Alejandro Luque
No hablo de amor, de ése que pasa por la piel y
atraviesa el hueso y nos transforma por el resto de nuestras vidas. Hablo de
ese espacio entre la piel y el hueso, esa mísera porción de la anatomía que
esclaviza liberando, que libera esclavizando, ese resquicio ínfimo entre mi
piel y la otra piel pegada que frota y se frota, de membranas turbulentas, de músculos
involuntarios intrusos intrépidos incontenibles, de volúmenes por espacios.
Hablo de oscuridades ciertas que se deben explorar, de alientos viscerales que
se deben sentir, de sudores imparables que eclosionan y se fusionan a dos. Hablo de gemidos que
ensordecen el trictrac de la cama, del colchón hundido en el medio, del entremezclarse enrularse entregarse, del
rechazar las sábanas para acabar sin límites. De lenguas de dedos de pelos de
saliva, mucha saliva. Hablo de desbordes, de destiempo y recuperaciones. De
algo dulce, de un faso enseguida si se puede, del enfriarse al aire, de la respiración que
quiere llegar al hueso. De no bancarse el cielorraso y de volver a empezar. Por
la piel, sobre todo por la piel. Por las manos, esas fieras sublimes
descontroladas. Por los poros saturados que al lamerlos saben a sal. Por la
lengua que se activa y los labios que se desenfrenan de despalabras. Y después cerrar los ojos otra
vez, tensarse y distenderse al destiempo del tiempo, sentirse parte prolongación
exceso éxtasis. Y aún después volver a acabar como si fuera la primera vez,
como si fuera la última aunque suene insensatamente increíble e increíblemente insensato.
Acabar sin tapujos, sin fronteras, sin culpas ni convicciones innecesarias.
Reposarse. Hablo de reposarse luego de una cruda batalla, de sentir el corazón
agitado desagitarse y los pulmones a punto de explotar descomprimirse. Hablo
del rigor de las sábanas que ahora se despliegan a medias desde el rincón en el que
fueron abandonadas. Hablo de la necesidad de cubrirse, de echar un manto, de reabsorber
los jugos. Hablo de la separación, de la distancia, de volverse uno y el otro. Hablo
de los pasos hasta el baño, del repiqueteo lejano del agua que lava, que
civiliza, que enfría, que renueva. Hablo del roce inconfundible de la ropa que
se calza, de la malla del reloj que recupera su puño, los pies que se deslizan
con dificultad en las zapatillas, las cuatro manos tanteando sobre la alfombra:
dos que buscan una prenda, otras dos que buscan los forros usados. Hablo de las
preguntas retóricas, del gesto último y obvio entre las penumbras que marca el sendero hasta la puerta. Hablo de la sensación de volverse uno después de la ausencia, de
recuperar el reino, de saber que en unas horas, en unos días, en unas semanas, habrá
que volver por la senda y señalarla entre las penumbras para
llenar ese espacio de vacío más allá de la piel. Hablo de éso. Del espejo en el
baño, de una buena ducha, de un último vistazo a facebook y de poner a cargar el mobile. Hablo de tomarse
media botella de agua y de mirar por la ventana y de estirar completamente las sábanas y de
poner el despertador y después dormir. No, no hablo de amor.
4 comentarios:
Había olvidado por qué eramos amigos. Con tanto desamor me lo has recordado. Podría llorar con tu texto, peto he preferido disfrutarlo. Aplauso!
Había olvidado por qué eramos amigos. Con tanto desamor me lo has recordado. Podría llorar con tu texto, peto he preferido disfrutarlo. Aplauso!
Ah, soy Nata, con mi cuenta de la faceta de mamá ;)
Gracias Nata por leer y comentar. Lejos de mí pretender que alguien llore leeyendo mis textos. Prefiero que los disfruten, como decís. Y menos mal que me dijiste que eras vos la del post, porque no tenía idea ;) Abrazote Ocelotl mamera :D
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