24 de mayo de 2014

Con palabras


Alejandro Luque


Bien antes de la hora precisa decretada en la sentencia, se sienta al condenado en la silla que se encuentra encalvada en el piso de cemento de la sala de ejecución. El dispositivo es en general robusto y simple, con antebrazos resistentes, respaldo elevado y dimensiones estándares. Las versiones más modernas incluyen reservorios para recibir las incontinencias del condenado que puedan advenir previamente y sobre todo durante la ejecución. Algunas administraciones sugieren suministrar al preso un psicotrópico con el almuerzo o la cena final unas horas antes del evento.

Se ajustan con firmeza las gruesas correas de cuero para contener manos, brazos, tronco, cintura, muslos y piernas. Una correa de calibre más fino se utiliza para mantener pegada al respaldo de la silla la cabeza del reo, ya sea a nivel del cuello o de la barbilla. La capucha es opcional. El principio de electrodos es el mismo para todos: cabeza, pie, tierra. Cada uno asegura el traspaso de una descarga mortal desde la línea al cuerpo del reo. En número pueden ser dos o cinco. Opcionalmente pueden agregarse más electrodos para aumentar la eficacia del resultado final, como así también geles o pomadas conductores para transmitir mejor la descarga y, de paso, evitar el desagradable problema de despegar después las correas fundidas en la carne del cadáver; Hollywood ya filmó en cinemascope, 3D y HD la escena en todos los ángulos posibles. Sobre la cabeza, una placa metálica de forma y tamaño diferentes puede ser utilizada como elemento de alta conducción, también de forma opcional. La silla está emplazada en el medio de una habitación blindada y a prueba de balas. En opción, una ventana con “stores” o con vidrios en general opacos del lado de la silla pero transparentes para los espectadores. Pueden acompañar al condenado un cura bendiciendo, un pastor arengando, un imán reivindicando, pero siempre un vocero leyendo el protocolo de la sentencia, reloj visible con segundero impasible colgado en la pared, análogo o digital.

En las opciones más tradicionales, y muro de por medio, tres pequeñas habitaciones aisladas en réplica y con un teléfono o intercomunicador flanquean la pieza de la silla. Tres suboficiales asignados penetran uno a uno en cada habitáculo que obviamente posee un gran interruptor o conductor a palanca y una banqueta minimalista. Sólo una de las habitaciones está conectada con el circuito eléctrico y la silla. Esta logística, concebida para disminuir el peso moral del verdugo (quien vivirá el resto de su vida sabiendo que tuvo una posibilidad sobre tres de haberse convertido en un asesino legal) obviamente cuesta más dinero al contribuyente, por lo que ha sido modificada en varios estados a dos ejecutores o, incluso, a uno solo. Dicen que en algunas habitaciones del verdugo cuelgan placas con las iniciales HPB o HB, por Harold P. Brown, el inventor del dispositivo.

Para resumir, digamos que a la hora indicada el teléfono suena. Los agentes que esperan el “go” atienden y luego bajan al unísono y en gesto seco la dicha palanca a lo largo de una escala graduada que, en la última posición transmite la primera descarga máxima de voltaje –y sólo una de ellas que nunca se sabrá cuál– desde la línea eléctrica hasta la silla: 2 kilovatios a un flujo de 10 a 8 amperes durante al menos 60 segundos. El protocolo debe ajustarse al volumen y resistencia del condenado. La palanca se sube a la posición original por unos minutos, durante los cuales un médico verifica si los signos vitales del recluso han desaparecido. El golpe de gracia se lleva a cabo a continuación: la palanca se vuelve a bajar a un setenta por ciento de su escala durante un tiempo variable de una decena de segundos a minutos.

Cuando la corriente alcanza al individuo, ésta debe atravesar la piel para recorrer el cuerpo y todos sus órganos y terminar por descargarse en la tierra, lo que genera inmediatamente heridas de diferente profundidad al nivel de los electrodos. Desde el punto de vista estadístico, una gran mayoría de los condenados pierden conciencia casi inmediatamente a pesar de la agitación que se observa en el cuerpo durante el tiempo que dura la descarga. La muerte suele sobrevenir también casi inmediatamente a la aplicación del flujo eléctrico, o al menos eso se cree. Como varios condenados han sobrevivido a este primer intento de quitarles la vida, de forma sistemática una segunda descarga a menor voltaje es puesta en marcha a continuación: y en casos extremos de supervivencia, una tercera que puede sobrepasar los diez minutos. Desde la primera, el cuerpo del reo alcanza en segundos temperaturas de sesenta grados. Se supone, teniendo en cuenta los resultados de las autopsias, que en los primeros segundos de la descarga las neuronas literalmente se cuecen después de registrar para el cuerpo un dolor seguramente inconmensurable. Dolor que, como se aclaró más arriba, puede extenderse por varios minutos, según la resistencia del individuo.

Una vez declarada oficialmente la muerte clínica del condenado, el cuerpo es despegado de la silla y llevado a la morque de la prisión, mientras los familiares de las víctimas se retiran de la sala de observación de la ejecución con la seguridad de que la administración que han elegido les ha rendido justicia contra un acto abominable.