16 de diciembre de 2009

La Espera



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La espera
ADL

Siete de la tarde. En una hora llega y yo todavía estoy en veremos. ¡Vamos, activate! Desempolvo de su rincón la vieja aspiradora y rasqueteo ─sí, así está de vieja y abandonada, como yo─ el departamento en menos de diez minutos. Demasiado tiempo, teniendo en cuenta sus extenuantes veintidós metros cuadrados. Reencarcelo al aparato en su confín y me pongo a recoger todos los objetos fuera de lugar. Publicidades mezcladas con facturas, diarios viejos que ni siquiera leí, los crucigramas, calzoncillos y remeras que quedaron misteriosamente abandonados sobre el sillón, colgados de las sillas y arrugados al pie del colchón. Y sí: no tengo cama sino un colchón sobre el piso de la habitación. Siete y veintitrés. Me pego una ducha reparadora. Tengo que acordarme de comprar shampoo y papel higiénico para el baño. Me visto en un santiamén con mi caballo de batalla: pantalón beige, camisa de algodón azulada y mis mocasines con suela térmica. Ocho menos diez. Mientras confirmo si todo está bien, siento la aspereza de mi barba. Frente al espejo del baño desaparece en menos de tres minutos. Enjuago la pileta, acomodo el jabón de mano en su lugar y pliego la toalla con delicadeza. Un pshh de perfume y ya está. Huelo el aire confinado de la sala y decido encender un sahumerio. Estiro el mantel de la mesa y acomodo las sillas. Cuatro minutos para las ocho. ¡El café! Casi me olvido. Corro a mi cocinita, saco el filtro con el café viejo, repongo, agrego agua y lanzo el ciclo. Sin detenerme a disfrutar del aroma poso sobre los individuales de rafia azulada dos tazas de la única porcelana que poseo. Me miro una vez más en el espejo, y me siento a esperar. Ocho y siete minutos, suena el timbre. Me siento excitado y contento por la reporchable puntualidad. Verifico a través del ojillo y abro entonces la puerta sonriente. 

¿Señor Martínez? Walter Gambaldi, de Seguros La Esmeralda, hablamos por teléfono ayer. Mil disculpas por el retraso, pero el tráfico está terrible.