26 de junio de 2010

Elementos Básicos - Entrevista en el progama radial Cuentos en el Aire - 24/04/2010



Elementos Básicos - Entrevista en el progama radial Cuentos en el Aire - 24/04/2010

El 24 de Abril de 2010, la cuentacuentos Haydée Guzmán y el equipo del programa radial "Cuentos en el Aire", me brindaron la posibilidad de participar en su espacio de FM de Radio Universidad de la Plata.

Ese día se discutió la transferencia del arte del autor al arte del cuentacuentos.

Un fragmento del programa puede escucharse descargando el archivo mp3 AQUI.


Pentimento


 Foto del biologuerà, de la serie Natura à Genevilliers

Pentimento
Alejandro Luque

Como si se tratara de modificar nuestro destino, me pedís que te diga qué me da más miedo. Y en esa pregunta que circula entre esto y aquello me estás exigiendo un corte, una discontinuidad. Es eso lo que me asusta. Me asustan las líneas entrecortadas, porque siento que en el vacío que las separa podemos perdernos, como en nuestros argumentos circulares que nos ponen frente a frente como un dos romano. Me aterran las curvas de mi cuerpo cuando me las señalás para recordarme que son un signo de declinación y el motivo de tu desinterés. No menos que tu insistencia en comer rabanitos y espárragos para pavonearte de lo recto de tus abdominales. Me da miedo verte consumiendo la imagen chata y mudable que te vendieron, porque te quita calor y sustancia. Sin embargo me gustan y animan tanto los caprichosos surcos que ondulan tu frente como los paréntesis que amurallan tus labios, a pesar de las cremas y de la botulina. Te hacen más humana, más marcada por la vida y, por ende, más sabia. ¿Sabés? Se me ocurre que la sabiduría es tan perfecta como un círculo y tan contundente y abarcable como una esfera. La asocio con nuestras cabezas, con los lóbulos de nuestras orejas y la curvatura de nuestros labios –los tuyos, todos–, con nuestras lenguas, tus senos y mi glande, con las extremidades de nuestros dedos, con nuestros ojos. Le tengo miedo al vacío y a la ausencia porque me resultan yermos, aplastados, sin ningún relieve. Con el uno forzado no hay salida ni variedad… no hay volumen… no hay dos: sólo aislamiento y tedio masturbatorio. Me atormenta la ‘o’ cortante que pronunciamos en un no, casi tanto como la que suele habitar nuestros yos cuando perdemos la posibilidad inconmensurable que encierra la 'í' de un sí capaz de abrir todos lo planos posibles. Si querés saber qué me produce más miedo, te digo que nuestra curva cuando está en menguante y nuestra cama cuando se convierte en monotonía individual. Si querés saber más, si algo se puede hacer, hagamos rulos con nuestras lenguas y abrasemos los planos de nuestros cuerpos. Reconquistemos todos los recodos y cañadones oscuros que hemos estado deshabitando y colmémoslos de nosotros. Vas a ver que constelándonos en una célula única crearemos una nueva dimensión sin miedos ni contrarios

12 de junio de 2010

Como Dos Vírgenes


Imagen de la serie Will & Grace

Como dos vírgenes
ADL
Como era de esperar, el recital había estado alucinante, y Myriam, su disonantemente joven y musculosa compañía de fin de semana y yo nos estábamos dirigiendo a nuestro antiguo bar preferido casi volando en la alfombra mágica de estrofas que nos aireaban los colágenos fatigados de ciudad y de nuestros errores consuetudinarios. ¿Por qué será que la música nos une y hace olvidar por un rato la arruga inclemente? Porque hay que decirlo: la Myriam que caminaba justo a mi derecha, ya hacía un tiempo que había dejado de ser aquel personaje resistente a los rigores de noches eternas hidratadas de whisky, carcajadas y lágrimas oportunas. Terminó convirtiéndose en ese espécimen de hembra citadina, complicada y repetitiva que se obstina en patear una cuarentena inapelable a base de cremas francesas y menjunjes alemanes de venta directa en línea, que lo mejor que brindan es el perfume. Sin hablar de sus soporíferas experiencias dentro del elitista gimnasio de San Fermín, donde no lograba levantarse aún a su “personal trainer”. Lo que justificaba sus pésimos humores y un insuperable mal gusto a la hora de elegir.

Y porque el PT no daba bola, ahí estaba entonces el cúmulo de anabólicos que nos acompañaba y coreaba a viva voz. Cara de angel listo para caer, ob-via-mente, y esa turgencia insoportable en la piel y demás superficies manifiestas que transforma el deseo implícito en la firme convicción de promover la abolición de los menores de 45. El musculoso lázaro de este fin de semana –demasiado UV para mi gusto, entre otros horrores– además rezumaba sus escasísimos treinta en un vaho hormonal blasfematorio para el par de juvenoides que pretendíamos ser Myriam y yo. ¿Qué tenía puesto?... Una remera blanca dos números por debajo de su talla, unos jeans empetrolados y desectructurados –¡y sin marca visible!– que sugerían con innegable estrategia el bulto, los triceps y las pantorrillas, y unas tenis blancas (sí, Mike, así que ya se imaginan la especie) de inocultable uso previo. Y encima, cantaba bien y lograba tapar el cacareo imperdonable de Myriam.

Ella, con dos verdaderas maletas por ojeras ocultas detrás de unos Dolche & Banana ahumados de destockage, calzada sólo-Dios-sabe-cómo dentro de unos elastizados negros Bap que parecían continuarse en la camisa Chatel abierta por encima del ombligo. Los tres íbamos perdidos en la niebla de perfumes franceses (Unbarrio, yo, el pestilente Orgamis, ella, y Pulpe mezclado de sudor el otro), para desorientar cualquier olfato incisivo que pudiera cruzarnos, sobre todo gritando estribillos como desaforados. Bastó un cruce de miradas en código para que Myriam se diera cuenta de que tanto canto esencial sobre el pavimento había provocado que el rimel (L'Oneo N° 17) se le corriera. Recomposición inexorable frente a la primera vidriera, unos metros antes de llegar al bar. 

Ni ella ni yo porque el musculoso no contaba imaginamos encontrarnos con Ignacio en aquel lugar. Nos miramos inmutables con Myriam, sendos Daikiris sostenidos por dos dedos en las manos izquierdas, y se nos iluminaron los ojos.
Subió de peso... –declaró Myriam.
Está solo... –deseé en voz alta yo.
... pero los años lo hacen todavía más interesante –se relamió.
... y esta noche yo también –rematé.

Nos enviamos puñales a través de los ahumados (marrón 12 a verde 16, los míos, un azulado monótono y francamente mediocre los de ella) y supimos que la batalla acababa de comenzar. Se nos olvidó la música y los buenos modales, porque ya estábamos a los codazos intentando hacernos paso entre la multitud.
¿Y qué hacemos con tu Juancho Anaboleta? –susurré de forma insidiosa.
Chocolatito –se volvió hacia él y lo acarició con una voz empalagante–, ¿por qué no te vas a cubrir ese cuerpo de dios griego con un poco de sudor? –sugirió señalando al grupo que bailaba a un costado. Yo creí entrever en el asentimiento de su musculoso partenaire un aire con perfume de descargo–. Ya está –agregó Myriam. Dejando la copa sobre la barra, se recompuso, se reacomodó las lolas y me enfrentó como en los viejos tiempos.
Oquéi –respondí–, sin trampas y que gane quien se lo merezca –propuse–. Pero recordá que fue mi primer amor.
Pero, ¿de qué me hablás, ternurita? –me saltó la fiera–. Si vamos a esgrimir amores verdaderos, mejor llamate a la franqueza… Lo amé yo antes que vos, y estoy segura de que algo de aquel fuego debe de haberle quedado… A parte –agregó–, si vino hasta mí fue porque no te soportaba más y necesitaba un buen par de lolas.
Vino hasta vos… –remarqué con ironía–. Te metiste entre nosotros y le pegaste las tetas en la jeta como una ventosa ni bien viste que dudaba… Y tanto lo confundiste, que al final casi se convierte en cura…
Pero, ¡por favor! ¿Vos te viste alguna vez en el espejo? –me laceró con su filosa frialdad.
Sí –repliqué al tono–, yo no tengo dos globos vulgares que me tapan la visión. 

Ya estábamos por trenzarnos, como era nuestra costumbre cuando se trataba de hombres, pero nos paramos en seco al ver que Ignacio estaba muy cerca, efectivamente solo y buscando en el caos un punto de referencia. Yo diría que primero me vio a mí; pero Myriam argumentaría que lo primero que todo el mundo ve son las puntillas que bordan sus despampanantes senos (silicona brasilera talla 98C, 1998, mal año, a rehacer). En ambos casos nos equivocaríamos. Como sea, Ignacio nos vio y logramos a empujones, codazos y pellizcones acercarnos hasta él.
¡Marce…! ¡Myrita…! –exclamó con irreprochable sorpresa el candidato–. ¡Tanto tiempo! –y nos brindó sendos besos profundos y prometedores por los que cualquiera le vendería el alma al diablo.    

Entonces Myriam, sin perder un segundo, comenzó su juego de paneo de lolas de izquierda a derecha hablando del recital que veníamos de presenciar y de los buenos tiempos, y de derecha a izquierda, posando la mano llena de uñas postizas a la francesa (200 mangos en Almambo, color insípidamente púrpura). Al mismo tiempo, yo usaba mis armas: la mirada cómplice y el perfil izquierdo que resalta mi nariz y la curva de mis nalgas aún deseables. Y en pleno despliegue armamentista y en stereo, fue que regresó el Juancho Anaboleta.
¡Ignacio! –escuchamos la exclamación a nuestras espaldas.
¡Javi! –se abrió paso el candidato.

Y se abrazaron, se dieron incontables besos y se dijeron los piropos tópicos. Myriam y yo, sin mirarnos y al unísono, tanteamos con esfuerzo la barra para recuperar las copas de Daikiri, pero el barman ya había perpetrado el raid.
Myriam –dijo el Anaboleta acercándose con Ignacio de la mano–. Qué buena idea haber elegido este lugar –agregó con esos dientes todos igualitos. –Hace un pedazo que quiero reencontrarme con Nacho, y justamente por acompañarte a vos me lo vengo a encontrar acá. –Y Myriam cambió el rictus de asombro al de la mujer que ya se sacaba el taco aguja (van der Merdes, 12 cm, saldo de verano) para hundírselo en el ojo a su interlocutor–. Y tenemos mucho de que hablar, ¿no es así guerrero? –Y le pegó al candidato en el pecho con el puño seguro y los ojos desbordados que prometen lujuria.

Ignacio no dejaba de mirar al Anaboleta con los mismos ojos que alguna vez se posaron sobre mí. Se acercó, sin soltarle la mano a Javier, y me dijo: –Marce, te veo muy bien… A ver si nos hablamos uno de estos días, che. –Y volviéndose hacia Myriam, que estaba agazapada contra la barra como una pantera lista para saltar, formuló la mentira conveniente: –Y vos Myrita, estás radiante como siempre… –para agregar– Espero que no me lo hayas pervertido mucho a Javi. Me lo prestás un ratito, ¿no? –preguntó guiñando el ojo derecho. Y así los dos se perdieron en la multitud, entre las risas y caricias de quienes preparan el reencuentro íntimo.

Salimos del bar casi sin hablar y comenzamos a caminar hacia la avenida. Myriam se quejaba de los putos taxis ausentes de esta puta ciudad aburrida.
–“Mi guerrero” –irrumpió cerca de una esquina–, mirá que hay que ser cursi para llamar a alguien así.
Ya te había dicho yo que tu Anaboleta no me gustaba; muy joven... –agregué.
Marcelo –me paró y preguntó–, ¿me estaré convirtiendo en una vieja culona y vos en un gay ridículo?
¿Qué decís, Myriam? –respondí–, si estamos divinas... ¡como dos vírgenes! 

Explotando a carcajadas, nos tomamos de los brazos y mientras avanzábamos hacia la avenida, nos pusimos a cantar a gritos y sin importarnos otra cosa el último tema del recital. 

Like a virgin, ¡uuuh! touched for a very first time…