10 de julio de 2010

Escribir



Escribir
Alejandro Luque

El placer de escribir, como una manera de orgasmear desde el deseo la frustración del día o del mes o del año; como una forma básica de exorcizar los diablos de la mente viciada de entuertos circulares.

Escribir con el intento de mudarse de tanta repetición como de una cáscara que guarda otra cáscara.

Escribir como si se tratara de esculpir una quimera más que intenta definir: definir los cómo y los cuándo y los dónde mierda uno finalmente está o no quiere estar. Como si el hecho de estar o no fuera la condición inexorable de su aceptación de persistir.

Escribir un cacho, vomitarse maltrecho desde el encono diario; escupir envalentonado sobre el rostro del que lee, aunque sea el de uno mismo, una realidad indiscutiblemente subjetiva como todas las otras putas realidades que cobran vida atravesando la puerta de casa y terminan en el claustro donde se labura. Pretención escrita que será (mal)interpretada, (ir)razonablemente (mal)interpretada.

Escribir porque uno se siente ese cúmulo de controversias inescrutables navegando un mar discutible de experiencias propias y ajenas, tan vagas y exactas como las de cualquiera que siempre siempre goza de la posibilidad de escribir mejor que uno.

Escribir y no describirse, porque eso también es escribir, con la certeza de que uno dejará un mensaje en una botella que jamás será rescatado por algún insensato aventurero que nos pudiera exonerar del exabrupto al decodificarnos.

Escribir borracho de (des)esperanza y de (des)consuelo. Saber finalmente, en algún recodo incógnito del ser, que uno empieza a escribir para uno mismo y que eso no indulta el motivo, que ni siquiera lo apacigua ni lo valida.

Escribir detrás de la estrategia que persigue ese endemoniado y supuesto equilibrio que deviene después de la catarsis.

Escribir una carta, un cuento, una protesta, una confesión, aunque más no sea un miserable mensaje.

Escribir prometiéndole al ego insaciable la quimérica gloria transpersonal, a sabiendas de faltar a la promesa por falta del mérito esencial.

Escribir, aunque sólo se trate de exudar el miasma del alma para reconocer, al fin, que el acto no sea ni más ni menos que eso: el placer masturbatorio de escribir.