31 de diciembre de 2012


No sé a quién le escribo, porque si algo sentí durante todo este usado y apocalíptico 2012 es que ya casi nadie lee, o sea que casi nadie escucha. Mejor dicho, se lee mucha inmediatez y no menos espontaneidad (aunque suelo dudar), se nada vehemente en el rigor de los 140 o pocos más caracteres –en la gran mayoría de los casos insuficientes, por lo tanto frecuentemente polémicos o finalmente intrascendentes por forzados– como si alguna autoridad incuestionable nos hubiese convencido en masa de que en la condensación obligada de microexpresarse se encontrara la "posta" y todo lo demás fuera macrosuperfluo, megainnecesario, hiperpasado de moda o, incluso, superobviable.

No sé a quién le escribo, pero me atrevo a apostar que alguien que leerá estas líneas ultranumerosas –y quizá hasta el final– apretará el iconito de “me gusta” o el de “+1”, según el medio en el que aparezcan. Porque es verdad que, con todo, hay posibilidad de retorno o “feedback” en esto de la inmediatez: nos han transformado la vida de relación en algo mucho más ameno y sencillo, más democrático y global, estratégicamente autodefinido en su contenido; con eso de “me gusta” estoy participando activamente, estoy manifestando mi interés y aprobación, mi adherencia sin limitaciones tanto al concepto ideológico como a la foto de vacaciones, mi total apoyo a la causa del cáncer como a mi amiga que tiene una descompostura y se está preparando “live” una taza de té a las 19:42 (hora local) , estoy poniendo mi firma en la cruzada por los animalitos abandonados, en el petitorio para que se subvencione el Borda o en la propaganda de alfajores o de un “delivery” de pizzas (de paso capaz que hasta me saco una de tres quesos según proponen) ; y si no pongo nada… bueno, será que me lo perdí entre tanta noticia o anuncios compartidos de mi listita de amigos, o que decididamente no me gusta o que no cabe el tema de gustarme o no, pero “de eso no se habla” ya que habría que hacerlo con palabras y conceptos y no existe en la interfase de la inmediatez la facilidad automática que los resuma. Y así establecemos vínculos en línea y en tiempo real con nuestros amigos virtuales (la mayoría) y reales (esa minoría no menos real). Me preguntarán si mi vida social y de relación siempre fue profunda y explayada, y respondería que, por supuesto, siempre-entre-comillas no.

No sé a quién le escribo, para quién estoy haciendo este esfuerzo gramatical, semántico, sintáctico y morfológico, esta elocución lógica que, como desde hace un tiempo, me deja de antemano un sabor ralo de placer culpable, masturbatorio; algo así de contradictorio como pensar simultáneamente que estoy gastando mi tiempo y el de los otros con la irrefrenable necesidad de hacerlo, de gastar ese tiempo acotado a un número de caracteres precisos y que en el mejor de los casos tendrá la respuesta de “a fulano le gustó” lo que pensás, aunque yo no pueda saber si le gusta cómo pienso, ni si él pensara distinto o tuviera algo que agregar. Es como estar ahogándome en un mar de comunicación todo terreno de talle estándar y en modo opción múltiple estricto.

Entonces, ¿para qué escribir, para quién? ¿Por qué no me sale eso de “lerurizar” la escritura, de resumir a ultranza frases y metáforas aunque se pierda el sentido, se eliminen la estética y la reflexión y el placer se me apague? Lo que me parece igual de válido para un músico: ¿a cuántos segundos tiene que reducir su track para que lo escuchen entero o qué pantomimas superficiales y cuántos culos rozagantes tiene que agregar al clip para llamar la atención de la melodía, los instrumentos, la poética; o para un artista plástico o un fotógrafo, ¿qué economía rigurosa de elementos, recursos y texturas debe usar en lo que necesita plasmar para que alguien se detenga más de lo estipulado y logre establecer un diálogo con sus conceptos? ¿Cómo competir con ese enemigo octopusiano de la inmediatez a ultranza, de la microcosa obligatoria, del minitiempo socialmente digitalizado en un rectangulito con apéndice de opinión disfrazado de libre albedrío en una única dirección posible?

No sé a quién le escribo, pero para quien quiera leer y se acuerde de cómo hacerlo, me gustaría decirle que me preocupa esta progresión hacia la chatura sinóptica inmediata. Me gustaría mostrarle cómo logra “desacercarnos” y llenarnos de dudas. Quisiera hablarle del verdadero valor del tiempo y de los destiempos, del ocio real y de la economía verdaderamente útil. Conversar de lo profundo de las cosas sin bufidos ni desprecios ni cuadraditos limitantes. Evaluar ideas y conceptos sin miedo a discernir, sin bloqueos con frases y gestos terminantes ni alzadas de tono intolerantes ni descalificaciones gratuitas e infundamentadas. Me gustaría decirle que lo que más me preocupa de esta inmediatez es que se ha vuelto la posibilidad única de comunicación, un elemento más de los avances tecnológicos que no estamos usando de la mejor manera. Que nos estamos volviendo pobres, muy pobres, rápida, inmediata, formateadamente pobres. Que no puede ser que nos guste, que no puede ser que seamos tan cómodos y sumisos con el “establishment”, que no puede ser.

No sé a quién le escribo… Aunque pensándolo bien, creo que supe desde el principio de este texto a quién le escribía. Me escribo a mí mismo, a ése que durante mucho tiempo llenaba a mano hojas de papel casi a escondidas sin siquiera pensar por un momento en mostrar aquellas frases tan rebuscadas como lo que habitaba en su interior. Me escribo a mí mismo para recordarme que no tengo excusas para no hacer lo que quiero, lo que necesito. Que mi tiempo es mío, y que deja de pertenecerme cuando intento convencerme de que puede compartirse. No está mal la inmediatez en sí misma, no está mal la posibilidad de hacer o no un click y que eso quiera decir “me gusta” o no lo vi/me importa un huevo. Quizá lo que esté realmente mal sea sentir ese ahogo del que hablé más arriba, ese malestar por cómo está y cómo veo lo que me rodea, cómo yo mismo soy parte de eso y no otra cosa.

En fin, escribo; como antes, como siempre. Como ahora escribo para alguien, para mí, como debe de ser. Quien quiera leer que lea, quien quiera que yo fuese ojalá no me termine ahogando en la inmediatez fútil para dejar un día de escribir y morirme por dentro, como cantaba el flaco.  

Al otro lado del charco (Mar del Plata), 31 de diciembre de 2012.

2012-2013


20 de diciembre de 2012

EL 21 DE DICIEMBRE DE 2012 SE ACABA EL MUNDO

Foto del biologuero

El 21 de diciembre de 2012 se acaba el mundo
Alejandro Luque


Un meteorito de lucidez choca con la atmósfera terrestre y devasta todo tipo de especulación.

Cinco minutos luego del impacto, un tsunami de altruismo barre con todas las mezquindades y pequeñeces de las costas humanas y penetra hasta el corazón mismo de los continentes más elevados de la necedad despojándolos de todo individualismo malsano y masturbatorio.

La inestabilidad provocada por el primer choque despierta las entrañas del planeta abusado, y vómitos incontenibles e inconmensurables de un magma de voluntad carbonizan la tierra de la política y sus intereses deshonrosos.

Unas horas después, la atmósfera de las desigualdades groseras se vicia de sulfurosos y densos vapores de equidad y solidaridad que asfixian toda desvida tan impertinente como fútil.

En plena madrugada, la ionización radiactiva en cadena del alma humana penetra todos los rincones de su propia naturaleza causando mutaciones irreversibles en la forma de cohabitar con los otros y de coexistir en el medio que los alberga.

Megahuracanes e indescriptibles tifones de conciencia escarban los rincones de las diferencias ociosas y atomizan las fronteras y murallas de todas las identidades extremas y fanáticas que mantuvieron separada la única realidad posible, común a todos e innegable: la identidad humana sin divisiones.   

Al amanecer del 22 de diciembre, ya no quedan trazas de la vida anterior que pobló el planeta: hay aire, agua y alimentos para todos; la obscenidad de la incalculable pobreza de la que se alimentó sin mesura la riqueza de unos pocos se extingue en masa, como también desaparecen de la faz de la tierra las enfermedades que siempre fueron curables porque los remedios se esparcen por todo el planeta como una miríada de meteoritos secundarios incontenibles.


En los registros fósiles que se hallarán millones de años después de este evento devastador, se podrá leer que éste fue el día en el que el ser humano perdió su adolescencia.