improbables previsiones. Allí y entonces, las calles de asfalto se convertían en pasarelas de agua que desembocaban sobre los alisados a los que transformaban, en minutos, en verdaderos estanques fangosos poblados de cuanto bicho uno pueda imaginarse. Arañas de colores asombrosos, hormigas desesperadas que extendían puentes imposibles, garrapatas flacas que se escondían en los aleros de las casas, grillos silenciosos y perturbados que colonizaban los zaguanes, ratones, por lo común ausentes, que atravesaban desorientados los salones y las cocinas, alguna culebra desalojada… y millones de fastidiosas moscas embelesadas de tanto terreno pegajoso. Al almacén de la esquina iba en botas para comprar matamoscas y espirales contra los mosquitos que brotaban de los estancos sin parar. Nunca faltaba una sanguijuela que se incrustaba en el jean o la piel y que había que despegar con asco para tirarla en el inodoro, lo cual bien pensado era un acto de desplazamiento. Allí arqueaba su cuerpo y se condensaba, justo antes de que vaciara el depósito de agua. Y por la noche, las ranas. No sólo el coro, sino también la visita promiscua. Tanta agua por todos lados invitaba a traspasar el bajo de las puertas, a trepar por los vidrios y saltar dentro de la pileta de la cocina o sobre la cama.  Allí las encontraba por la mañana, perdidas, desesperadas, en un universo equivocado e impropio.


En esos momentos, Férula se volvía más salvaje que de costumbre y no comía su alimento. Pasaba la noche fuera del garaje correteando sobre los techos. A unas cuadras, el río pandito se volvía una masa alocada e incontenible de agua que bajaba hacia su destino, y cruzar el puente de ida o de vuelta cobraba una nueva magnitud. Con todo, los cuzcos no abandonaban jamás sus escondrijos ni sus hábitos. Al otro lado del puente, las tertulias de discusiones eternas con mis amores, intentando resolver el mundo y explicándolo de todas las maneras posibles, se sucedían sin considerar el nivel del agua. Las noches eran abiertas y los perros seguían ladrando. Los gatos maullaban sus celos como bebés desesperados. Los zorzales y las urracas pasaban, anidaban y después partían, como el agua.

Hoy, justo antes de atravesar el majestuoso Pont Alexandre III con una lata de cerveza fuerte en la mano, me asombré de la belleza del Grand Palais a la izquierda y de la contundencia neobarroca del Petit Palais a la derecha. El Sena, masivo y agitado, reflejaba los rayos de un sol tímido sobre su cresta e iluminaba el oasis de árboles rivereños que nunca dejó de irrigar. Había mucha gente sacando fotos y hablando idiomas inciertos. Casi por instinto busqué algún perro suelto, algún gato abandonado en un rincón. Sólo encontré hordas de palomas y varios cuervos saltando a la pezca de algún tesoro. Alguien se acercó y me pidió en una lengua universal que le sacara una foto, y clic. Volaron algunas palomas mientras uno de los cuervos, posado sobre la cabeza de una ninfa, miraba con avidez el ocular de la cámara que seguramente reflejaría el sol. Sin pesar, con la convicción que da una vida plena de decisiones, tomé conciencia de que siempre crucé los puentes solo, y hoy lo volvía a hacer tan embriagado como antes.

Del otro lado del puente recordé y no pude evitar comparar los desiertos y los oasis de la vida. Bien que a mi espalda se acostaba el sol sobre la torre Eiffel, uno de mis espectáculos preferidos, me di cuenta de que en París no hay perros en las esquinas, ni gatos abandonados. No hay calles de tierra ni la ironía de un río pandito que se desborde. Sólo palomas y cuervos. Y, por supuesto, extraños.

8 de abril de 2010




Presentación de Elementos Básicos en La Casa de Madera - Mar del Plata

Aunque sé que algunos no podrán estar por la distancia, me permito enviarles a todos la invitación a la primera presentación de mi libro Elementos Básicos, esperando que quienes así lo puedan se hagan un ratito para encontrarnos.

Cuándo: el viernes 16 de abril a las 19 h.

Dónde: en La Casa de Madera, Mar del Plata, en la calle Rawson al 2250.

Para mí será un momento muy importante en el que me gustaría estar con todos ustedes. :)

Un abrazo de oso,
Alejandro

PS: no tengo los libros en mi poder, y no sé cuando estarán en librería. Sí sé que ya está disponible en el catálogo de Dunken:

En Buenos Aires la presentación será el 2 de Mayo, en la feria del libro. Por esa otra presentación ya recibirán las precisiones.


3 de abril de 2010

Publicación de ELEMENTOS BÁSICOS


Link al catálogo de Editorial Dunken--> Elementos Básicos - Alejandro Luque


Elementos Básicos
Cuentos y relatos breves

Alejandro Luque



Elementos básicos es una recopilación de textos “revisitados” que surgieron de mi participación en dos espacios literarios en línea: el Foro de cuentos de LNOL y el foro de cuentos y relatos breves Perras Negras. La antología refleja mis preocupaciones y vivencias más importantes durante los últimos cinco años, como la comunicación, la soledad, el extranjero, el valor de la palabra, los miedos primarios, las pasiones y los deseos, las injusticias, el asombro y la desilusión, la esperanza, el desencuentro y el pasado como causa que nos precede.

Organizados en cuatro capítulos y un epílogo implícito, los treinta y nueve relatos de Elementos básicos parecen entablar un diálogo independiente a su propia creación, resonando con insistencia una serie de conceptos e imágenes como si dialogaran en voz baja entre ellos a veces de manera sutil, otras de forma manifiesta. De alguna extraña manera, los cuatro símbolos persisten en cada historia como la quintaesencia de una memoria indeleble en el propio intento de escribir.


Luque, Alejandro
Elementos básicos. Cuentos y relatos breves.

1a ed. - Buenos Aires: Dunken, 2010.
160 p. 16x23 cm.
ISBN 978-987-02-4399-1
1. Narrativa Argentina. 2. Cuentos. 3. Relatos. I. Título
CDD A863


2 de abril de 2010

Entenderás


 Campaña española contra la violencia de género

Entederás
ADL

Pensaste quizá, desde el principio, que ciertas expresiones de mi rostro carecían de sentido, y por eso te permitiste persistir y volver a comenzar, una y otra vez. Y quizás también los monosílabos que me arrancaba tu insondable presencia te parecían un juego, un murmullo de gata arisca y caprichosa que siempre terminaba viéndote allí arriba como al enorme y poderoso domador de fieras que pretendías ser.

Quizá creíste, al regresar esta tarde con un nuevo saco repleto de promesas y súplicas repetidas, que encontrarías a la misma mujer en la casa: esa que siempre fui y que vos te empeñabas en tallar con tus manos, tu cabeza, tus piernas, con lo que se te cruzara en el camino. Sin duda te olí desde la habitación antes de que tus puños comenzaran a descargar su impaciencia sobre la puerta que no debías franquear. Vos, como de costumbre, habrás percibido mi desesperación aferrándose a los muros de nuestra ruina labrada a fuerza de desrazones.

Quizá en ese momento te convenciste de que los eternos vecinos ciegos sordos mudos seguirían sin entrometerse. Seguramente fue por eso que, desde tu cómoda impunidad, derribaste la puerta como un toro rabioso, te volviste a meter en mi vida y en mi carne que considerabas tu propiedad, y me arrinconaste ‒una vez más‒ entre la cama y el ropero ya vacío. Como de costumbre no escuchaste los gritos, todos tus gritos. No necesité aclararte que me largaba porque no me diste tiempo. No obstante, al reconocer los efluvios imparables de tu adrenalina, volví a decirte "¡No!".

Quizá el germen de tu enfermedad fue siempre la injustificable imposibilidad de comprender el alcance y el límite de esa palabra tan simple, por lo que el último golpe fue el más certero de toda tu vida y llegó antes que la policía.

Pero si algo hay de seguro, aunque ya sea tarde, es que ya no podrás venir a dejarme flores ni a llorarme arrodillado. Desde hoy podrás empezar a domar el tiempo en tu jaula para imaginar qué habría sucedido con nuestras vidas de haber respetado el significado del primero y el último de mis “¡No!".

Pantalla (Intimidades)


Fotomontage del biologuero

Pantalla (Intimidades)
Alejandro Luque

Pantalla (RAE): séptima acepción, femenino. Persona que, 
a  sabiendas o sin conocerlo,llama hacia sí la atención 
en tanto que otra hace o logra secretamente una cosa.


Abrió la sesión de chat como George35 y respondió, “CindyC, la foto que me agregaste a tu último mensaje me conmovió al punto de no saber cómo responderte”. Encendió un cigarrillo y saboreó el Johnnie Walker que comenzaba a corroer el alma de los tres cubos de hielo. Agregó: “Me permito tutearte porque siento que no tiene sentido ocultar”, pero se detuvo abruptamente en la palabra ocultar, y comenzó a jugar con ella en la pantalla.

Ocultar
Tucoral
Tarluco
Culotar
Culo… culo… CULO… ¡CUUUULO!

Tipeó tres puntos suspensivos y envió la frase inconclusa. Inmediatamente le llegó la previsible consternación de CindyC:  "(?_?)." El jean se había transformado en una prisión insoportable. Un buen sorbo de alcohol le quemó la garganta que seguía declinando la vibración de esas dos sílabas. Se levantó del sillón y sintió entre sus piernas una potencia incontenible pujando por aflorar al mundo y caer en buenas manos, en el calor y la humedad que esa parte de su cuerpo deseaba incesablemente. Fue a la sala de baño para calmar la fiera, para intentar jugar el rol cotidiano de partera que asiste con empeño y recibe la gozada semilla sin destino.

El espejo estaba ahí, justo encima del lavabo. Era lo suficientemente grande como para que sus ojos le devolvieran la imagen del cuerpo por encima de las rodillas. Un poco más arriba debía  de estar la fiera erecta esperando la caricia, la contención y el estímulo. Esbozó el contacto de la mano que dirige y recibe, pero ya sabía a la perfección que los espejos son unos espurios caprichosos.

Por eso los ojos de la persona que imitaba sus movimientos al otro lado del espejo se elevaron para alcanzar aquel otro lugar prohibido de la intimidad de quien está solo y contrariado. Fueron los esos ojos, y no los suyos, los que subieron la línea del vientre y pretendieron ignorar con brusquedad el magro relieve de unos senos que se resecaban por debajo de la remera arratonada. Más arriba delataban los rasgos indelebles de una mujer rígida que exudaba canas cincuentenarias. Entonces el cuerpo, y no la imagen, gritó un eructo de alcohol y obligó a que los cuatro ojos descendieran hasta su pelvis. La bragueta estaba abierta, la sensación de erección persistía pero lo único que emergía a través de la abertura era la vellosidad revoltosa del pubis que siempre odió. La vieja mujer en el espejo derramó una lágrima que él, del otro lado, se negó a enjugar, acostumbrado a lavar las mentiras que se esgrimen con vehemencia en ese reducto de todas las limpiezas y bajezas.

Volvió al ordenador y retomó la frase para terminarla con la misma excitación entre las piernas, “... no tiene sentido ocultar cuánto ha encendido al hombre que me habita, un hombre con poca experiencia pero dispuesto a amar a una mujer como vos. Me sonrojo de sólo pensarlo, pero necesito decirte que estamos destinados a encontrarnos. Si logro reponerme te enviaré la foto que me pedís. Tuyo y en vilo, G”. Envió, se prohibió más caricias y se dispuso a esperar lo que sea mientras absorbía las últimas gotas de whisky que quedaban en el vaso.

Del otro lado, CindyC_ leía con una sonrisa tempranamente morbosa sobre los labios y enviaba un emoticono de complicidad: "(°_~)". Desde otra habitación del departamento, su madre volvía a gritar por segunda vez, “¡Juanma, apagá esa consola y ponete a hacer los deberes, ya!”.