12 de febrero de 2016

Darse Cuenta



Hablando del estado (y tratamiento!) de nuestros hospitales, anoche volví a ver Darse Cuenta, del enorme Alejandro Doria, y a pesar del indudable paso de los años sobre algunas escenas y ciertos clichés del guión, volví a emocionarme y enfurecerme por la irreverente actualidad social y humana que revela la trama de esta peli de mediados de los ochenta. Para los que no la vieron, narra las vicisitudes de un médico en un hospital público devastado y en proceso de “reorganización” que, en plena crisis de identidad profesional y personal, decide hacerse cargo de un paciente joven que luego de sufrir un grave accidente de moto quedara postrado y abandonado por su familia de escasos recursos y su pareja negada a hacerse cargo de la discapacidad. Como banda de sonido tan minimalista como poderosa, la Maza de Silvio Rodríguez. Las actuaciones justas de Luis Brandoni, China Zorilla, Luisina Brando, María Vaner, Dora Baret y el debut en pantalla grande de Darío Grandinetti logran acordes irreprochables. La narración, que es esencialmente un drama que incluye varios dramas interdependientes (la impotencia de la pobreza, la desesperación frente al desamor marital, la invisibilidad del futuro profesional, el estado desastroso del servicio público hospitalario) apunta en todo momento a mostrar al protagonista atrapado en la desazón y colgado de un hilo muy fino, que es el de restablecer a su paciente valiéndose de los recursos mínimos con los que cuenta. Una vieja película argentina recomendable que deja un gusto agridulce y dispara necesariamente varias reflexiones.
Y las reflexiones que me surgieron son, ¿por qué nuestros hospitales públicos agonizan desde hace décadas? ¿Por qué las sucesiones de administraciones empeoran sistemáticamente el estado de las cosas? ¿Por qué el valor humano y profesional, tan preciado y encumbrado por la generalidad de la gente y los flamantes gobiernos de turno, siempre termina desaprovechado, cuando no desacreditado? ¿Por qué empeñarse en pedirle productividad a las instituciones que no fueron diseñadas para otra cosa que no sea la de rendirle el servicio real (y no solamente nominal) que se le debe a la comunidad, en especial la de sectores con pocos o ningún recurso? ¿Por qué politizar lo “impolitizable” y terminar mirando al costado (derecho o izquierdo) mientras enfrente se nos caen a pedazos los logros sociales que supimos conseguir? Y la lista de porqués seguiría con respuestas quizá complicadas o simples afirmaciones del estilo, porque somos mayorías alternantes de boludos crónicos. Y aclaro que, para mí, inaugurar por cadena nacional hospitales que no van a funcionar es lo mismo que dejar degradarse los ya funcionales por la desidia de administraciones corruptas o irreverentes.
El título de la peli es obviamente revelador de una necesidad nacional tanto de aquella época (acabábamos de salir del horror represivo de los gobiernos de facto) como ahora, luego de más de tres décadas de plena democracia: darse cuenta. Darse cuenta de que no todo puede ni debe traducirse en productividad. Darse cuenta de que nuestro voto es el cheque en blanco que otorgamos a quienes nos gobiernan. Darse cuenta de que lo público es de todos y para todos. Darse cuenta de que el valor de nuestras instituciones empieza y termina en la valorización de la gente de buena voluntad que las conforman. Darse cuenta de que nos merecemos salud sin precio alguno. Darse cuenta de la importancia inestimable de nuestros hospitales públicos que albergan muchos profesionales y personal dignos y de vocación a los que debemos apoyar a toda costa y proteger de los tecnócratas y bribones del color de turno que sólo buscan resultados sin evaluar las condiciones ni las necesidades de campo. Darse cuenta, finalmente, de que el país somos nosotros (y no los otros, como un anexo de la individualidad militante) en cada acción u omisión que debiera dignificarnos. Y todo esto nada más que por empezar a reflexionar sobre nuestros hospitales públicos.