31 de diciembre de 2012


No sé a quién le escribo, porque si algo sentí durante todo este usado y apocalíptico 2012 es que ya casi nadie lee, o sea que casi nadie escucha. Mejor dicho, se lee mucha inmediatez y no menos espontaneidad (aunque suelo dudar), se nada vehemente en el rigor de los 140 o pocos más caracteres –en la gran mayoría de los casos insuficientes, por lo tanto frecuentemente polémicos o finalmente intrascendentes por forzados– como si alguna autoridad incuestionable nos hubiese convencido en masa de que en la condensación obligada de microexpresarse se encontrara la "posta" y todo lo demás fuera macrosuperfluo, megainnecesario, hiperpasado de moda o, incluso, superobviable.

No sé a quién le escribo, pero me atrevo a apostar que alguien que leerá estas líneas ultranumerosas –y quizá hasta el final– apretará el iconito de “me gusta” o el de “+1”, según el medio en el que aparezcan. Porque es verdad que, con todo, hay posibilidad de retorno o “feedback” en esto de la inmediatez: nos han transformado la vida de relación en algo mucho más ameno y sencillo, más democrático y global, estratégicamente autodefinido en su contenido; con eso de “me gusta” estoy participando activamente, estoy manifestando mi interés y aprobación, mi adherencia sin limitaciones tanto al concepto ideológico como a la foto de vacaciones, mi total apoyo a la causa del cáncer como a mi amiga que tiene una descompostura y se está preparando “live” una taza de té a las 19:42 (hora local) , estoy poniendo mi firma en la cruzada por los animalitos abandonados, en el petitorio para que se subvencione el Borda o en la propaganda de alfajores o de un “delivery” de pizzas (de paso capaz que hasta me saco una de tres quesos según proponen) ; y si no pongo nada… bueno, será que me lo perdí entre tanta noticia o anuncios compartidos de mi listita de amigos, o que decididamente no me gusta o que no cabe el tema de gustarme o no, pero “de eso no se habla” ya que habría que hacerlo con palabras y conceptos y no existe en la interfase de la inmediatez la facilidad automática que los resuma. Y así establecemos vínculos en línea y en tiempo real con nuestros amigos virtuales (la mayoría) y reales (esa minoría no menos real). Me preguntarán si mi vida social y de relación siempre fue profunda y explayada, y respondería que, por supuesto, siempre-entre-comillas no.

No sé a quién le escribo, para quién estoy haciendo este esfuerzo gramatical, semántico, sintáctico y morfológico, esta elocución lógica que, como desde hace un tiempo, me deja de antemano un sabor ralo de placer culpable, masturbatorio; algo así de contradictorio como pensar simultáneamente que estoy gastando mi tiempo y el de los otros con la irrefrenable necesidad de hacerlo, de gastar ese tiempo acotado a un número de caracteres precisos y que en el mejor de los casos tendrá la respuesta de “a fulano le gustó” lo que pensás, aunque yo no pueda saber si le gusta cómo pienso, ni si él pensara distinto o tuviera algo que agregar. Es como estar ahogándome en un mar de comunicación todo terreno de talle estándar y en modo opción múltiple estricto.

Entonces, ¿para qué escribir, para quién? ¿Por qué no me sale eso de “lerurizar” la escritura, de resumir a ultranza frases y metáforas aunque se pierda el sentido, se eliminen la estética y la reflexión y el placer se me apague? Lo que me parece igual de válido para un músico: ¿a cuántos segundos tiene que reducir su track para que lo escuchen entero o qué pantomimas superficiales y cuántos culos rozagantes tiene que agregar al clip para llamar la atención de la melodía, los instrumentos, la poética; o para un artista plástico o un fotógrafo, ¿qué economía rigurosa de elementos, recursos y texturas debe usar en lo que necesita plasmar para que alguien se detenga más de lo estipulado y logre establecer un diálogo con sus conceptos? ¿Cómo competir con ese enemigo octopusiano de la inmediatez a ultranza, de la microcosa obligatoria, del minitiempo socialmente digitalizado en un rectangulito con apéndice de opinión disfrazado de libre albedrío en una única dirección posible?

No sé a quién le escribo, pero para quien quiera leer y se acuerde de cómo hacerlo, me gustaría decirle que me preocupa esta progresión hacia la chatura sinóptica inmediata. Me gustaría mostrarle cómo logra “desacercarnos” y llenarnos de dudas. Quisiera hablarle del verdadero valor del tiempo y de los destiempos, del ocio real y de la economía verdaderamente útil. Conversar de lo profundo de las cosas sin bufidos ni desprecios ni cuadraditos limitantes. Evaluar ideas y conceptos sin miedo a discernir, sin bloqueos con frases y gestos terminantes ni alzadas de tono intolerantes ni descalificaciones gratuitas e infundamentadas. Me gustaría decirle que lo que más me preocupa de esta inmediatez es que se ha vuelto la posibilidad única de comunicación, un elemento más de los avances tecnológicos que no estamos usando de la mejor manera. Que nos estamos volviendo pobres, muy pobres, rápida, inmediata, formateadamente pobres. Que no puede ser que nos guste, que no puede ser que seamos tan cómodos y sumisos con el “establishment”, que no puede ser.

No sé a quién le escribo… Aunque pensándolo bien, creo que supe desde el principio de este texto a quién le escribía. Me escribo a mí mismo, a ése que durante mucho tiempo llenaba a mano hojas de papel casi a escondidas sin siquiera pensar por un momento en mostrar aquellas frases tan rebuscadas como lo que habitaba en su interior. Me escribo a mí mismo para recordarme que no tengo excusas para no hacer lo que quiero, lo que necesito. Que mi tiempo es mío, y que deja de pertenecerme cuando intento convencerme de que puede compartirse. No está mal la inmediatez en sí misma, no está mal la posibilidad de hacer o no un click y que eso quiera decir “me gusta” o no lo vi/me importa un huevo. Quizá lo que esté realmente mal sea sentir ese ahogo del que hablé más arriba, ese malestar por cómo está y cómo veo lo que me rodea, cómo yo mismo soy parte de eso y no otra cosa.

En fin, escribo; como antes, como siempre. Como ahora escribo para alguien, para mí, como debe de ser. Quien quiera leer que lea, quien quiera que yo fuese ojalá no me termine ahogando en la inmediatez fútil para dejar un día de escribir y morirme por dentro, como cantaba el flaco.  

Al otro lado del charco (Mar del Plata), 31 de diciembre de 2012.

2012-2013


20 de diciembre de 2012

EL 21 DE DICIEMBRE DE 2012 SE ACABA EL MUNDO

Foto del biologuero

El 21 de diciembre de 2012 se acaba el mundo
Alejandro Luque


Un meteorito de lucidez choca con la atmósfera terrestre y devasta todo tipo de especulación.

Cinco minutos luego del impacto, un tsunami de altruismo barre con todas las mezquindades y pequeñeces de las costas humanas y penetra hasta el corazón mismo de los continentes más elevados de la necedad despojándolos de todo individualismo malsano y masturbatorio.

La inestabilidad provocada por el primer choque despierta las entrañas del planeta abusado, y vómitos incontenibles e inconmensurables de un magma de voluntad carbonizan la tierra de la política y sus intereses deshonrosos.

Unas horas después, la atmósfera de las desigualdades groseras se vicia de sulfurosos y densos vapores de equidad y solidaridad que asfixian toda desvida tan impertinente como fútil.

En plena madrugada, la ionización radiactiva en cadena del alma humana penetra todos los rincones de su propia naturaleza causando mutaciones irreversibles en la forma de cohabitar con los otros y de coexistir en el medio que los alberga.

Megahuracanes e indescriptibles tifones de conciencia escarban los rincones de las diferencias ociosas y atomizan las fronteras y murallas de todas las identidades extremas y fanáticas que mantuvieron separada la única realidad posible, común a todos e innegable: la identidad humana sin divisiones.   

Al amanecer del 22 de diciembre, ya no quedan trazas de la vida anterior que pobló el planeta: hay aire, agua y alimentos para todos; la obscenidad de la incalculable pobreza de la que se alimentó sin mesura la riqueza de unos pocos se extingue en masa, como también desaparecen de la faz de la tierra las enfermedades que siempre fueron curables porque los remedios se esparcen por todo el planeta como una miríada de meteoritos secundarios incontenibles.


En los registros fósiles que se hallarán millones de años después de este evento devastador, se podrá leer que éste fue el día en el que el ser humano perdió su adolescencia.


17 de noviembre de 2012

El Corazón En La Piedra

Foto del biologuero

El corazón en la piedra 
Alejandro Luque 

Juan veía caer la lluvia y reconocía el sabor de esa frustración cercana al fastidio. Para colmo de males, las pilas del mpman acababan de dar su último suspiro. Él, que venía de magnificar la soledad de una ruptura insoportable en las huellas efímeras que el agua enjuga sobre los embaldosados, pensó que sólo faltaba que las malditas gárgolas de Notre-Dame, empeñadas en escupir lanzas certeras a los cuatro lados de la catedral, terminaran desplomándose sobre su cabeza.

La gárgola descendió suavemente desde su encono de burla y olvido, y escondiendo los garfios de los extremos de las alas y su pico de carroñera ofreció al tiempo una mirada y un silencio.

Juan buscó refugio en el parvis del ala norte, justo debajo de una de las grandes rosetas, e intentó convencer al encendedor caprichosamente humedecido de que pariera una puta llama que encendiera un puto cigarrillo para soportar el incordio de las putas gotas colándosele en torrentes por entre la ropa. Porque había olvidado, como de costumbre, el paraguas. Con ironía, se permitió pensar que nunca fue del tipo de persona que lleva el paraguas por si llueve. Él era impermeable a esa clase de convenciones prácticas que estilan los parisinos en invierno; esos que ni bien cae una gota despliegan la sombrilla y lo miran a uno gloriosos de justificar los diez o cien euros que la inclemencia les capitaliza. Él era él.

La gárgola conocía perfectamente el miedo, la intemperie y el vicio de los humanos de ser y pretenderse más de lo que la magia les permitía, por lo que levantó la cabeza hacia el campanario del norte como quien ora una despedida. Y en un movimiento ritual se lanzó a la caza de un corazón penetrando las fauces del diluvio.

Cuando el encendedor se dignó a funcionar, el cigarrillo ya estaba empapado. Juan sintió la densidad incómoda de su propia humanidad que siempre le pareció extranjera y se preguntó si un paraguas o un rayo de sol a través de las nubes cambiarían el estado de las cosas.

La gárgola se posó frente a él como un peón que una mano invisible cambiara de lugar en el tablero de juego. El diluvio se detuvo por un instante y el silencio lo ocupó todo.

La transformación de la gárgola fue igual de instantánea que la de Juan. Desparecieron los rasgos inhumanos y la piel desnuda afloró por entre la costra de piedra, la frágil coraza con la que habría de asumir el rigor de la vida. Mientras tanto, a Juan le crecían escamas, cuernos y alas para enfrentar la eternidad. El dolor de ambos fue sólo comparable a la necesidad imperiosa de sentirlo.

El rostro endurecido de Juan lagrimeaba la lluvia mientras que la silueta borrosa del borde del campanario marcaba la trayectoria de su vuelo, en el que el diluvio ya no lo inmutaba sino que se llevaba el dolor.

La gárgola quiso abrir sus alas pero sólo pudo correr con torpeza para resguardase de la lluvia y vivir los primeros latidos de su renacimiento.

Ya en la torre norte, Juan se ‘encascaraba’ y replegaba las alas. El cuerpo petrificado recibía el torrente que su boca en pico descargaba certero sobre el Cloître de Notre-Dame. Fijó por última vez la vista en la acera por la que corría torpemente un hombre desnudo. Guardián desterrado y expectante, así Juan empezó a templar su corazón.

4 de noviembre de 2012

Evasión Necesaria


Foto de Oscar Anthony

Evasión Necesaria
Alejandro Luque

Al borde del acantilado nos volvimos a prohibir mirar atrás. Entre el revoltijo de la espuma y el filo de los peñones, las olas comenzaban a disgregar el cuerpo flácido de Alejandro que acababa de dejar su vida luego de la oración en el altar de piedra a nuestras espaldas. Doce manos lo recogieron y lo lanzaron al abismo, como lo estipulaba el libro. Pronto la noche devoraría la intensidad del lugar. Con la misma parsimonia teníamos que proceder, uno a uno, antes de que el sol matinal develara los secretos del altar.

Las órdenes y todos sus detalles estaban claramente consignados en el libro y todos estábamos preparados a la ejecución. De hecho, uno de nosotros entendió que los sacrificios debían de hacerse en orden alfabético, por lo que ahora le tocaba, sin lugar a dudas, a Claudia. Con cierto horror contenido en la mirada, Claudia terminó por bajar la cabeza y aceptar su suerte. Avanzó sobre el acantilado y se posicionó sobre la piedra en forma de lecho. Desde la ventana este de la construcción surgió de nuevo el rayo y Claudia se desplomó como un saco de papas. Nos acercamos con un miedo obvio. Alguien intentó un puntapié y, a falta de reacción, arrastramos a Claudia hasta el desfiladero. Rodó, como Alejandro, por el primer desnivel. Luego el cuerpo se desplomó en un ruido sordo para terminar deslizándose por las placas inclinadas hasta el mar. Y no volvimos a mirar atrás.

Alguien, quizá yo, quiso decir algo, pero algún otro, quizá yo, impidió la irrupción. Era el turno de Gabriela, que sin decir palabra y mirándonos con esa altanería que la caracterizaba, se paró en la placa y cerró los ojos. Hubiese querido besar sus labios aún húmedos y turgentes antes de entregarla al mar que azotaba las piedras con sus olas, pero alguien, quizá Lucía, me recordó que las reglas del rito eran precisas. Si no fue ella, en todo caso recuerdo que enseguida y bien estoicamente se irguió sobre la piedra y el rayo la fulminó.

Tal vez fue Marcelo el que hizo aquella observación sobre la molesta distancia que separaba la placa del acantilado, pero fue Noemí –de eso estoy seguro– quien minimizó el comentario y condujo a Marcelo a su posición. Estoy seguro de que antes del fin quiso decir algo, pero el problema de Marcelo siempre fue lo solapado de su voz. Nadie notó nada, y ejecutamos.

Noemí y Pedro ejecutaron el rito casi como calcomanías, no por nada eran gemelos. Curiosamente, mientras los otros cuerpos flotaban y se desmembraban entre las rocas del acantilado, los de ellos dos se mantuvieron unidos, hasta se podría decir que se alejaban del efecto destructivo de las olas. Pero sólo duró la percepción de un momento.

Hubo una estéril discusión entre Pablo y Pablín que se definió por el riguroso apellido de cada uno. Fue Pablo quien ocultó por unos segundos el cuerpo de Pablín antes de que las olas y los peñascos hicieran su cometido. Con Pablo hicimos un gran esfuerzo para arrastrar a Pablín hasta el borde del acantilado, y antes de tomar su posición me dijo que admiraba mi estoicismo: “Vas a tener que ponerte al borde del acantilado, porque sos el último y nadie empujará tu cuerpo hasta el mar”. Respondí que todo estaría calculado en el rito, y que no se preocupara.  Casi que no pude terminar mi frase que el rayo lo fulminó.


Hice un gran esfuerzo para hacer rodar el cuerpo de Pablo que cayó casi encima del de Pablín que parecía esperarlo disgustado por ese orden estúpido del alfabeto. Los separó una ola, y la segunda los despedazó.


Ya casi no quedaba luz en el lugar. Sentí el frío del abandono sobre cada célula de mi cuerpo. Releí el ritual en el libro y no había dudas: era mi turno. El insistente ruido del mar, las olas y la espuma que vomitaban las rocas era lo único que percibía. Debía avanzar hacia la roca para que el rayo desde el altar de piedra me fulminara en mi turno. Sabía que no podía mirar hacia atrás. Ya no veía los rastros de Alejandro, Gabriela, Marcelo, Noemí, Pablín y Pablo.

Parado frente a la piedra de ejecución, la vista perdida en la inmensidad de un mar que finalmente no era el mío, y vedado de mirar hacia atrás; un pie en el aire y el temor del abandono vibrando en mi piel, miré hacia la derecha, primero, y hacia la izquierda, después. Pensé entonces que tal vez el ritual del libro fuera una gran mentira, pero en medio de mi pensamiento sentí que algo vibraba a mis espaldas, que medía la distancia última. Sin volver la vista atrás caminé hacia la izquierda retomando finalmente la dirección del sol naciente que nunca debí abandonar.

Desde aquel día sigo aún avanzando sin volver la vista atrás.
       

4 de septiembre de 2012

Différentiation Tertiaire


DIFFÉRENTIATION TERTIAIRE
Eléments Fondamentaux – De la Terre
Alejandro Luque (2010)


Bien que la femme qu’il aimait le plus au monde essayait de le consoler, Walter plongeait dans une dépression sans fin. En moins d’un mois son pénis avait presque perdu deux centimètres au repos, et plus de six durant les rares érections. L’urologue, l’oncologue et le physiothérapeute l’inquiétèrent encore plus avec leurs gestes effrayants ; ils proposaient des traitements hormonaux incompréhensibles et un implant chirurgical en dernier recours. Lorsqu’ils décidèrent d’aller voir le guérisseur de Sierra de la Ventana, les testicules de Walter s’étaient déjà presque réabsorbés complètement au point que la poche scrotale, se repliant en deux telle une huitre, recouvrait une excroissance de la taille d’une perle. Le guérisseur enfuma la pièce et prépara un mélange d’herbes qui sentait mauvais. A la fin de la session, la femme de Walter, Carmen, fut celle qui les ramassa comme elle le fit avec son mari pour le ramener jusqu’à la voiture.
Walter essaya à deux reprises de se suicider. A la troisième tentative, Carmen menaça de l’abandonner dans son agonie phallique s’il continuait stupidement à réduire tout à la protubérance en voie d’extinction. Pour la première fois durant des années, Walter se laissa guider dans des actes sexuels dépourvus de pénétration et, ainsi, sans aucune satisfaction propre. Le rôle de l’explorateur dura des mois, et l’angoisse éclot un dimanche matin, lorsque Walter eut ses règles pour la première fois. Il souffrit de maux de ventre, et ne put s’empêcher de se sentir sale, surtout vulnérable et d’humeur noir. Au-delà de tout ça, il fallait qu’il coupe court avec ce flux qui coulait partout sans pouvoir concrètement le contenir. Son corps était celui qu’il ne voulait pas, et en plus, il faisait ce qu’il voulait. Il était face au four et, tandis que de son entrejambe coulait une substance visqueuse, il méditait sur le nombre de gazinières ouvertes qu’il serait nécessaire d’avoir pour terminer avec ce supplice une bonne fois pour toute. Mais Carmen arriva du travail et n’eut pas besoin de beaucoup de temps pour réaliser ce qui était en train de se passer.
La session explicative de l’utilisation des serviettes hygiéniques et des horribles tampons éveilla chez son mari des nausées et des négociations véhémentes. Carmen ne se laissa pas surpasser par les symptômes de peur qu’elle connaissait très bien. Elle se dit qu’elle ne se transformerait pas en la mère de Walter, mais qu’elle ne laisserait pas cette aberration de la nature lui arracher la personne qu’elle aimait le plus au monde. Elle devint firme, comme toujours, et lui montra comment coller une serviette hygiénique sur une culotte en coton. Son mari était nu face à elle incapable de bouger. Il n’opposa pas de résistance lorsque Carmen lui glissa la serviette entre les jambes et lui arrangea de la manière la plus stratégique possible. Il n’y eut aucune exploration ni satisfaction cette nuit par respect pour ce curieux syndrome du saigner en solitude. Ils ne dormirent pas non plus bien, et ce fut à l’aube de cette nuit blanche que Carmen eut une idée pendant le besoin insupportable de se caresser les lèvres sèches de son vagin. Elle devait s’adapter.
Le vendredi suivant, lorsque la menstruation de son mari était terminé, Carmen fit quelques courses dans le centre commercial, elle commanda un repas indien bien épicé, alluma de l’encens et sélectionna une série de CDs qu’ils aimaient tous les deux. Elle s’habilla avec peu de couleur et ne se maquilla pas. Lorsque Walter arriva accablé du médecin, elle l’invita à s’assoir à table, elle remplit les verres d’un bon Bordeaux tandis qu’elle lui caressait les cheveux, elle lui demanda de servir le tandoori et le riz et proposa de porter un toast pour les deux. Il accepta sans comprendre. Ils parlèrent de la peur du changement, du malaise, de la culpabilité et du futur qu’ils allaient vivre ensemble. Avant que son mari se noie dans l’auto-compassion, Carmen s’approcha, le prit dans ses  bras et l’embrassa avec toute ce côté féminin qui la transformait en quelqu’un irremplaçable et extraordinaire aux yeux de Walter. Dans la chambre, Carmen enfila une ceinture avec un pénis en latex. Elle défleurit la perle caché de son mari et lui fit l’amour, les deux en avaient besoin. La tête peut être un obstacle important, mais les corps communiquent avec un langage particulier. Carmen lui donna de l’amour. Walter ne put rien faire d’autre que recevoir. Ils jouirent plusieurs fois, jusqu’à s’endormir.
Au matin Walter se réveilla avant Carmen et se dépêcha pour préparer le petit déjeuner. Tandis qu’il se lavait les dents, il constata que ses seins étaient turgescents. Il eut peur mais lui vint un sourire. Il arriva avec un plateau dans la chambre. Sa femme était éveillée regardant quelque chose sous le drap, puis elle sourit également en le voyant venir. Walter était beau et Carmen se sentait en pleine forme. Elle se libéra du ceinturon qui la gênait depuis pas mal de temps, elle prit la main de Walter et l’amena à ses parties intimes. Au début il sentit un certain dégoût. Mais ce fut un acte de conscience physique entre ses jambes et son cœur ce qui lui permit d’accepter chez sa compagne ce qu’il avait perdu.  Après des retrouvailles d’amour un peu compliquées au début du processus de différentiation ils arrivèrent à la conclusion que bientôt ils seraient prêts à avoir un enfant. « Fille », dit Carmen, « fils », répondit Walter. « Je t’aime », se dirent-ils, puis ils prirent leur petit-déjeuner.

Traduction de l’espagnol : Aline Benchemhoun
Elementos básicos : ISBM 9789870243991

19 de agosto de 2012

Air De Sonate


AIR DE SONATE
Eléments Fondamentaux – De l’Air
Alejandro Luque (2010)


Presto agitato
Avec nos membranes épuisées de tant de réabsorption, nous commençâmes à ramer le cours de l’océan silencieux et agitato. Pianissimo, comme ça se fait d’habitude à ce tempo marcato et à contrepoint qui suit la première rencontre, nous fîmes semblant de dormir largo ma non troppo tel des guerriers. Mais tous les deux nous savions, dos à dos, que c’était un nouveau coda, simplement celui da capo de la nuit blanche qui nous attendait. Je ne sais pas à quelle heure j’écoutai ta respiration se perdre ad libitum tandis que je sentais mon sommeil se déployer in crescendo e cuasi non legato.

Adagio molto e sostenutto
Le matin un mouvement senza pedale me réveilla. À quatre pattes et à quelques pas du lit, comme cachée, legatissimo, tu cherchais les vêtements que je t’avais arrachés la nuit con fuoco. Tu me demandas pardon et je m’excusai a tempo. Le café fortissimo pour toi et doux pour moi, nous sépara cordialement et sans pitié. Complices de notre incapacité de se traiter con cuore, nous laissions déjà notre potentialité se dissiper avec un air gracioso e sempre stacatto. Durant la journée chacun défendra senza sordina son mensonge de l’inaliénable indépendance. Oui, nous n’avions pas encore terminé de nous connaître que nous nous abandonnions déjà avec un désir poco ritenuto et bien déguisé.

Allegro vivace
A l’entrée de l’appartement nous dessinâmes a cappella la bifurcation de la séparation imminente. Dos à dos il a du retentir cet « à la prochaine » à sottovoce, parce au même temps nous nous retournions pour nous regarder. Un sourire vivace e guisto éclata en duo. A ce moment la ville et ses misères, la notre et les nôtres, nous semblaient un jeu bien trop stupide et ostinato pour continuer à le jouer. Je ne me souviens pas si c’est moi qui proposai de retourner sur nos pas pour nous valider con brio, ou si c’était toi qui nous arrachas du trottoir con forza. Je sais juste que nous sommes retournés dans l’appartement et que depuis cette matinée nous vivons poco a poco accelerando sino alla fine.


Traduction de l’espagnol : Aline Benchemhoun
Elementos básicos : ISBM 9789870243991

15 de agosto de 2012

Marko et Tanja


MARKO  ET  TANJA
Eléments Fondamentaux - Du Feu
Alejandro Luque (2010)


Marko et Tanja se rencontrèrent dans une caravane lors d’une échappée nocturne, pendant l’une de ces nombreuses guerres anthropophages qui rongeaient l’ancienne Yougoslavie. Marko remorquait avec une corde un camion Dunlop sans roues. Il suivait avec soin les pas de son père, qui chargeait un matelas et différents ustensiles, tel une mule qu’il n’avait pas. Tanja et sa poupée voyageaient dans un charriot de supermarché, assises sur la montagne d’affaires qui habitaient sa maison. Une vielle femme ridée prématurément poussait le chariot, sa mère.
Il pleuvait du plomb. L’air avait une odeur de viande brûlée, de sulfure de violence décharnée. Marko s’approcha et offrit à Tanja, de manière docile et déterminée, le coffre du camion pour emmener sa poupée. Tanja décida de descendre de sa montagne ambulante et accepta l’invitation. A ce moment là, un vent inespéré balaya les odeurs nauséabondes et laissa place à un ciel étoilé. Ensemble, ils s’arrêtèrent pour observer ce spectacle qu’ils n’oublieront jamais.
La vie d’immigrés fit que leurs parents s’installèrent dans le même camp de réfugiés. Avec le temps et les migrations les enfants devinrent inséparables et adolescents. A cette époque ils se promirent l’éternité. Et quand ils parlaient de l’éternité, ils cherchaient le ciel dégagé et savouraient  les étoiles qui étaient toujours, selon eux, à leur place. Toutes les deux saisons le pays s’atomisait encore plus, et l’intolérance du gouvernement de tour anéantissait les corps et les convictions. Marko et Tanja commençaient à connaitre les recoins de leurs peaux et à vivre sans s’enfermer leurs convictions.
Ce fut à cette époque que Blivic, propriétaire d’un cirque itinérant du Nord, leur proposa de le suivre et les embaucha pour s’occuper de deux éléphants anorexiques et un lion albinos et édenté. Avec le temps et le parcours, Marko devint le protagoniste du numéro de l’homme-canon. Tanja, déployant sa beauté si mystérieuse des Balkans, commença à accompagner le magicien Uridiel, le mystique derviche exilé de l’Arménie épuisée aussi par d’autres conflits.
Les dernières années ils vécurent leur amour dans une vielle caravane qui était installée près de la tente des éléphants. Avant chaque fonction, Marko vérifiait le dispositif  de la navette et les harnais, et s’assurait que les feux d’artifice étaient placés correctement. De son côté, Tanja révisait avec Uridiel les mouvements inextricables dans la caisse noire d’où elle disparaissait chaque soir face à la stupeur du public.
De l’une des capitales du puzzle politique arrivèrent un jour des informations de nouvelles razzias destructives. Uridiel annonça sa fuite vers l’ouest et Blivic anticipa un changement de carrière. Pendant la dernière représentation, un vendredi soir, ciel dégagé, Tanja entra dans le coffre, Uridiel fit ses tours de magie…et elle disparut. Personne ne remarqua le visage préoccupé du magicien, qui devait improviser une fin sommaire à son numéro. Peu de temps après, Marko sortit, expulsé du canon vers les étoiles. Il y eut comme toujours, un chœur d’applaudissements et de rires, tandis que les deux clowns et le nain retiraient perplexes de la scène le canon encore fumant.
Blivic longea l’Adriatique et ouvrit un théâtre de marionnette à Athènes. Il céda son cirque à un marchand turc qui le transforma en une buvette mobile, et dit avoir vendu les bêtes pour des raisons prophylactiques. Les animaux auraient sans doute donné une autre version. Uridiel atteignit la mort promise dans une déviation qui le conduisit directement à la frontière arménienne. Tandis que Marko et Tanja… continuent cachés derrière les étoiles.

Traduction : Aline Benchemhoun
Elementos básicos : ISBM 9789870243991 

8 de agosto de 2012

Dilués


DILUÉS
Eléments Fondamentaux - De l'Eau
Alejandro Luque (2010)

La première pluie torrentielle de juin s’était déchargée sur la ville, et dans cette impasse perdue près de la rive, personne n’entendit le coup de feu ni le cri de douleur.
Ses yeux s’ouvrirent d’abord dans l’immensité de l’aube avec un étonnement néanmoins attendu. Puis ils sortirent de leur orbite en cherchant un brin de lueur. Des pieds improvisèrent une course écervelée que le rideau d’eau engloutit quelques mètres après. Les mains tentèrent en vain de soutenir le ventre violenté pendant que le corps s’effondrait juste à côté de l’égout. Il n’y eut pas le temps de l’interroger que son regard se figea pour toujours. Comme un lavage inclément et incontrôlable, le sang qui jaillissait de l’orifice mortel de la blessure se dilua avec l’eau, et le mélange convulsé de carmin commença à se filtrer à travers la plaque d’égout.
Dans l’obscurité des conduits souterrains les premières gouttes avaient attiré un bataillon de rats aveuglés qui cherchaient nourriture et refuge. L’horde irrépressible agita moustaches et queues à mesure qu’elle s’approchait de la source olfactive qui la guidait.  Ce qui s’échappa des mille langues bavantes dissolues arriva jusqu’au circuit de canalisation. Là, le plasma et les leucocytes s’entremêlèrent aux millions de larmes que d’habitude s’échappent chaque nuit par les orifices des salles de bains et des cuisines. Il y eut une étincelle, une brève reconnaissance du sang au contact de l’eau, peut être une sorte de mémoire capricieuse espérant unir les éléments de la mixture, ou serait-ce seulement l’obscurité familière de l’égout éclaboussée par les reflets de l’orage électrique qui arrivât à se filtrer à travers les plaques d’égouts. Mais le torrent de l’écoulement ne donna guère davantage de temps au mélange qui continua sa constante avancée.
Du carmin initial  il ne restait que l’identité microscopique se dissimulant dans les veines les plus abjectes de la ville. A la hauteur d’un recoin central, la pluie déchargea sur les cours d’eaux souterrains un ramassis de papiers et des dizaines de mégots de cigarette. Durant un moment tout flotta dans un coin tel un groupe de naufragés résignés ; puis l’ensemble gagna de la vitesse et se dispersa. La moitié d’une photographie dépouillée que quelqu’un aurait abandonnée quelque part s’immergea, s’anéantit dans le flux agité pour danser son dernier pas de cygne mort. L’égout suivant, une lettre d’adieu se déplia telle un voile d’oubli  qui vomissait sa teinte délébile et torturée de nuages gris dans la tentative de corrompre les composants même du carmin primaire. Mais la persistance de l’eau, libre, telle le temps inclément, saisit tout sur son passage.
Le déchet termina son chemin imparable quelques kilomètres à l’est de la ville, où s’étend le trou occulte de la civilité, dont les effluves nauséabondes tout le monde ignore : ce fleuve ouvert, encore plus grand que la ville, qui accueille sans protester les miasmes brassés de ses habitants anonymes.
Il ne remarqua pas que ce que le versant apportait juste sous ses pieds, l’unissait avec le corps qui, par sa faute, gisait inerte à côté d’un égout perdu près de la rive. Il ne pouvait pas l’imaginer dans ces moments, dressé au bord de l’égout, ni même ne pouvait se permettre de vivre pour y tenter. Il avait déjà tiré par désespoir amoureux, et pour les mêmes déraisons il allait maintenant le refaire.
La pluie tut le second bang précis de la nuit et accompagna le plongeon dans le fleuve. Puis l’univers termina de se mélanger dans ce lieu indifférent où l’eau rinçe et garde tous les secrets.
             Il s’arrêta de pleuvoir et le soleil se leva vers l’est.

Traduction : Aline Benchemhoun
Elementos básicos : ISBM 9789870243991

1 de mayo de 2012

1ro De Mayo, Día Internacional Del Trabajdor



Imagen de la revuelta del 4 de mayo de 1886 publicada por el entonces diario Harper’s Weekly

1ro. de Mayo, día internacional del trabajador
Alejandro Luque


En la segunda mitad del siglo 19, Estados Unidos venía de dar los primeros pasos en la carrera de la revolución industrial. Los desocupados del campo y mano obrera extranjera afluían a las grandes ciudades en verdaderos contingentes que terminaban hacinados en las villas de las periferias. La mayor parte de la población trabajaba en condiciones de insalubridad entre 12 y 14 horas diarias, muchos incluso 18 horas. Las mujeres y los niños ganaban menos de la mitad que los hombres y toda la masa obrera, fuertemente reprimida y desconsiderada, tenía salarios miserables. 

Las protestas iban in crescendo con la demanda principal de que se estableciera la jornada laboral de 8 horas (la equilibrada consigna de “8 horas de trabajo, 8 horas para dormir y 8 horas para la casa”). Frente a un ultimátum de huelga general propuesto por uno de los sindicatos de obreros, el entonces presidente Andrew Johnson promulgó una tímida ley que reducía el tiempo de trabajo a 8 horas pero que no fue adoptada por todos los estados. En Chicago, bastión de todos los excesos de explotación humana, importantes manifestaciones de protesta que incluían izquierdistas y derechistas comenzaron el 1 de mayo de 1886 y una masa importante de obreros se declaró en huelga. Hubo enfrentamientos entre los huelguistas y los rompehuelgas que mantenían la producción de varias fábricas en los que la policía reprimió a muerte. 

Pero fue el 4 de mayo, luego de una concentración oficial y pacífica llevada a cabo en el parque Haymarket, que la policía decidió desalojar del sitio a los manifestantes. Entonces alguien tiró un explosivo y la policía se desbocó abriendo fuego a mansalva sobre la muchedumbre. El número de víctimas mortales y heridos después de esta masacre nunca se conoció oficialmente. La represión inmediata posterior (estado de sitio, toque de queda, allanamientos, abusos y torturas) fue apoyada por la prensa, en general antianarquista y anticomunista. 

Unos meses después, en un proceso fuera de las normas jurídicas y en ausencia de pruebas, 8 manifestantes “libertarios” fueron declarados culpables de incitación a la violencia y de infringir el orden establecido, 2 a cadena perpetua, 1 a 15 años de trabajos forzados y los 5 restantes condenados a la horca. Los condenados eran activistas anarquistas, 5 de ellos alemanes, 1 inglés y 2 estadounidenses; 3 eran periodistas, 2 tipógrafos, 1 carpintero, 1 pastor y 1 vendedor. 

En 1889, durante el Congreso Socialista Obrero de la Segunda Internacional en París, se estableció el 1° de mayo como día de lucha reivindicativa del trabajador en homenaje a los Mártires de Chicago. Desde entonces el día es celebrado en muchos países, salvo en Estados Unidos, Reino Unido y Andorra.    

27 de abril de 2012

(Libre)

Foto del biologuero

(Libre)
Alejandro Luque


Faltaba eso en este domingo intrascendente y destemplado: salir desabrigado a la calle para comprar fasos, atravesar el semáforo en rojo al pedo, levantar la vista a la altura del kiosco a punto de cerrar y cruzarnos. El lenguaje urbano se encargó de los imponderables, y el desorden de mi departamento de arrinconarnos en la zona franca. Nos convidamos los sexos en un silencio ceremonial que barrió en un segundo todo el frío, convencidos de que nuestros cuerpos necesitaban eso y ninguna otra cosa. Destiempo previsible y satisfacción lograda. Cigarrillos, ducha, forro a la basura, y una cerveza cortada con un CD de Piazzola. Enseguida aparecieron como por arte de magia los bollos de la ropa con la que volvimos a disfrazarnos de ciudadanos, y desde la cornisa del aborrecible lunes en ciernes nos despegamos de nuestro desconocimiento mutuo en una posibilidad tan indefinida como necesariamente vacía.

La Mujer De La Derecha



La mujer de la derecha

Alejandro Luque

¿Es tu voz ese boomerang que vuelve para impactarme en el medio de la llaga, o simplemente es que me olvidé de tomar el bupropión? Porque convengamos que después de tanto tiempo, de tanto insomnio y terapeutas con esa cara de nada que firman recetas, guardan el cheque de la consulta y ya te reservan turno para la siguiente, escuchar tu voz en la ducha o al otro lado de la puerta me perturba, me confunde. ¿Sos realmente vos o es que acabo de retroceder diez casilleros en este estanciero ridículo de la vida en el que el loco más furioso es el que tiene más y termina ganado todos los terrenos? 

No podés ser vos, no. Ni siquiera sabés dónde vivo, como tampoco sabés cómo me las he arreglado para vivir hasta hoy. No sabrías volver sobre tus pasos porque al irte borraste tus propias huellas. Desaparecí de tu vida porque hiciste ese pase mágico de nada por aquí, nada por allá, y simplemente dejé de estar en tu cotidiano, en tus proyectos; dejé de formar parte del café negro y bien cargado de las mañanas rutinarias que te atormentaban y del beso en el ascensor, mirándonos al espejo que tenía dos manchas ahí. Pluf y no estuve más. Y seguiste tu camino, tan libre que ni siquiera yo sé dónde estás ahora, por eso que no es tu voz ni estás al otro lado de la puerta, golpeando y llamándome con ese nombre que hace años nadie usa. Ese nombre que encendía nuestra intimidad porque era un llamado a la guerra sucia que más nos gustaba, ese nombre que respondía a otro nombre, el tuyo, que aún vibra en las paredes e intenta convencerme de que volviste, de que estás ahí, al otro lado de la puerta. No podés ser vos, no. Nunca tuviste un buen olfato para orientarte. Acordate de aquella vez cuando te perdiste en el Reina Sofía y te encontré hecha un ovillo y casi llorando al pie del Guernica. Y aunque vos hayas insistido en que la lágrima abriendo tu mejilla izquierda te la había sacado el grito desencajado de la mujer de la derecha, yo supe entonces que sentirte perdida era demasiado para vos, para la seguridad de quien maneja todo, y que esa no era la primera lágrima. Lo verifiqué cuando te levanté con mis brazos y partimos de la gran sala sin que vos te dieras vuelta una sola vez para corroborar que aquella mujer sólo podría haber gritado tu desamparo. 

Así que no vengas con tus fantasmas de cuarta, intentando convencerme de que lograste retomar el camino que te trajo de nuevo a la puerta de mi pocilga. Y no insistas con el perfume de lilas que sabés es mi perdición. Sé que no lo fabrican desde hace años, porque Lancôme decidió que eran demasiadas lilas a portar por una sola mujer. No, no es tu perfume el que me está desesperando, sino mi falta de atención que últimamente olvida el bupropión porque sabe a metal, porque sabe al olvido necesario de eso que fui. Sí, no te rías, si ya sabés que soy de los que empañan su presente con los brillos que expiraron. ¿No lo dijiste vos una vez? “Sos un romántico empedernido y no tenés remedio”. Pero hay remedios, creéme, aunque tengan gusto a metal repetitivo, a regurgito estéril, aunque abomben y transformen las puertas y las paredes en muros aislantes a prueba de ruido y de calor y de ausencia. Y yo terminé siendo de los que necesitan tomar esos remedios para que las puertas y las paredes se queden quietas en su lugar. 

Así que no me vengas ahora con tu ectoplasma indolente, porque sabés que detesto los fantasmas burlones. Y no, no voy a levantarme para abrir la puerta y cometer el acto ridículo de comprobar que no estás del otro lado. Por que esa que escucho no es tu voz. Ni siquiera es la memoria de tu voz porque pasó mucho tiempo y ya cambié cuatro veces de analista. Y tampoco me importa que ahora intentes convencerme con tus azules profundos que me deliraban, porque aprendí en todo este tiempo las ventajas del verde y lo conveniente de los marrones. No, no es que me haya olvidado del azul, es que también tuve que lograr ponerlo en su lugar. El mundo sin vos se había vuelto pálido y sin relieves, así que me ensañaron a pintar con los ojos, a cambiarle el tono a mi universo. Al principio fue duro, sí, porque vos sabés que nunca fui muy ducho con las amalgamas y los degradés. Pero al final logré convencerme de que más vale usar la paleta de la imaginación que pasarse semanas en la tela del insomnio. Sí, no poder dormir. Entonces entendés de lo que te estoy hablando: afortunadamente existe el bupropión. 

No me pidas que ponga en el equipo de audio ese tema que sabés me va a hacer mal. ¿Por qué querés escucharlo ahora? Ya sé, es muy fuerte, es nuestro. Me parece estar viéndote en aquel boliche perdido del barrio del Pilar, cuando te estaba mostrando los rincones de Madrid y sus tapas y sus noches interminables y ruidosas. Vos te pusiste a bailar sólo para mí ese tema que le pedimos al DJ. Escuchá, escuchá. No. No hables ahora por favor. No vengas a arruinarlo todo con tu piel, que sabés pertinentemente que me descontrola. No digas nada y bailemos, pero no quieras engañarme. Estoy cansado de engaños, de intentos, de esfuerzos enciclopédicos por dejar de ser una larva que se cubre de musgo y de líquenes mientras los inviernos me arrecian. Sh. Escuchá. 

Esperá. No deshagas la cama todavía. Todavía no. Permitime el encanto de la colcha estirada y ufana que nos vuelve a recibir sin tiempo ni reproches. Así, acurrucados en la misma calma que solía abrigarnos de la inclemencia de nuestras individualidades. Así, enredados. Y por favor, no sigas golpeando a mi puerta. Ya sabés que está bien cerrada y que no tengo más la llave que la abre. Te queda tan bien tu vestido azul y tu voz tan tuya. No te rías así. Bueno, no importa. Ya sé que los fantasmas no pueden reír. Quedémonos así. Dejá tranquila esa puerta de una vez. Y no te preocupes que te dejo sobre la mesita de luz la última pastilla de bupropión. Seguro que te va a hacer bien aunque no seas vos.