No sé a quién le escribo,
porque si algo sentí durante todo este usado y apocalíptico 2012 es que ya casi
nadie lee, o sea que casi nadie escucha. Mejor dicho, se lee mucha inmediatez y
no menos espontaneidad (aunque suelo dudar), se nada vehemente en el rigor de
los 140 o pocos más caracteres –en la gran mayoría de los casos insuficientes,
por lo tanto frecuentemente polémicos o finalmente intrascendentes por
forzados– como si alguna autoridad incuestionable nos hubiese convencido en masa de que
en la condensación obligada de microexpresarse se encontrara la "posta" y todo
lo demás fuera macrosuperfluo, megainnecesario, hiperpasado de moda o, incluso,
superobviable.
No sé a quién le escribo,
pero me atrevo a apostar que alguien que leerá estas líneas ultranumerosas –y quizá
hasta el final– apretará el iconito de “me gusta” o el de “+1” , según el medio en el que
aparezcan. Porque es verdad que, con todo, hay posibilidad de retorno o
“feedback” en esto de la inmediatez: nos han transformado la vida de relación en
algo mucho más ameno y sencillo, más democrático y global, estratégicamente
autodefinido en su contenido; con eso de “me gusta” estoy participando
activamente, estoy manifestando mi interés y aprobación, mi adherencia sin
limitaciones tanto al concepto ideológico como a la foto de vacaciones, mi
total apoyo a la causa del cáncer como a mi amiga que tiene una descompostura y
se está preparando “live” una taza de té a las 19:42 (hora local) , estoy
poniendo mi firma en la cruzada por los animalitos abandonados, en el petitorio
para que se subvencione el Borda o en la propaganda de alfajores o de un “delivery”
de pizzas (de paso capaz que hasta me saco una de tres quesos según proponen) ;
y si no pongo nada… bueno, será que me lo perdí entre tanta noticia o anuncios
compartidos de mi listita de amigos, o que decididamente no me gusta o que no
cabe el tema de gustarme o no, pero “de eso no se habla” ya que habría que
hacerlo con palabras y conceptos y no existe en la interfase de la inmediatez la
facilidad automática que los resuma. Y así establecemos vínculos en línea y en
tiempo real con nuestros amigos virtuales (la mayoría) y reales (esa minoría no
menos real). Me preguntarán si mi vida social y de relación siempre fue
profunda y explayada, y respondería que, por supuesto, siempre-entre-comillas
no.
No sé a quién le escribo,
para quién estoy haciendo este esfuerzo gramatical, semántico, sintáctico y
morfológico, esta elocución lógica que, como desde hace un tiempo, me deja de
antemano un sabor ralo de placer culpable, masturbatorio; algo así de
contradictorio como pensar simultáneamente que estoy gastando mi tiempo y el de
los otros con la irrefrenable necesidad de hacerlo, de gastar ese tiempo acotado
a un número de caracteres precisos y que en el mejor de los casos tendrá la
respuesta de “a fulano le gustó” lo que pensás, aunque yo no pueda saber si le
gusta cómo pienso, ni si él pensara distinto o tuviera algo que agregar. Es
como estar ahogándome en un mar de comunicación todo terreno de talle estándar
y en modo opción múltiple estricto.
Entonces, ¿para qué
escribir, para quién? ¿Por qué no me sale eso de “lerurizar” la escritura, de
resumir a ultranza frases y metáforas aunque se pierda el sentido, se eliminen
la estética y la reflexión y el placer se me apague? Lo que me parece igual de
válido para un músico: ¿a cuántos segundos tiene que reducir su track para que
lo escuchen entero o qué pantomimas superficiales y cuántos culos rozagantes
tiene que agregar al clip para llamar la atención de la melodía, los instrumentos,
la poética; o para un artista plástico o un fotógrafo, ¿qué economía rigurosa
de elementos, recursos y texturas debe usar en lo que necesita plasmar para que
alguien se detenga más de lo estipulado y logre establecer un diálogo con sus
conceptos? ¿Cómo competir con ese enemigo octopusiano de la inmediatez a
ultranza, de la microcosa obligatoria, del minitiempo socialmente digitalizado
en un rectangulito con apéndice de opinión disfrazado de libre albedrío en una
única dirección posible?
No sé a quién le escribo,
pero para quien quiera leer y se acuerde de cómo hacerlo, me gustaría decirle
que me preocupa esta progresión hacia la chatura sinóptica inmediata. Me
gustaría mostrarle cómo logra “desacercarnos” y llenarnos de dudas. Quisiera
hablarle del verdadero valor del tiempo y de los destiempos, del ocio real y de
la economía verdaderamente útil. Conversar de lo profundo de las cosas sin
bufidos ni desprecios ni cuadraditos limitantes. Evaluar ideas y conceptos sin
miedo a discernir, sin bloqueos con frases y gestos terminantes ni alzadas de
tono intolerantes ni descalificaciones gratuitas e infundamentadas. Me gustaría
decirle que lo que más me preocupa de esta inmediatez es que se ha vuelto la
posibilidad única de comunicación, un elemento más de los avances tecnológicos
que no estamos usando de la mejor manera. Que nos estamos volviendo pobres, muy
pobres, rápida, inmediata, formateadamente pobres. Que no puede ser que nos
guste, que no puede ser que seamos tan cómodos y sumisos con el “establishment”,
que no puede ser.
No sé a quién le escribo…
Aunque pensándolo bien, creo que supe desde el principio de este texto a quién
le escribía. Me escribo a mí mismo, a ése que durante mucho tiempo llenaba a
mano hojas de papel casi a escondidas sin siquiera pensar por un momento en
mostrar aquellas frases tan rebuscadas como lo que habitaba en su interior. Me
escribo a mí mismo para recordarme que no tengo excusas para no hacer lo que
quiero, lo que necesito. Que mi tiempo es mío, y que deja de pertenecerme
cuando intento convencerme de que puede compartirse. No está mal la inmediatez
en sí misma, no está mal la posibilidad de hacer o no un click y que eso quiera
decir “me gusta” o no lo vi/me importa un huevo. Quizá lo que esté realmente
mal sea sentir ese ahogo del que hablé más arriba, ese malestar por cómo está y
cómo veo lo que me rodea, cómo yo mismo soy parte de eso y no otra cosa.
En fin, escribo; como
antes, como siempre. Como ahora escribo para alguien, para mí, como debe de ser.
Quien quiera leer que lea, quien quiera que yo fuese ojalá no me termine
ahogando en la inmediatez fútil para dejar un día de escribir y morirme por
dentro, como cantaba el flaco.
Al otro lado del charco (Mar
del Plata), 31 de diciembre de 2012.