19 de octubre de 2017

Plantar

Se plantan gajos y árboles
Se plantan esperanzas y semillas
Se plantan bulbos y esquejes
Se plantan las fundaciones de una casa
y el deseo de un mundo mejor
Se plantan expectativas
y hasta sueños
Se planta un pie y el ánimo
Se planta la mano en el hombro
y los labios sobre los labios
Se plantan el sexo y la palabra
Se plantan el hito, el parante,
el tutor, el apoyo, el mojón
He visto que se plantan dudas y miedos
en lugar de plantar abecedarios y educación
He vivido la implantación del terror y la injusticia
en el lugar que debiera plantarse futuro y certeza
En la piel me han plantado títulos y oprobios
Que se secaron dejando cicatrices indelebles
Plantaron carencias y limitaciones
Plantaron mandatos que no termino de desenraizar
Plantaron miedo, mucho miedo
Leo y escucho que hay quien vive plantando odio y rencor
Plantan deshumanidad como desierto
Se planta maleza por intereses que ahogan el terreno
Plantan y nos secan la tierra
Plantan y se nos llevan el alma
Nos plantan la desesperanza y la desesperación
las cultivan, las cosechan y se enriquecen desvergonzadamente
Plantan burla y desprecio detrás de sus máscaras
todas con la misma sonrisa angelical
Plantan dolor y miseria y nos obligan a recolectar
Plantan mezquindad e intereses
Y nos vuelven más empobrecidos, ¡que no pobres!
Hablan hoy de que se pueden plantar cuerpos
Se (im)planta la idea del cuerpo
Se planta más duda, más odio
¡Grandes agricultores de lo peor de la humanidad,
no planten nada más!
Nos hacen mal
Que seas vos, Santiago, ese cuerpo
aunque quisiera que no lo seas
Y si así fuera, que me digan quién es para respetarlo
Que estés vivo y que esto sea un malentendido más
No quisiera que seas la piel descompuesta y politizada
que queda en ese cuerpo que encontraron si no es el tuyo
Y si lo es, que se sepa por qué sos cuerpo
Por quiénes y cómo
y que se pague lo que haya valido tu vida invaluable
Y que nunca más se otorgue terreno
a quien pretenda plantar rabia por votos
o mentiras por atención
Que estés vivo y descanses en paz
Que alguien sepa plantar en el espíritu devastado de los tuyos
el humano consuelo de la pérdida irreparable
Que se terminen de plantar las pautas dignas en esta sociedad confundida
para sentir la certeza de que se planta vida y esperanza,
nunca cuerpos

AL 

24 de septiembre de 2017

El Pescador de Perlas / Le Pêcheur de Perles


El Pescador de Perlas

Para Tinh-may la medida del tiempo eran los ciclos de las mareas, la sucesión de luz y oscuridad, y la tenue diferencia de la temperatura entre el día y la noche. Jueves era cuando el cesto estaba lleno y el estómago se hartaba de algas y cangrejos. Entonces se volvía a Qui Nhon con su tesoro. Como el lunes, que sólo significaba haber atravesado con su bote decenas de millas hasta el atolón.

La distancia, de hecho, era la verificación de la cresta de la ola primaria más la que seguía al último eco. El horario de trabajo significaba simplemente la posibilidad de visualizar en cada zambullida el fondo rocoso de la laguna interior que formaba el islote. Luego nada más quedaba hidratar su cuerpo saturado de sal y de sol con sorbos medidos de preciosa agua dulce y recostarse en la hamaca improvisada para admirar el techo de estrellas.

Pteria margaritifera no quería decir nada para él, ni siquiera otra cosa que la familia de ostras que proliferaban cerca del islote. Sin embargo, Tinh-may sabía bien que en ese sitio apartado podía recolectar los frutos que el mar producía: esas esferitas, curiosamente negras y refulgentes, que le sacaban de las manos los comerciantes del mercado a cambio de algunos billetes o de la comida con la que mantenía a su familia.

Tinh-may, antes de dormir, dejaba que la Mujer del Mar lo arrullara y le acariciara su rostro de niño. Le agradecía en silencio las lágrimas que veía caer de sus ojos, porque de ellas nacerían durante la noche las perlas negras que él cosecharía por la mañana.

Así, al amanecer, Tinh-may se dejaba despertar por el murmullo insistente de las olas que lo invitaban a recomenzar el juego.


Le Pêcheur de Perles

Pour Tinh-mai, la mesure du temps était le cycle des marées, la succession de lumière et obscurité et la subtile différence de température entre le jour et la nuit. Jeudi était lorsque le panier débordait et l'estomac lâchait, repu d’algues et des crabes. Puis il rentrait à Qui-  Nhon avec son trésor. Comme les lundis, que signifiait tout juste devoir traverser le large une dizaine de miles dans sa pirogue jusqu’à l'atoll.

La distance, du fait, n’était que la vérification de la crête de la première vague ajoutée à l’écho de la prochaine. Les heures de travail signifiaient tout simplement la possibilité de repérer à chaque plongeon le fond rocheux du lagon qui formait l'îlot. Puis, il ne lui restait qu’à hydrater le corps saturé du sel et de soleil buvant des gorgées mesurées d'eau douce très précieuse et de se reposer dessous un toit de fortune sur le hamac pour admirer les étoiles.

Pteria margaritifera ne signifiait rien pour lui, même pas la famille d'huîtres que proliféraient à proximité de l'îlot. Toutefois, Tinh-mai savait que dans ce lieu isolé il pourrait recueillir les fruits que la mer produisait: ces petites sphères, curieusement brillantes et noires, que les commerçants du marché lui arrachaient de ses mains en échange de quelques billets ou d'aliments avec lesquels soutenir sa famille.

Tinh-mai, avant de s’endormir, se laissait bercer par La Femme de la Mer qui caressait son visage d'enfant. Il lui remerciait silencieusement les larmes qu’il voyait tomber de ses yeux, car d’elles allaient naître pendant la nuit les perles noires qu’il moissonnerait le matin.

Alors, dès l'aube, Tinh-mai se laissait réveiller par le murmure insistant des vagues qui lui invitaient à recommencer le jeu.

Elementos Básicos – Éléments Fondamentaux, Del Agua, Alejandro Luque @2016



11 de agosto de 2017

La Jubilación de Atilio Larreja



No hubo despedida oficial para Atilio Larreja. Con una pequeña caja de cartón bajo el brazo izquierdo y en la mano derecha un sobre conteniendo un CD —el último que le quedaba por entregar—, Larreja se dirigió sin exaltación al despacho de Recursos Humanos para firmar los papeles que oficializaban su retiro. Mientras se alejaba de lo que había sido por décadas su escritorio y atravesaba los de sus colegas de la Oficina Nacional de Censura, pensaba en el descanso anticipado que le imponían. No extrañaría aquel antro viciado de insonorización, cruces rojas, bandas negras y cortes. Se cruzó con la esbelta pelirroja que ya conocía bien. La pulposa venía dispersando vahos de ese perfume empalagoso que le revolvía el estómago, carpetas en mano y presta a ocupar el lugar que él acababa de quitar. Se ignoraron. Frente al despacho, Atilio dejó la caja con sus bártulos sobre un mostrador, se reacomodó los lentes que hacía rato dejaron de contrarrestar su hipermetropía, se ajustó la odiosa corbata de rigor y aplastó las canas rebeldes que le quedaban en las sienes y que le agregaban diez años a su edad. Golpeó y entró sin esperar.
En el archivo de audio se escucha con claridad la voz excitada de una mujer: “Te estoy esperando desnudita en nuestro nido, conejito. ¿Preferís aburrirte con la [pip] de mi hermana o revolcarte ahora conmigo?”. A lo que el interlocutor responde: “Estoy en camino, mi Carmina Putana. La [pip] de [pip] de mi mujer no cuenta, ya sabés. ¿Qué te estás tocando, [pip] mía? Te voy a [corte de banda]. La [pip] me va a reventar el cierre del pantalón”. Y ella: “Vení ya a toquetearme, mi hexápodo perverso, que la [pip] se me hace agua”.
El hombre, más joven que él, levantó la vista sin mayor interés, esbozó un saludo protocolar y lo invitó a tomar asiento con un gesto de la mano. Desde el escritorio que acababa de desocupar, Atilio lo había visto trepar varias jerarquías propias de la Oficina en un tiempo récord y volverse el inescrupuloso y poderoso jefe de Recursos Humanos. El mismo que le había negado la posibilidad de extender su actividad laboral por dos años más y jubilarse con mejor prorrata. Se sentó sin decir una palabra, corrigió la postura, puso entre las piernas el sobre y se frotó las palmas de las manos húmedas de ansiedad. Mientras evitaba inhalar el aire perfumado del despacho para ahorrarse más vértigo estomacal, se permitió evaluar el mal gusto de la decoración, la falta de luz por unas cortinas amarronadas que tapaban la única ventana que daba al exterior, el ficus artificial cubierto de polvo en un rincón, la foto familiar —mujer y dos nenas— encuadrada en falso metal y varias carpetas apiladas sobre el escritorio y en una mesa escuálida al costado.
—¿Preparado para vivir la gran vida, Larreta? —escuchó que le preguntaba el otro con exagerada jovialidad.
—Larreja —corrigió imperturbable.
—Todos los papeles están listos —agregó el hombre usando ese entusiasmo exuberante que Atilio conocía bien, y siguió—: me he ocupado personalmente de las certificaciones para que cobre lo más rápidamente posible, ¡y a vivir la vida, Larreta!
—Es Larreja, y le agradezco el empeño.
—Mire… Yo intenté alargar su situación, pero usted sabe cómo son los quisquillosos de arriba —declaró en mentada confidencia el director, los brazos apoyados sobre el escritorio.
—Veo —respondió Atilio buscándole la mirada sin éxito—. Me acabo de cruzar con la mujer a punto de tomar posesión de mi despacho —agregó con dejo irónico—. Bien podría haber esperado dos años para ofrecerle mi puesto.
—Eh… ¡Pero qué son dos años, Larreta! ¿Unas monedas más en su seguro jubilatorio? Por esos cacahuetes usted está libre desde hoy y abre paso a la juventud con dignidad. Si supiera cómo lo envidio, cómo quisiera estar en su lugar… —El joven retomó su posición para buscar entre los papeles del escritorio uno que le extendió enseguida—. Firme abajo a la derecha, ¡y a vivir la vida, Larreta!
Atilio Larreja leyó con detenimiento los detalles de su jubilación anticipada. Luego firmó. Devolvió el papel buscando una vez más la mirada del hombre, pero éste sólo recibió el documento, estampó un sello con ruido sordo y lo acomodó en una carpeta. Dejó su asiento, rodeó el escritorio y se acercó a Atilio que se incorporaba y recuperaba el sobre de entre sus piernas.

El video muestra la dirección en una calle y hace zoom en un portal. A continuación se enfoca el interior de uno de los departamentos. En primer plano se ve con bastante claridad el cuerpo de un hombre desnudo. Una cruz roja oculta su sexo.
—¡Ah, Larreta! —exclamó extendiendo la mano—. Le agradezco en nombre de la Oficina su valioso empeño al servicio de nuestros conciudadanos que esta familia insobornable protege de todo acto inmoral.
Se le acerca una mujer pelirroja con el sexo y los senos cubiertos por barras negras. Se abrazan, se besan [corte de banda].
Atilio Larreja no le correspondió; siempre había sentido cierta aprensión por esos seis dedos que el joven mostraba sin prejuicio. En cambio, le extendió el sobre con el CD. Sin bajar la vista advirtió con parsimonia:
—Su mujer seguramente recibió una copia este mediodía, su pelirroja cuñada ya habrá encontrado la de ella en uno de los cajones de mi antiguo escritorio y el pibe de las diligencias estará dejando la tercera en las oficinas de los quisquillosos de arriba.
El flamante excensor salió de la oficina sin saludar al boquiabierto director de Recursos Humanos, se quitó los lentes y la corbata y los metió en la caja que recogió del mostrador. Antes de abandonar el edificio, tiró la caja de cartón con todo su contenido en la gran máquina trituradora de la planta baja.
El coito explícito sigue sobre el sofá. Aunque una cruz roja impide ver los detalles del acto, ahora el zoom enfoca la mano izquierda del hombre con sus seis dedos apoyados sobre el flanco de la mujer que lo cabalga con inocultable frenesí.

Ya en la calle, encendió el cigarrillo que se había prohibido fumar en los últimos años. Fue en ese exacto momento que Atilio Larreja sintió el júbilo indescriptible de haber concluido el último e impecable acto de su vida profesional.


7 de agosto de 2017

Vos tendrías que


Hace mucho que quiero escribir sobre esta maliciosa construcción del condicional que escucho muy seguido de aquellos que opinan superficialmente –y no dudo que de buena fe– sobre lo que uno debe hacer según ellos para resolver la situación de mierda que nos acontece y que ellos perciben desde su lugar.
No hay expresión menos empática que el “Vos tendrías que”. Este condicional –paquete modo que aprendimos a usar para relativizar el rigor de algo que queremos afirmar–, tiene un componente en castellano que es el verbo tener y que se usa en este caso como mandato equivalente al deber. El condicional lo suaviza, onda que lo que vos pensás que tengo que hacer, que debo hacer, para no presionar, se transforma en el vos tendrías que, que suena mucho mejor, porque parece que no obliga y, por sobre todo, le saca racionalmente al emisor la responsabilidad de que vos encuentres una solución verídica. Es verdad, de hecho no lo hace. Uno podría hacer aquello para que le vaya mejor, que seguir con esto otro con lo que sin lugar a dudas no la va tan bien. Recuerden: poder es posibilidad, tener es deber o mandato. Uno le agrega el condicional y parece que son la misma cosa, pero no lo son.
Lo que jode doblemente al receptor del “vos tendrías que” (receptor que, desde el vamos, está en falta frente al emisor, ya que éste piensa que uno no está haciendo lo que “habría” de hacerse) es sentir en carne propia que todo lo que uno ha intentado, vivido, fracasado y vuelto a intentar, para el otro no es suficiente, que no sirve ni existe, que uno está ahí sangrando al pedo porque no vio que se podría haber hecho otra cosa. De hecho, uno “tendría” que haber hecho esa otra cosa que no hizo o no la hizo del todo como “tendría” que haberla hecho. “Estoy sin laburo hace mucho, está complicado” “¿Ya miraste en los avisos en el diario?” “Sí, claro. Hay trabajo en este rubro, pero no es el mío” “Ah, vos tendrías que pensar en lo que querés” “Yo sé lo que quiero” “Sí, pero vos tendrías que ser menos pretencioso y reconvertirte” “Reconvertirme, de acuerdo, pero ¿en qué, cómo? Y vos, ¿sabés qué es reconvertirse?” “Bueno, yo te digo lo que me parece que tendrías que hacer” “Gracias”.
A veces no existe este diálogo, porque el que está buscando laburo y no lo encuentra, o al que le va mal en una relación y no logra cambiarla, o quien intenta hacer las cosas de otra manera pero no puede; en resumen, el que “tendría que” hacer lo que no hace según el otro se enmudece pensando que las cosas en su vida están aún peor de lo que estaban antes de recibir esa lección de dirección preclara y bien fundada, porque está disfrazada de ese condicional implacable que no obliga aunque ponga en falta.
Yo me pregunto, ¿cuándo nos volvimos tan pelotudos como para pensar que si el otro está mal es uno quien la tiene clara? ¿Cuándo nos convencieron –y quién lo hizo– de que la empatía es crear distancia, altura y diferencia? Porque cada vez que decimos una frase que empieza por “vos tendrías que” nos alejamos años luz de la realidad del otro. La empatía no tiene nada que ver con eso. Cuando decimos “vos tendrías que” –no nos mintamos– no le estamos dando una pista real y con onda al otro, no le estamos brindando ayuda alguna porque no estamos ni ahí de ponernos en su lugar, de acercarnos, si más no fuera, a entender realmente su problema: le estamos diciendo que debiera hacer eso que pensamos, que seguramente ni siquiera nosotros haríamos, y que no hay nada más que discutir. El “vos tendrías que” es una putada por eso: es indiscutible, es un juicio, desde cualquier lado que se lo mire es algo infranqueable, y suele terminar con la misma lógica impardable del otro famoso “hacé lo que te parezca”. Cada vez que decimos "vos tendrías que", a sabiendas o no, estamos emitiendo un juicio sobre el otro. Sí, lo juzgamos porque desde nuestro lugar nos parece claro el camino que el otro debiera seguir, sin detenernos un momento a "sentir" lo que el otro está sintiendo y necesitando en su lugar. El "vos tendrías que" es la No-Empatía.
En un atelier que seguí hace unos meses para organizar mi situación de desempleo, la instructora puso desde el primer día una única consigna que teníamos que respetar a rajatabla. Cada vez que nos dirigiéramos a uno de nuestros pares del atelier para indicarle algo que pensábamos sobre su histórico o sus formas de hacer o no hacer, teníamos que hacerlo utilizando el encabezado “En tu lugar yo…”. Jamás el “Tendrías que”. A fuerza de cumplir con la consigna, esos desconocidos que éramos y con los que nos fuimos conociendo a lo largo del taller, dejaron de ser un objeto de juicio para transformarse en personas iguales que tienen problemas distintos a los de cada uno, como los de cada uno son distintos a los de los demás. Todos estamos en el mismo quilombo del que cada uno sabe que no es fácil salir ni por dónde, aunque sabemos que tenemos que hacerlo, que "tendríamos que hacerlo", y que lo que menos necesitamos es que desde una cierta altura de superación y falta de verdadera empatía alguien venga a decirnos lo que tendríamos que hacer sin haber medido por un segundo a quién se lo están diciendo y viniendo desde qué lugar.
Por favor: no digan más lo que ustedes piensan que tendría que hacer el otro. Cada vez que lo hacen es seguro que lo dañan, lo frustran, lo ningunizan y, por sobre todo, no le están dando la pista a la solución que necesita, que está buscando desesperadamente o desde sus propias limitaciones. Si no se pueden poner en el lugar del otro, que es lógico, no digan nada. Es preferible que no le digan nunca nada. Y tengan en cuenta que están rodeados de muchos, cientos, miles, miles de miles de otros que sienten, viven y se desencarnan a cada segundo, a cada minuto, todos los días al despertarse, cuando se lavan los dientes, cuando abren el diario, cuando se meten la mano en el bolsillo, cuando apagan la luz, cuando te los cruzás en la calle o vienen a tu casa o te los encontrás en FB o en la mesa de un café. Todos ellos sienten exactamente lo mismo cuando alguien empieza o termina sermoneándolos con el puto “vos tendrías que”. Y lo digo por simple y pura empatía que, a estas alturas de lo incomprensible, se me hace tan necesaria como el aire cada vez más putamente enrarecido que respiramos todos por igual.



4 de agosto de 2017

222


222 millones de euros es la suma que va pagar el club de fútbol parisino Paris Saint-Germain a su par en Barça  por la transferencia de un chico de 25 años a su plantel. ¡222 millones de euros para perseguir y patear una pelota unas horas por mes y entretener a una importante población de gente por ese rato! Gente que, en su media y en el mejor de los casos, recibe un salario de 1800 euros por mes por laburar 40 horas semanales. 222 millones de euros es el equivalente de 10.000 salarios de esa gente durante diez años (120.000 salarios medios). Pero el asombroso tema no termina ahí. Este muchacho, quien debe ser un deportista excepcional, ganará 30 millones de euros netos de impuestos por año, durante 5 años. ¡30 millones de euros anuales netos, 150 millones de euros en 5 años! Esta gente del público para la que existen estos eventos del fútbol y que hay que entretener (sin olvidar que, además, pagan el espectáculo asistiendo al evento o siguiéndolo por los medios), tiene que laburar un promedio de 35 a 40 años para obtener una jubilación que (y otra vez, en el mejor de los casos) será del 80% de ese salario de 1800 euros, o sea: unos 1500 euros de jubilación por mes. Por lo que el salario de este chico de 25 años en los próximos 5 años representa 10 años de jubilación de 10.000 gentes de este público, que son quienes al final justifican y consolidan este enorme despropósito humano. Que no es el único, es verdad. Y así estamos.



222 millions d'euros est la somme à payer par le club parisien de football Paris Saint-Germain à son pair Le Barça pour le transfert d'un garçon de 25 ans à son équipe. 222 millions d'euros pour taper et poursuivre une balle pendant quelques heures par mois et d’amuser une grande population de personnes y durant ! Des personnes qui, dans leur moyenne et au mieux, reçoivent un salaire de 1800 euros par mois pendant 40 heures par semaine. 222 millions d'euros représente l'équivalent de 10 000 salaires de ces personnes pendant dix ans (120 000 salaires moyens). Mais le sujet incroyable ne s'arrête pas là. Ce garçon, qui doit être un athlète exceptionnel, gagnera 30 millions d'euros nets d'impôts par année pendant 5 ans. 30 millions d'euros par an nets, 150 millions d'euros en 5 ans ! Ces personnes du public pour lesquelles ces événements de football existent, et qui doivent être amusés (sans oublier que, en plus, ils paient le spectacle en y assistant ou en le suivant dans les média), il faut qu’ils bossent en moyenne 35 à 40 ans pour obtenir leur retraite que (et encore, dans le meilleur des cas) ne sera qu’un 80% de ce salaire de 1800 euros, soit environ 1500 euros de retraite par mois. Ainsi, le salaire de ce garçon de 25 ans au cours de ces 5 prochaines années représente 10 ans de retraite de 10 000 personnes de ce public, qui sont finalement ceux qui justifient cette énorme absurdité humaine. Que ceci ne soit pas la seule bêtise, c'est vrai. Pourtant, nous y sommes.


AL


13 de junio de 2017

Escribir

El placer de escribir, como una manera de orgasmear desde el deseo la frustración del día o del mes o del año; como una forma básica de exorcizar los diablos de la mente viciada de entuertos circulares.

Escribir con el intento de mudarse de tanta repetición como de una cáscara que cubre otra cáscara.


Escribir como si se tratara de esculpir una quimera más que intenta definir: definir los cómo y los cuándo y los dónde mierda uno finalmente está o no quiere estar. Como si el hecho de estar o no fuera la condición literaria de la persistencia.

Escribir un cacho, vomitarse maltrecho desde el encono diario; escupir envalentonado sobre el rostro del que lee, aunque sea el de uno mismo, una realidad indiscutiblemente subjetiva como todas las otras putas realidades que cobran vida atravesando la puerta de casa y terminan en el claustro donde se labura o se busca laburo. Pretensión escrita que será (mal)interpretada, (ir)razonablemente (mal)interpretada.

Escribir porque uno se siente ese cúmulo de controversias inescrutables navegando un mar discutible de experiencias propias y ajenas, tan vagas y exactas como las de cualquiera que siempre goza de la posibilidad de escribir mejor que uno.

Escribir, que es también describirse, para lanzar un códice al mar con la duda de si el mensaje en la botella será alguna vez rescatado por un insensato aventurero con ansias de decodificarnos.

Escribir borracho de (des)esperanza y de (des)consuelo. Saber finalmente, en algún recodo incógnito del ser, que uno empieza a escribir para uno mismo y que eso no indulta el motivo, que ni siquiera lo apacigua ni lo valida.

Escribir detrás de la estrategia que persigue ese endemoniado y supuesto equilibrio que deviene después de la catarsis.

Escribir una carta, un cuento, una protesta, una confesión; escribir, aunque más no sea, un miserable mensaje.

Escribir prometiéndole al ego insaciable la quimérica gloria transpersonal, a sabiendas de incumplir la promesa por falta del mérito esencial.

Escribir, aunque sólo se trate de exudar el miasma del alma para reconocer, al fin, que el acto no sea ni más ni menos que eso: el placer masturbatorio de escribir por todo esto y mucho más.

***

Pueden descargar sin cargo mis libros en formato EPUB, MOBI y PDF en los enlaces que pego aquí abajo, como así también compartirlos con total libertad.


Elementos Básicos – Eléments Fondamentaux (Edición bilingüe – Edition bilangue)

Cuaderno de Etapas Cortas






8 de abril de 2017

horrible

debe ser horrible escuchar otra bomba que cae en la esquina llena de escombros o en la terraza del edificio a punto de desmoronarse acribillado de balas y morteros debe ser horrible pensar después de la explosión que esta vez no fue tan grave y que no hace falta esconderse debe ser horrible que justo después de la explosión empiece el mareo y que la cabeza quiera explotar como la bomba debe ser horrible creer por un momento que esa bomba pueda ser inofensiva debe ser horrible no poder entender las reglas del juego de los grandes mientras el gas se pega a la piel a la ropa a las mucosas debe ser horrible sentir picazón por todos lados como la cara las manos los pies debe ser horrible sentir que pican la garganta los ojos los pulmones y la sangre debe ser horrible querer rascarse los pulmones y la sangre y no poder debe ser horrible pretender respirar cuando los pulmones se endurecen y las mucosas se cuartean debe ser horrible sentir la asfixia que avanza un poco más en cada intento de inspirar debe ser horrible el dolor de las tripas desgarrándose y de la hiel subiendo por el esófago dificultando todavía más el respiro que ya se apaga debe ser horrible el último segundo el último instante del último segundo de vida de una criatura de unos pocos años de cualquier criatura sin importar los años que se muere envenenada por el gas tóxico que alguien puso en una bomba infame y la largó sobre la población así de horrible es la bomba más infame de todas las bombas

31 de marzo de 2017

Empatía



En estos días, en estos años, en este tiempo en el que nuestras urgencias individuales nos provocan esa presbicia social y cultural que no tiene solución en ninguna óptica de barrio o centro comercial, yo propongo salir a la calle a gritar, a hacer huelgas y pedir que las seguridades sociales nos cubran los lentes de la empatía. En esta época en la que cada franja tribal vitupera la que percibe en frente, al costado, arriba o abajo, yo pido porque los poderes legislativos, ocultos o no, nos marquen el camino legal hacia la empatía. Ahora que todo es inmediato, noticias, opiniones, juicios, irrelevancias y menosprecio, ahora que las distancias parecen haber desparecido y todas las personas nos creemos ver, entender, experimentar, comprender, sentir todo y a todos a través de las redes y sus inmediateces, yo pido por que nos envíen el enlace interactivo y permanente de la empatía. Hoy que la educación se nos cae a pedazos por opiniones, posturas, políticas, intereses y ausencia total de visión de futuro de todas las partes, yo reclamo que el primer día de cualquier clase les expliquemos y declinemos en todas sus formas a nuestro futuro qué quiere decir empatía, que lo escriban cien veces, mil veces, recorten y peguen, pero que entiendan al menos una vez su significado. En este momento en el que mueren pibes de hambre, de guerra, de odio, de abandono, de desvida; en este preciso momento en el que seguro hay alguien a menos de cien metros de nosotros que está solo, desamparado, al borde del abismo, necesitando una mano, enfermo, devastado, a punto de desvivirse, yo exijo que los candidatos que nos gobiernan y los que están haciendo campaña para hacerlo, nos digan claramente cómo van a implementar la empatía en el pueblo, en sus votantes, en sus ciudadanos; que lo digan sin peros ni timidez; que lo griten, que lo enarbolen como bandera. Ya quiero que los poderes judiciales penalicen la delincuencia de los apáticos con penas de empatía forzada; que se propongan ministerios de empatía durable y que se defina una cartera para establecer y mantener líneas verdes que reciban los reclamos de empatía. Que nadie en este mundo se vea privado de empatía. Que nadie nunca pueda decir que una persona no haya sabido ponerse en su lugar. Que el dolor nunca más sea un sentimiento ignorado. Que la invalidez, la enfermedad y el desamparo no vuelvan a ser un camino en soledad para quienes no quieran estar solos. Que la diferencia jamás sea la excusa para segregar. Y en este instante que ya se acaba exijo al individuo humano el compromiso de su propia humanidad: humanidad sin la que no seremos otra cosa que esto que estamos siendo, sufriendo, aceptando, destruyendo, ignorando por ausencia de empatía.

24 de marzo de 2017

Límite Exterior de la Plataforma Continental Argentina




El 22 de Marzo de 2017, la Comisión del Límite Exterior de la Plataforma Continental, dependiente de la Covención sobre los Derechos del Mar de la ONU, aprobó la zona pendiente de resolución (en rojo en el mapa) de 1633 km2, con lo que se concluye el reconocimiento del espacio marítimo-oceánico de la República Argentina que se extiende más allá de las 200 millas marinas desde la costa, y suma al territorio nacional 1.700.000 km2 de soberanía y juridicción para la explotación y conservación de recursos, como así también para fundamentar con argumentos aún más sólidos las demandas por litigios en Malvinas e islas del Atlántico Sur, sobre los que la Comisión no se expide. El proyecto fue presentado en 2009 durante la gestión de Cristina Fernández de Kirchner y fue aprobado con dos reservas (zona roja) en Marzo de 2016 durante la gestión de Mauricio Macri quien continuó la línea diplomática de su predecesora para que la comisión concluyera con la total aceptación del proyecto el 22 de Marzo de 2017. 




(Fuentes: Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto, Información para la prensa 088/17, 
Comisión Nacional del Límite Exterior de la Plataforma Continental

3 de febrero de 2017

Sobrevivientes, novela de Fernando Monacelli


Un poco tarde, leída la novela Sobrevivientes de Fernando Monacelli, premio Clarín Novela 2012. El libro ofrece al final una factura respetable aunque me dejara un gusto dulzón innecesario y no el que hubiese querido sentir luego de haber recorrido los meandros bien sinuosos que atraviesan los peculiares personajes de esta pieza construida en bloques y flashbacks. A pesar de una prosa pulida, sobria y certera, la lectura al comienzo no es fácil. El autor ha decidido eliminar al narrador omnipresente y definir cada personaje y sus situaciones en el tiempo con recursos literarios y gráficos distintivos: monólogos, diálogos, relato en primera o tercera persona, cartas, etc. Una vez que se entiende la mecánica del lenguaje y sus señas, surge ese interesante conjunto de historias intrincadas y escabrosas que se inician con el pedido que hace una vieja mujer a una periodista de buscar a su nieto, hijo de su hijo conscripto muerto luego del hundimiento del General Belgrano durante la guerra de Malvinas. Es a través de la investigación que la protagonista lleva a cabo sobre la historia de esta abuela, que los personajes comienzan a aparecer en una pampa desolada, arbitraria y en pleno olvido en la que el rigor y la desidia de la posguerra embaten las vidas de los combatientes sobrevivientes y sus entornos familiares. No hay juicio de la guerra en sí, sino una serie de instantáneas que muestran una sociedad incapaz de hacerse cargo de ella después y de una estructura política salpicada de ciertos personajes oportunistas y mezquinos que recuerdan el horror de la expropiación de los hijos de desaparecidos durante la dictadura militar. Quizá el valor más importante de la novela sea justamente la denuncia implícita de esa parte de la sociedad irresponsable, engendro enfermo de descompromiso y desmemoria que surgió en –o se continuó a partir de– 1982 y del que aún hoy se escuchan sus latidos. Creo que es una novela recomendable para quienes no se sientan perturbados por la no linealidad del relato y la desestructuración de la acción, de hecho es un buen desafío literario. Con un fondo innegablemente policial, seguramente tambéin la disfrutarán aquellos sedientos de las historias apócrifas que yacen escondidas detrás de la posverdad de la derrota y nuestros héroes. AL

Sobrevivientes
Fernando Monacelli
Narrativa argentina, novela
Editorial Alfaguara (Clarín)
2012