14 de noviembre de 2016

Democracias poco demo que hacen gracia


Anoche me encontré en un bar con un norteamericano de Washington radicado en París. Entre cervezas y mucha frustración mutua por diferentes razones, intercambiamos instan-táneas de este mundo de locos en el que él y yo vivimos, pero, y por sobre todo, yo logré entender lo incomprensible del sistema electoral de los EEUU. Cabe aclarar que Keith, así se presentó, tiene mi edad (la cincuentena), es profesional en medios de comunicación y vive en París desde 2009, el año siguiente a la explosión de la crisis de las “subprimes”, crisis sobretodo generada por los grandes especuladores bursátiles de su gran país.

Keith votó a Hillary Clinton básicamente porque se dice demócrata y para hacer frente a Donald Trump pero muy poco convencido por la honestidad de la que podría haber sido la primera mujer al mando de esa bolsa de gatos que es USA. Básicamente Keith me dijo lo que todos sabíamos: que HC ha participado en obscuras relaciones “carnales” con el lobby bancario/empresarial que puso de rodillas a millones de ciudadanos norteamericanos (y del mundo) en 2008; que más de una vez fue agarrada in fraganti diciendo, contradiciéndose, que hay que hacer lo que ella misma no hace: la promoción de la escolaridad pública versus la privada –su hija va, obvio, a la privada–; su mudable (o)posición contra el casamiento de gays; su cambio de ideas desde la anti-inmigración hasta a adherir al programa integrativo de Obama; sus ataques a Wall Street cuando su riquísima fundación vive de ellos; su camaleonismo con el (delicadísimo) tema de seguridad de salud; y varias otras perlas que, en lo personal, siempre me parecieron las de un candidato dispuesto a todo, sobre todo a mentir. Pero frente a ella estaba el Trump patéticamente misógino, climatoescéptico, el de los muros con México, el de la superioridad blanca, antiabortista y mata-putos, el de las deportaciones masivas que nunca pagó debidamente sus impuestos. Así, Keith voto contra Trump por Clinton.

Numéricamente hablando, o sea por cantidad de votos, ganó HC; sin embargo el presidente del país de Keith es Trump, por amplia mayoría electoral. Al preguntarle sobre esta contradictoria curiosidad, Keith me respondió: “En mi país no es el ciudadano el que tiene el poder del voto, sino los colegios electorales federales que no representan exactamente el número de habitantes sino su cualidad. De esta manera, un votante de una zona rural como el Wyoming tiene más de tres veces de peso que uno de Washington. Digamos que por 10000 habitantes de Washington hay 1 elector; por el mismo número en el Wyoming, hay tres o más. Es el número de votos de los colegios electorales, y no los de sus votantes, el que define en última instancia los resultados de las elecciones. Los colegios de electores de esos estados rurales son históricamente republicanos, mayoritariamente blancos, salvo un par de excepciones que fluctúan entre los dos polos. Mi voto por HC fue uno de los 200.000 [*] que sobrepasaron los que fueron atribuidos por los votantes norteamericanos a DT, y sin embargo el peso de voto de los colegios electorales puso a este populista desvergonzado al mando de la Casa Blanca. ‘En USA son las clases las que eligen a su líder, nunca el pueblo [sic]’.”

Hablamos de otras cosas y a la tercera cerveza nos despedimos con Keith que se fue a destilar su desilusión en una catrera cerca de Batignolles. Yo, mientras caminaba por Brochant yendo a casa, me resumí el tema así: “O sea que la primera democracia del mundo nos está diciendo que hay calidades de votantes, que no son del todo ellos los que eligen a su presidente y que ciertos votos tienen más valor que otros. Es increíble, pero para ese más del 50% que votó por Hillary en las controvertidas elecciones presidenciales de 2016, hoy, en el país de la libertad, está a la cabeza un tipo al que votó menos del 50% de votantes, tipo que es bastante desagradable, impresentable en su discurso, machista manifiesto, intolerante y oportunista… y, a mi modo de ver, peligroso. Como para Keith, Hillary no hubiese sido santo de mi devoción pero, de haberla votado, hoy yo estaría sintiendo el mismo rigor de fraude electoral con el que Keith vive desde este último martes.” 


[*] La cifra de 200.000 votos populares a favor de HC fue el resultado previsional que dio a conocer Associated Press al día siguiente del escrutinio. Al día de hoy, 15 de noviembre, y siempre de forma previsional, la agencia anunció una diferencia en aumento de 780.000 a favor de la demócrata. Y es que todavía falta escrutar poco más de tres millones de votos que fueron emitidos por correspondencia para obtener el resultado definitivo de la elección presidencial norteamericana.   

        

29 de octubre de 2016

Octubre de 1964: Jean-Paul Sartre Rechaza el premio Nobel de literatura


Por estos días, pero en 1964, Jean-Paul Sartre (1905-1980) enviaba una segunda carta a la Academia Sueca del Nobel explicando su indefectible negativa a aceptar el prestigioso premio literario que le fuera otorgado “por su obra abundante de ideas que, gracias al espíritu y la búsqueda de la verdad, ha ejercido una amplia influencia en nuestra época.” La primera, que Sartre envió unas semanas antes pidiendo que se lo eliminara de la lista de candidatos, no fue leída, aunque tampoco hubiese servido de nada ya que el premio había sido asignado meses atrás y los académicos difícilmente (si no jamás) desdicen sus decisiones. Más abajo traduzco la segunda carta, entonces, que Sartre envió a las editoriales de varios medios porque leer a Sartre es siempre un placer que hoy tengo ganas de compartir, porque en lo que a mí concierne este fue un ejemplo de compromiso político sobre el que vale la pena reflexionar, y porque es esta época también la de otro premio Nobel de literatura un tanto polémico, luego de dos semanas de un silencio interpretado de mil maneras y que Bob Dylan acaba de romper para anunciar asombrado su aceptación. Cabe agregar que la designación de Sartre al premio Nobel de literatura fue también muy polémica y extremadamente politizada, no menos que el rechazo mismo del premio por parte del escritor y pensador francés que ya había declinado varios otros honores institucionales.

“Lamento enormemente que el asunto haya tomado la apariencia del escándalo: un premio ha sido otorgado y yo lo rechazo. Esto ha ocurrido así debido a que no he sido informado con antelación de lo que se preparaba. Cuando leí en el ‘Figaro Littéraire’ del 15 de octubre, de la pluma del corresponsal sueco del diario, que la Academia sueca se inclinaba por mí, aunque no estaba todavía decidido, pensé que escribiendo una carta a la Academia, que envié al día siguiente, podría dejar las cosas en claro y que no se hablaría más. Ignoraba entonces que el premio Nobel es concedido sin que se le pida su opinión al interesado, y pensé que era tiempo de evitarlo. Pero entiendo que la Academia sueca que ha hecho una elección no pueda ya desdecirse.
Las razones por las que renuncio al premio no tienen que ver ni con la Academia ni con el premio Nobel en sí, como lo expliqué en mi carta a la Academia. En ella invoqué dos tipos de razones: personales y objetivas.
Las razones personales son las siguientes: mi rechazo no es un acto improvisado, siempre he declinado las distinciones oficiales. Cuando, después de la guerra, en 1945 me propusieron la Legión de Honor, la rechacé aunque tuviera amigos en el gobierno. Igualmente, nunca quise entre en el Collège de France, como me lo han sugerido algunos de mis amigos.
Esta actitud está basada en mi concepción del trabajo del escritor. Un escritor que toma posiciones políticas, sociales o literarias no debe actuar sino con los medios que le son propios, es decir la palabra escrita. Todas las distinciones que pueda recibir exponen a sus lectores a una presión que no me parece apropiada. No es lo mismo si firmo Jean-Paul Sartre, que si firmo Jean-Paul Sartre, premio Nobel.
El escritor que acepte una distinción de este tipo se compromete también con la asociación o la institución que lo ha honrado: mis simpatías por ‘organizaciones clandestinas’ venezolanas no comprometen a nadie sino a mí, mientras que si el premio Nobel Jean-Paul Sartre toma partido por la resistencia en Venezuela, acarrea consigo todo el premio como institución.
El escritor debe entonces rechazar dejarse transformar en institución, incluso si esto ocurre de las formas más honorables, como es este el caso.
Esta actitud es de toda evidencia absolutamente mía y no significa una crítica contra quienes han sido ya coronados. Estimo y admiro mucho a varios laureados que tengo el honor de conocer.
Mis razones objetivas son las siguientes:
El único combate posible en la actualidad en el frente de la cultura es el de la coexistencia pacífica entre las dos culturas, la del Este y la del Oeste. No quiero decir que se deban abrazar, sé bien que la confrontación entre esas dos culturas necesariamente debe tomar la forma de un conflicto, pero esta confrontación debe tener lugar entre los hombres y entre las culturas, sin la intervención de las instituciones.

En lo personal, percibo profundamente la contradicción entre las dos culturas: estoy hecho de contradicciones. Mis simpatías apuntan innegablemente al socialismo y a lo que se denomina el bloque del Este, pero nací y fui criado en una familia burguesa y una cultura burguesa. Esto me permite colaborar con todos los que quieren que las dos culturas se acerquen. No obstante, espero por supuesto que ‘gane el mejor’. O sea el socialismo.
Es por eso que no puedo aceptar ninguna distinción distribuida por las altas instancias culturales, tanto del Este como del Oeste, aunque comprendo más que bien su existencia. A pesar de que todas mis simpatías estén del lado socialista, sería igualmente incapaz de aceptar, por ejemplo, el premio Lenín si alguien quisiera otorgármelo, que no es el caso.
Sé bien que el premio Nobel en sí mismo no es un premio literario del bloque del Oeste, pero es lo que se hace de él, y pueden acontecer eventos que no fueran decididos por los miembros de la Academia sueca.
Es por eso que, en la situación actual, el premio Nobel se presenta objetivamente como una distinción reservada a los escritores del Oeste o a los rebeldes del Esto. No se ha coronado, por ejemplo, a Neruda, que es uno de los más grandes poetas suramericanos. Nunca se ha hablado seriamente de Louis Aragon, que sin embargo bien lo merece. Es lamentable que se la haya dado el premio a Pasternak antes de dárselo a Cholokov, y que la única obra soviética coronada haya sido una obra editada en el extranjero y prohibida en su país. Se podría haber establecido un equilibrio a través de un gesto similar en el otro sentido. Durante la guerra de Algeria, cuando habíamos firmado la ‘declaración de los 121”, hubiera aceptado el premio con reconocimiento, porque no se me habría coronado sólo a mí, sino también la libertad por la que luchábamos. Pero eso no ocurrió y es sólo después de que el combate terminara que se me otorga el premio.
En la motivación de la Academia sueca se habla de libertad: es una palabra que invita a muchas interpretaciones. Al Oeste, se comprende una libertad general: en lo que a mí respecta, entiendo una más concreta que consiste en el derecho de tener más que un par de zapatos y de comer a saciedad. Me parece menos peligroso declinar el premio que aceptarlo. Si lo acepto, me presto a lo que llamaría ‘una recuperación objetiva”. Leí en el artículo del Figaro Littéraire que ‘no me juzgarán por un pasado político controvertido’. Sé que este artículo no manifiesta la opinión de la Academia, pero muestra claramente en qué sentido se interpretaría mi aceptación en los medios de derecha. Considero ese ‘pasado político controvertido’ siempre válido, auqnue esyé dispuesto a reconocer ciertos errores cometidos en medio de mis camaradas.
No quiero decir con esto que el premio Noble sea un premio ‘burgués’, pero he aquí la interpretación burguesa que darían inevitablemente los medios que conozco bien.
Finalmente, vuelvo sobre el tema del dinero: es algo muy pesado que la Academa pone sobre las espaldas del laureado acompañando el homenaje con un monto enorme, y este problema me ha atormentado. O bien uno acepta el premio y con el monto recibido se puede apoyar organizaciones o movimientos que uno estima importantes: en lo que me concierne, pensé al comité Apartheid en Londres. O bien uno declina el premio en nombre de los principios generales, y uno priva a ese movimiento de un apoyo que le haría falta. Pero creo que es un falso problema. Renuncio evidentemente a las 250.000 coronas porque no quiero ser institucionalizado ni al Este no al Oeste. Pero no se puede pedir tampoco que se renuncie por 250.000 coronas a los principios que no son únicamente los suyos, pero que comparten todos sus camaradas.
Quiero terminar esta declaración con un mensaje de simpatía para el público sueco.”

Jean-Paul Sartre, 22 de Octubre de 1964



23 de junio de 2016

Brexit-or-not

Quelques réflexions très personnelles sur le Brexit-or-not. Je suis allé à Londres 2 fois : une première de passage et une deuxième pour un entretien de boulot. Bien que distants et de nature différente, dans les deux visites je ne me suis pas senti en Europe. En commençant par la monnaie, suivant par la circulation, et finalement par la bouffe ; bah oui, on dira tout ce que vous voulez des bontés culinaires anglaises, mais la bouffe du royaume n’est pas au top du tout. Anglais et anglaises sont dans ce moment en train de décider s’ils veulent ou pas rester dans l’Union Européenne. Tous les sondages font état d’un fifty-fifty. Selon la source « stay » or « out » on anticipe 2 ou 3 pour cent à faveur du demandant de l’enquête. Donc on verra ce soir, demain et les jours à venir toute une procession de personnages publics d’un côté et d’autre de la controversée flaque que nous sépare se lamenter ou se féliciter de la décision, quoi qu’elle en fût. J’aimerais bien qu’on nous propose aux européen-nes un référendum pour décider si l’on veut que l’UK reste dans l’union. Je voterais pour le « out ». Bien que potence économique indiscutable et une mer de séparation actuelle, ne soit-telle que géologique, depuis le début, avec toutes les exceptions particulières demandées par le royaume (et accordées !) qui nous ont coûté (et ils nous coûtent à l’heure actuelle) de l’argent du contribuable pour les maintenir comme membre en état spéciale, je crois que il ne faut pas insister. On est in ou on est out. Je crois que une grande partie d’anglais-es n’ont jamais étaient in, même s’ils ont très bien profité de leur propre ambiguïté dès le début. L’union Européenne va mal, oui. Mais elle pourrait aller mieux sans tant d’exceptions et tant de mécontentement et rejet de ses principes (perfectibles) par ses parts. Il y a beaucoup encore à faire, nul doute, mais aussi il faut renforcer notre identité d’européen-e-s pour ceux qui le sentent vraiment et voudraient y participer. Au risque même de l’affaiblir ou l'annuler à force de consultations populaires, dont la France n’est pas excepté, de tous ce composants qui ne font point à l’esprit de l'union. C'est notre Union, tout de même. A nous aussi d'y réfléchir. Je suis donc pour le brexit, et point final.

1 de mayo de 2016

Muguet de Mai


El muguet o lirio de los valles, o para los amantes de la taxonomía Convallaria majalis, es el símbolo urbano del 1ro de mayo en Francia. Ese día, que es el del trabajo en casi todo el mundo, ocurre algo muy especial en las calles galas: se tolera que particulares vendan sus ramitas de muguet a otros particulares eximiéndolos a ambos de impuestos. Hay mucha historia detrás de este folklore, que según algunos habría visto sus comienzos en la realeza de mediados del siglo 16, pero lo cierto es que oficialmente se instauró en todo el país en 1936 gracias al gobierno del Front populaire (Frente popular, agrupamiento de partidos de izquierda diversa que ganó en esa época las elecciones), año en que se instituyó el concepto de las vacaciones pagas en la ley de trabajo francesa. El requisito, que hoy por hoy se respeta poco, es que el ramo de muguet que se venda debe haber sido recoltado por el vendedor, dándose a entender que la reventa no está permitida. Las ramitas con sus flores blancas tienen un perfume intenso muy particular con un efecto relajante de frescura indiscutible. La planta florece en estas latitudes entre fines de abril y mediados de mayo en lugares abrigados y muy húmedos. Este símbolo, que muchas veces se ofrece con los mejores deseos de prosperidad y que rinde homenaje a una de las adquisiciones sociales más importantes del siglo pasado, también nos recuerda lo efímero que todo puede ser: las florcitas blancas se secan en pocos días, al punto de que en junio ya no hay más. Algunos no terminan de comprarlo que ya están contando las campanitas del ramo de muguet: si hubiera 13, eso es signo de suerte.  

19 de abril de 2016

Tragedia de Costa Salguero - Argentina

Desde el sábado no puedo dejar de pensar en lo poco que algunos valoran la vida de los otros cuando se trata de ganar plata. No puedo dejar de pensar en cómo algunos se aprovechan del contexto de masa para burlar reglas, sobrepasar límites y encontrar la fisura por la que filtrarse más allá de la barrera de control. En estos días, los argentinos tendremos un nuevo debate polémico sobre nuestras mesas que nos recordará la injustificable tragedia de Cromañón, entre otras atrocidades que también se han cobrado vidas y que son, como la de la tecno-party de Costa Salguero, situaciones irreparables. Discutiremos si se pueden seguir permitiendo las fiestas tecno, opinaremos sobre la legalización de drogas, señalaremos con los dedos a los empresarios y organizadores que consideramos culpables, defenestraremos las autoridades de control por su ineficiencia, miraremos en los medios las selfies de los pibes muertos envenenados con una mórbida incomprensión y una pizca de enjuiciamiento moral. Habrá investigaciones, juicios y elucubraciones, presos y no tanto, declaraciones, testimonios y acusaciones, politiquerismo vomitivo a dos aguas, caravanas fúnebres, paneles con los mal educados expertos de las nimiedades, llantos, gritos e inevitables comparaciones que no servirán para nada.

En unas semanas, cuanto mucho, el grueso de la población hoy indignada y herida nos enfrascaremos en nuevas polémicas y debates para pasar la página y regodearnos en el olvido colectivo. Habremos terminado de enterrar a estos pibes habiéndonos enterado con lujo de detalles que en las fiestas tecno muchos consumen mucha droga de síntesis de todo color y forma, que ahí mismo el deal es moneda corriente, que se trafica con el agua, vital para esos eventos, al colmo del comercio salvaje, que entran menores que no debieran, que entran más de los que debieran, que el control es siempre insuficiente y que los medios de prevención y urgencia sanitaria suelen ser inexistentes o escasos.
Y después seguirá ocurriendo que esa gente a la que le importa un pito la vida de los otros se mezclará en la masa, burlará las nuevas reglas y controles, testeará los límites para encontrar las fisuras, montará su chiringuito sin moralidad alguna y se aprovechará del río revuelto, de la despreocupación de ciertos jóvenes, del desinterés de ciertos adultos y de la irresponsabilidad de ciertos responsables para alcanzar el único objetivo que le importa: ganar guita fácil, y cuanto más y más rápido, mejor.

21 de marzo de 2016

USA en Cuba

   Quisiera pensar, realmente quisiera pensar, que las increíbles fotos que acabo de ver en las que el presidente de los Estados Unidos de América (del Norte) posa con la imagen de fondo del Che Guevara estampada en el edifico del Ministerio del Interior o la otra de Camilo Cienfuegos del edifico del Ministerio de Comunicaciones, durante un acto decididamente histórico de diplomacia que se celebró hoy en la plaza de la Revolución y frente al monumento en memoria a José Martí en La Havana, fueran signos sinceros de un cambio profundo. Quisiera pensarlo, de todo corazón. Y sin embargo no puedo, realmente no puedo, sacarme de la cabeza la imagen de una máquina aplanadora que prepara el terreno para la construcción de enormes centros comerciales o la de una labradora abriendo sin prejuicios el terreno para sembrar de forma masiva las crueles semillas de Monsanto.

20 de marzo de 2016

Hipgnosis y el arte de tapa


 Interesante fun page dedicada a Hipgnosis (Storm Thorgerson) y el icónico arte de tapa de álbumes como The dark side of the moon, The lamb lies down on Broadway, Peter Gabriel 1, 2 y 3, I Robot, Trilogy, Houses of the holy, A trick of the Tail, Heaven and Hell, ¡y cientos más!  


17 de marzo de 2016

Mortal Mala Educación

Mortal mala educación

Yo estaba a punto de cruzar porque el semáforo peatonal acababa de pasar a verde. El tipo al volante del Volkswagen gris, que me pasó rozando, venía con el celular en la oreja, lo que está prohibido por código, y a no menos de 50 km/h, que también es una grave infracción cuando se circula por una zona de un máximo de 30 km/h. Así el tipo, que venía muy jugado,  pasó en rojo desacelerando los cien metros hasta el nuevo semáforo en rojo que esta vez respetó, pero sin sacarse el móvil de la oreja. Yo ya caminaba en su dirección por la vereda paralela a la bicisenda. A unos 30 metros por detrás del Volkswagen, una mujer pedaleando una bici de alquiler. El semáforo pasa al verde. El Volkswagen no avanza enseguida sino hasta que la ciclista esté pasando a pleno impulso justo por detrás. El tipo acelera sin mirar, dobla a la derecha sin haber puesto el guiño y se lleva por delante, en realidad por el costado, a la ciclista. Traumatismos varios y seguramente alguna quebradura, quita de puntos al permiso y multa, SAMU, policía, no se deploran víctimas fatales.

1. Circular usando un teléfono móvil
2. Pasar en rojo
3. No respetar el máximo de velocidad
4. No ceder la prioridad al peatón
5. No comunicar la intención de cambiar de dirección
6. No ceder el pasaje prioritario a un ciclista circulando en la bicisenda por la derecha

Seis faltas al código de la ruta en cien metros y menos de dos minutos, con la cerice sur le gâteau de un accidente material y corporal estúpido. En resumen, una irresponsabilidad que supongo terminará traducida en la justicia como circulación poniendo en riesgo la seguridad de otros usuarios.

El año pasado decidí tomar clases en una escuela local de manejo de coches. Durante tres meses asistí a numerosos seminarios de formación y aprendizaje del código de la ruta en Francia y a sesiones de manejo en tiempo real que me permitieron pasar hace unas semanas los dos exámenes teórico y práctico obligatorios para obtener el permiso de conducir.  

Yo ya sabía manejar. En Argentina, de hecho, había obtenido el permiso que hace décadas se venció y nunca renové, por lo que siempre estuve limitado para conducir en Francia: digamos que era una asignatura pendiente. Pero haber hecho esas “dos cursadas” a esta altura de mi vida fue una experiencia reveladora en varios aspectos, pero uno en particular: el de la comunicación. Y así en la vida como en la ruta, considero que comunicamos muy mal en general.

Soy un gran caminante urbano, por lo que he presenciado en varios puntos del planeta cientos de situaciones similares al enciclopédico accidente parisino que abrió esta nota. Lo que me permite afirmar, incluyéndome en la horda de los embrutecidos metropolitanos al volante: manejamos mal, o si se quiere relativizar, no manejamos correctamente.

Si en un momento de lucidez nos preguntamos qué es manejar, como eso que hacemos ya instintivamente luego de sentarnos al volante de un automóvil para trasladarnos de un punto a otro, la respuesta debiera de ser: manejar es conocer y aplicar el código de circulación en acuerdo con los otros usuarios con los que compartimos la vía pública valiéndonos de la habilidad de manipular correctamente nuestro vehículo. Un código es un lenguaje, una serie de elementos y reglas para transmitir claramente mensajes y compartirlos en un contexto de comunicación. Dicho de otra manera: el código de la ruta implica el uso correcto del lenguaje de la circulación y la correcta conducción del automóvil. Cuando uno de estos dos principios falla, o los dos, hay un choque. En el uso del idioma oral y escrito, las diferentes reglas para articular palabras, oraciones y estados conforman el código, y el uso correcto y claro de la palabra, los gestos y los signos nos permiten comunicar con los otros. Si algo falla, lo que uno expresa el otro no lo entiende. Podemos saber cómo pronunciar o escribir una palabra y lograr incluirla en una frase, pero si desconocemos qué significa y cuál es su subordinación (el lugar que le corresponde) seguramente nuestro interlocutor no entenderá el concepto de lo que queremos transmitirle. Por otro lado, aunque seamos doctos en el uso de la lengua, si no articulamos correctamente (si hablamos comiéndonos las palabras) nuestros dichos no pasan o pasan mal. Para evitar este tipo de conflictos comunicacionales, nos educan. La educación es la trasmisión de un código y la ejercitación de su uso. Ser educado implica que aprendimos a aplicar el código y lo utilizamos para comunicarnos claramente con los otros.

El problema es que la no aplicación del código del lenguaje oral o escrito puede crear confusión e incluso situaciones violentas. Pero la no aplicación del código de la ruta, en una muy triste generalidad, es literalmente mortal. No fue el caso de la situación que describí más arriba, pero podría haberlo sido. De hecho, según las autoridades de tráfico locales, 3400 personas mueren por año en accidentes automovilísticos en Francia, y el 99 por ciento de esos accidentes están provocados por infracciones al código de la ruta, y las principales causas que provocan esta negra estadística son: circular en exceso de velocidad, en estado alcoholizado, no respetar semáforos y no señalar la intención de maniobra. Teniendo en cuenta que estoy escribiendo esta nota a mitad del día, según esa estadística ya deben haber muerto 5 personas en algún accidente, y quizá porque alguien no usó el guiño o se llevó por delante un semáforo en rojo o circuló a 100 km por hora donde estaba indicado un límite de 50 km/h o estaba escribiendo un SMS.

Para terminar, y volviendo a la situación que desencadenó esta reflexión, no estamos solos en la vida ni circulamos solos en la calle, como parece que pensaba el tipo del Volkswagen gris. Conducir un automóvil es una responsabilidad que de ninguna manera se puede tomar a la ligera porque en eso se juega la vida de uno y, lo que es peor, la de los otros. Si yo fuera autoridad pertinente, no dudaría un minuto en quitarle al conductor del Volkswagen gris el derecho a circular en un automóvil hasta que me demuestre sin ambigüedad que conoce el código y, por sobre todo, que lo aplica a rajatabla. El registro de conducir es una herramienta muy útil que debiera extenderse solamente como resultado de un proceso de educación probada. De lo contrario, y en manos irresponsables, puede convertirse en un arma mortal.

Datos estadísticos de mortalidad rutera:

- Muertos debido a accidentes de la ruta en Argentina durante 2014 (1): 7613 personas (más de 21 personas por día). Media de América latina: 2148. Población de la Argentina: más de 43 millones.

- Muertos debido a accidentes de la ruta en Francia durante 2014 (2): 3384 personas (más de 9 personas por día). Media de Europa: 3809. Población de Francia: más de 67 millones.


(2) https://fr.wikipedia.org/wiki/Accident_de_la_route_en_France


12 de febrero de 2016

Darse Cuenta



Hablando del estado (y tratamiento!) de nuestros hospitales, anoche volví a ver Darse Cuenta, del enorme Alejandro Doria, y a pesar del indudable paso de los años sobre algunas escenas y ciertos clichés del guión, volví a emocionarme y enfurecerme por la irreverente actualidad social y humana que revela la trama de esta peli de mediados de los ochenta. Para los que no la vieron, narra las vicisitudes de un médico en un hospital público devastado y en proceso de “reorganización” que, en plena crisis de identidad profesional y personal, decide hacerse cargo de un paciente joven que luego de sufrir un grave accidente de moto quedara postrado y abandonado por su familia de escasos recursos y su pareja negada a hacerse cargo de la discapacidad. Como banda de sonido tan minimalista como poderosa, la Maza de Silvio Rodríguez. Las actuaciones justas de Luis Brandoni, China Zorilla, Luisina Brando, María Vaner, Dora Baret y el debut en pantalla grande de Darío Grandinetti logran acordes irreprochables. La narración, que es esencialmente un drama que incluye varios dramas interdependientes (la impotencia de la pobreza, la desesperación frente al desamor marital, la invisibilidad del futuro profesional, el estado desastroso del servicio público hospitalario) apunta en todo momento a mostrar al protagonista atrapado en la desazón y colgado de un hilo muy fino, que es el de restablecer a su paciente valiéndose de los recursos mínimos con los que cuenta. Una vieja película argentina recomendable que deja un gusto agridulce y dispara necesariamente varias reflexiones.
Y las reflexiones que me surgieron son, ¿por qué nuestros hospitales públicos agonizan desde hace décadas? ¿Por qué las sucesiones de administraciones empeoran sistemáticamente el estado de las cosas? ¿Por qué el valor humano y profesional, tan preciado y encumbrado por la generalidad de la gente y los flamantes gobiernos de turno, siempre termina desaprovechado, cuando no desacreditado? ¿Por qué empeñarse en pedirle productividad a las instituciones que no fueron diseñadas para otra cosa que no sea la de rendirle el servicio real (y no solamente nominal) que se le debe a la comunidad, en especial la de sectores con pocos o ningún recurso? ¿Por qué politizar lo “impolitizable” y terminar mirando al costado (derecho o izquierdo) mientras enfrente se nos caen a pedazos los logros sociales que supimos conseguir? Y la lista de porqués seguiría con respuestas quizá complicadas o simples afirmaciones del estilo, porque somos mayorías alternantes de boludos crónicos. Y aclaro que, para mí, inaugurar por cadena nacional hospitales que no van a funcionar es lo mismo que dejar degradarse los ya funcionales por la desidia de administraciones corruptas o irreverentes.
El título de la peli es obviamente revelador de una necesidad nacional tanto de aquella época (acabábamos de salir del horror represivo de los gobiernos de facto) como ahora, luego de más de tres décadas de plena democracia: darse cuenta. Darse cuenta de que no todo puede ni debe traducirse en productividad. Darse cuenta de que nuestro voto es el cheque en blanco que otorgamos a quienes nos gobiernan. Darse cuenta de que lo público es de todos y para todos. Darse cuenta de que el valor de nuestras instituciones empieza y termina en la valorización de la gente de buena voluntad que las conforman. Darse cuenta de que nos merecemos salud sin precio alguno. Darse cuenta de la importancia inestimable de nuestros hospitales públicos que albergan muchos profesionales y personal dignos y de vocación a los que debemos apoyar a toda costa y proteger de los tecnócratas y bribones del color de turno que sólo buscan resultados sin evaluar las condiciones ni las necesidades de campo. Darse cuenta, finalmente, de que el país somos nosotros (y no los otros, como un anexo de la individualidad militante) en cada acción u omisión que debiera dignificarnos. Y todo esto nada más que por empezar a reflexionar sobre nuestros hospitales públicos.