22 de abril de 2014

Sábanas


Alejandro Luque

No hablo de amor, de ése que pasa por la piel y atraviesa el hueso y nos transforma por el resto de nuestras vidas. Hablo de ese espacio entre la piel y el hueso, esa mísera porción de la anatomía que esclaviza liberando, que libera esclavizando, ese resquicio ínfimo entre mi piel y la otra piel pegada que frota y se frota, de membranas turbulentas, de músculos involuntarios intrusos intrépidos incontenibles, de volúmenes por espacios. Hablo de oscuridades ciertas que se deben explorar, de alientos viscerales que se deben sentir, de sudores imparables que eclosionan y se fusionan a dos. Hablo de gemidos que ensordecen el trictrac de la cama, del colchón hundido en el medio, del entremezclarse enrularse entregarse, del rechazar las sábanas para acabar sin límites. De lenguas de dedos de pelos de saliva, mucha saliva. Hablo de desbordes, de destiempo y recuperaciones. De algo dulce, de un faso enseguida si se puede, del enfriarse al aire, de la respiración que quiere llegar al hueso. De no bancarse el cielorraso y de volver a empezar. Por la piel, sobre todo por la piel. Por las manos, esas fieras sublimes descontroladas. Por los poros saturados que al lamerlos saben a sal. Por la lengua que se activa y los labios que se desenfrenan de despalabras. Y después cerrar los ojos otra vez, tensarse y distenderse al destiempo del tiempo, sentirse parte prolongación exceso éxtasis. Y aún después volver a acabar como si fuera la primera vez, como si fuera la última aunque suene insensatamente increíble e increíblemente insensato. Acabar sin tapujos, sin fronteras, sin culpas ni convicciones innecesarias. Reposarse. Hablo de reposarse luego de una cruda batalla, de sentir el corazón agitado desagitarse y los pulmones a punto de explotar descomprimirse. Hablo del rigor de las sábanas que ahora se despliegan a medias desde el rincón en el que fueron abandonadas. Hablo de la necesidad de cubrirse, de echar un manto, de reabsorber los jugos. Hablo de la separación, de la distancia, de volverse uno y el otro. Hablo de los pasos hasta el baño, del repiqueteo lejano del agua que lava, que civiliza, que enfría, que renueva. Hablo del roce inconfundible de la ropa que se calza, de la malla del reloj que recupera su puño, los pies que se deslizan con dificultad en las zapatillas, las cuatro manos tanteando sobre la alfombra: dos que buscan una prenda, otras dos que buscan los forros usados. Hablo de las preguntas retóricas, del gesto último y obvio entre las penumbras que marca el sendero hasta la puerta. Hablo de la sensación de volverse uno después de la ausencia, de recuperar el reino, de saber que en unas horas, en unos días, en unas semanas, habrá que volver por la senda y señalarla entre las penumbras para llenar ese espacio de vacío más allá de la piel. Hablo de éso. Del espejo en el baño, de una buena ducha, de un último vistazo a facebook y de poner a cargar el mobile. Hablo de tomarse media botella de agua y de mirar por la ventana y de estirar completamente las sábanas y de poner el despertador y después dormir. No, no hablo de amor.