7 de agosto de 2017

Vos tendrías que


Hace mucho que quiero escribir sobre esta maliciosa construcción del condicional que escucho muy seguido de aquellos que opinan superficialmente –y no dudo que de buena fe– sobre lo que uno debe hacer según ellos para resolver la situación de mierda que nos acontece y que ellos perciben desde su lugar.
No hay expresión menos empática que el “Vos tendrías que”. Este condicional –paquete modo que aprendimos a usar para relativizar el rigor de algo que queremos afirmar–, tiene un componente en castellano que es el verbo tener y que se usa en este caso como mandato equivalente al deber. El condicional lo suaviza, onda que lo que vos pensás que tengo que hacer, que debo hacer, para no presionar, se transforma en el vos tendrías que, que suena mucho mejor, porque parece que no obliga y, por sobre todo, le saca racionalmente al emisor la responsabilidad de que vos encuentres una solución verídica. Es verdad, de hecho no lo hace. Uno podría hacer aquello para que le vaya mejor, que seguir con esto otro con lo que sin lugar a dudas no la va tan bien. Recuerden: poder es posibilidad, tener es deber o mandato. Uno le agrega el condicional y parece que son la misma cosa, pero no lo son.
Lo que jode doblemente al receptor del “vos tendrías que” (receptor que, desde el vamos, está en falta frente al emisor, ya que éste piensa que uno no está haciendo lo que “habría” de hacerse) es sentir en carne propia que todo lo que uno ha intentado, vivido, fracasado y vuelto a intentar, para el otro no es suficiente, que no sirve ni existe, que uno está ahí sangrando al pedo porque no vio que se podría haber hecho otra cosa. De hecho, uno “tendría” que haber hecho esa otra cosa que no hizo o no la hizo del todo como “tendría” que haberla hecho. “Estoy sin laburo hace mucho, está complicado” “¿Ya miraste en los avisos en el diario?” “Sí, claro. Hay trabajo en este rubro, pero no es el mío” “Ah, vos tendrías que pensar en lo que querés” “Yo sé lo que quiero” “Sí, pero vos tendrías que ser menos pretencioso y reconvertirte” “Reconvertirme, de acuerdo, pero ¿en qué, cómo? Y vos, ¿sabés qué es reconvertirse?” “Bueno, yo te digo lo que me parece que tendrías que hacer” “Gracias”.
A veces no existe este diálogo, porque el que está buscando laburo y no lo encuentra, o al que le va mal en una relación y no logra cambiarla, o quien intenta hacer las cosas de otra manera pero no puede; en resumen, el que “tendría que” hacer lo que no hace según el otro se enmudece pensando que las cosas en su vida están aún peor de lo que estaban antes de recibir esa lección de dirección preclara y bien fundada, porque está disfrazada de ese condicional implacable que no obliga aunque ponga en falta.
Yo me pregunto, ¿cuándo nos volvimos tan pelotudos como para pensar que si el otro está mal es uno quien la tiene clara? ¿Cuándo nos convencieron –y quién lo hizo– de que la empatía es crear distancia, altura y diferencia? Porque cada vez que decimos una frase que empieza por “vos tendrías que” nos alejamos años luz de la realidad del otro. La empatía no tiene nada que ver con eso. Cuando decimos “vos tendrías que” –no nos mintamos– no le estamos dando una pista real y con onda al otro, no le estamos brindando ayuda alguna porque no estamos ni ahí de ponernos en su lugar, de acercarnos, si más no fuera, a entender realmente su problema: le estamos diciendo que debiera hacer eso que pensamos, que seguramente ni siquiera nosotros haríamos, y que no hay nada más que discutir. El “vos tendrías que” es una putada por eso: es indiscutible, es un juicio, desde cualquier lado que se lo mire es algo infranqueable, y suele terminar con la misma lógica impardable del otro famoso “hacé lo que te parezca”. Cada vez que decimos "vos tendrías que", a sabiendas o no, estamos emitiendo un juicio sobre el otro. Sí, lo juzgamos porque desde nuestro lugar nos parece claro el camino que el otro debiera seguir, sin detenernos un momento a "sentir" lo que el otro está sintiendo y necesitando en su lugar. El "vos tendrías que" es la No-Empatía.
En un atelier que seguí hace unos meses para organizar mi situación de desempleo, la instructora puso desde el primer día una única consigna que teníamos que respetar a rajatabla. Cada vez que nos dirigiéramos a uno de nuestros pares del atelier para indicarle algo que pensábamos sobre su histórico o sus formas de hacer o no hacer, teníamos que hacerlo utilizando el encabezado “En tu lugar yo…”. Jamás el “Tendrías que”. A fuerza de cumplir con la consigna, esos desconocidos que éramos y con los que nos fuimos conociendo a lo largo del taller, dejaron de ser un objeto de juicio para transformarse en personas iguales que tienen problemas distintos a los de cada uno, como los de cada uno son distintos a los de los demás. Todos estamos en el mismo quilombo del que cada uno sabe que no es fácil salir ni por dónde, aunque sabemos que tenemos que hacerlo, que "tendríamos que hacerlo", y que lo que menos necesitamos es que desde una cierta altura de superación y falta de verdadera empatía alguien venga a decirnos lo que tendríamos que hacer sin haber medido por un segundo a quién se lo están diciendo y viniendo desde qué lugar.
Por favor: no digan más lo que ustedes piensan que tendría que hacer el otro. Cada vez que lo hacen es seguro que lo dañan, lo frustran, lo ningunizan y, por sobre todo, no le están dando la pista a la solución que necesita, que está buscando desesperadamente o desde sus propias limitaciones. Si no se pueden poner en el lugar del otro, que es lógico, no digan nada. Es preferible que no le digan nunca nada. Y tengan en cuenta que están rodeados de muchos, cientos, miles, miles de miles de otros que sienten, viven y se desencarnan a cada segundo, a cada minuto, todos los días al despertarse, cuando se lavan los dientes, cuando abren el diario, cuando se meten la mano en el bolsillo, cuando apagan la luz, cuando te los cruzás en la calle o vienen a tu casa o te los encontrás en FB o en la mesa de un café. Todos ellos sienten exactamente lo mismo cuando alguien empieza o termina sermoneándolos con el puto “vos tendrías que”. Y lo digo por simple y pura empatía que, a estas alturas de lo incomprensible, se me hace tan necesaria como el aire cada vez más putamente enrarecido que respiramos todos por igual.



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