22 de diciembre de 2014

Fin De La Inocencia

El fin de la inocencia
Alejandro Luque

Tenía ganas de romper todo, de patear la mesa y de tirar por la ventana las cajas con todos los juguetes. Pero sabía que eso no estaba bien. Mamá se enojaría y haría que papá se ponga serio y con esos ojos fuertes gritando que así no te quiero. Y eso es feo. Después de todo, lo único que me gustaba de Papá Noel eran sus regalos, porque él mismo medio que me da miedo con esa cosa blanca que le tapa la boca y esa panza enorme de elefante. Creo que no me importa que no sea verdad y que sea… ¿cómo dijo mamá?... ¡ah, sí!, un símbolo. ¡Nada! Que Papá Noel no existe y que todos los regalos los compran ellos, y que los juguetes son caros, y que papá no tiene trabajo, y que ya soy todo un hombrecito, y que tengo que entender. Y encima, los reyes tampoco. Así que todo el pastito y el agua que había que poner nunca sirvió para nada porque ellos no vienen. Vienen papá y mamá por la noche y se toman el agua y tiran el pasto a la basura, y después ponen los regalos debajo del arbolito. Yo que siempre quise quedarme despierto para verlos… A los reyes, porque a Papá Noel no lo quería ver porque me asusta. Si él no existe, mucho no me importa. Pero los Reyes Magos… Y lo que más me dolió fue que, cuando mamá me explicaba, mi hermana se reía. ¿De qué se reía ella, si siempre los dos escribimos las cartas a Papá Noel y vamos a buscar el pasto para los camellos de los Reyes? Yo ya no la quiero a mi hermana porque es grande, y se parece a mamá cuando se enoja, y siempre se ríe de mí, y le dice a sus barbies que yo soy un nenito tonto. Y me da más ganas de romper todo y tirar por la ventana sus barbies, porque ella es la tonta. Pero esta vez no le voy a convidar un sólo caramelo de los que me voy a comprar con la plata que anoche me dejó el ratón Pérez por la muela que me arranqué en secreto y dejé debajo de la almohada.

15 de diciembre de 2014

Bruine


Bruine
Alejandro Luque


Son sólo gotas, agua
Son muchas, son millones
Son causa de mi incordio
Son mi humor y el efecto
El camino obligado
El estío olvidado
El rendez-vous incierto
Del retraso que odio
Me moja los cordones
La garúa, me fragua

13 de diciembre de 2014

Intrusión

Intrusión
Alejandro Luque


La mujer hablaba haciendo gestos exagerados y manifiestamente perturbada. ¿Se da cuenta? ¡Es terrible! El hombre un poco inclinado, los dos brazos apoyados en el mostrador, la escuchaba con atención sin poder ocultar un cierto dejo de asombro en la mirada. Con mi marido no tenemos consuelo, insistía, nunca pensamos que nos iba a pasar a nosotros, ¡y a esta edad!, ¿se imagina? Los dos solos en esa casa tan grande que tanto nos costó construir. Porque mi marido es un autodidacta: él mismo hizo los planos, compró el material y comenzó a levantarla los fines de semana cuando nuestros hijos todavía iban a la escuela. Se lo aclaro porque me parece importante. Yo lo apoyé en todo, y mientras él fijaba los muros y los revestía con las carísimas lajas de pino chileno, yo criaba la prole. Y es que los dos queríamos una casa amplia, cálida y con muchas habitaciones para que todos estuviéramos cómodos el resto de nuestras vidas. El solía decir que el terreno daba para un palacio, figúrese usted. Pero hace unos años los hijos abandonaron el nido, los inviernos hacían imposible calentar todas las habitaciones ya vacías, y nosotros dos no necesitábamos tanto lugar. Así que cerramos el ala del fondo. El hombre cambió de posición, enderezó la postura, y sin desviar la vista de su interlocutora hizo el signo de entender, por lo que la mujer continuó con su discurso.

Le digo más: al principio –de esto hará unos meses– yo me despertaba casi cada madrugada creyendo haber escuchado el ruido en la habitación del más chico, la del fondo que linda con el galpón abandonado de una carpintería cuyos dueños cerraron el invierno pasado por el tema de los robos. ¡Qué inseguridad en el barrio! ¿se da cuenta? Muchas veces lo despertaba a mi marido y sin salir de la cama nos quedábamos los dos con las orejas atentas por un buen rato. Al final nos terminábamos durmiendo de tanto silencio, así que nos olvidamos del tema pensando en gatos correteando sus celos por los techos. ¡Qué error, me dirá usted! Y tiene razón. Asintiendo con la cabeza y sin dejar de mirar a la mujer, el hombre se inclinó y sacó de debajo del mostrador una gruesa carpeta de tapas rojas. La abrió y con el dedo comenzó a recorrer lo que parecía un índice. La mujer siguió cada movimiento sin dejar de mostrar su preocupación.

Pero hará una semana, siguió, me volví a despertar en plena noche y esa vez los ruidos no se acallaron. Yo sentí terror. Mi marido pudo escucharlos y por la expresión en su mirada supe que él ya no pensaba que fueran gatos o ratas. Nos levantamos sin hacer ruido. Los sonidos venían ahora de las dos habitaciones del fondo. No había duda, estaban dentro de la casa y ahí los oímos rasgar las paredes y haciendo vaya a saber uno qué otra barbaridad. Casi sin acordarlo y sacando fuerzas de no sé dónde, entre los dos acarreamos el armario del pasillo hasta el fondo y bloqueamos las puertas de las dos piezas. Por un buen rato los ruidos desaparecieron, y pensamos que se habrían ido. Pero unas horas después volvimos a escucharlos. No sólo no se habían ido, sino que evidentemente ya estaban instalados. ¿Se da cuenta? Y fue solamente esta mañana que mi marido y el menor de mis hijos –que vino volando del interior, pobrecito– se animaron a entrar armados de una cuchilla y una pala a las habitaciones para terminar con la ocupación. Pero cuando retiraron el mueble y abrieron las puertas, ¡nada! Todo estaba normal, las ventanas y las persianas cerradas, ningún rastro de intrusión. Sólo el ruido, esos crujidos como ecos de ultratumba brotando de las entrañas de las paredes. Y como le decía al principio, fue mi hijo el que luego de un rato de sigilosa búsqueda entendió el problema cuando vio sobre el borde de los zócalos…

En ese momento el hombre pareció encontrar en el índice lo que buscaba, pasó las páginas hasta llegar a la indicada e interrumpió el discurso de la mujer apoyando el dedo sobre una foto. ¡Destaladrina Express!, exclamó con firmeza, y aseguró enseguida: Esto es lo que necesita para eliminar los bichos taladro. Dos aplicaciones con pincel a quince días de intervalo. Un litro es suficiente. ¿Algo más señora?               

1 de diciembre de 2014

Trece Minutos



Trece minutos
Alejandro Luque

Praga. El vuelo AF 3502 con destino a París saldría previsiblemente con retraso. Me dije, mientras me alejaba de la puerta de embarque, que no valía la pena calentarme: después de todo en estos no man’s land siempre hay un lugar en el que probar un buen tinto y atontar el incordio. No muy lejos de la entrada, un bar con punto wifi abierto y zona para fumadores, algo así como un oasis en un desierto de espera. Me senté en una mesa bien aislada, desperté el smarphone, abrí el whatsapp y pinché el primer avatar. Con un apuro aburrido escribí: “prebulodesiblemente, vuelo retrasado x lo - 2 hs. t amo”. Envío y señas al mozo que llegó a la mesa, carta en mano, previo pedido de permiso a cada pie para avanzar.

Sin mucho pensar elegí una copa del Pomerol que aparecía al final de la carta, un château L’Evangile de 2006. “No, no snacks, obvious!” Creo que partió confundido y como había llegado, en una especie de procesión lastimosa que delataba a esas horas las que venía quemando en ese lugar vacío de glamour y de clientes. O casi. Al costado de una columna reparé en un tipo de traje ámbar, un ario grandote y cincuentón que me miraba con curiosidad más que elocuente a tres o cuatro metros de distancia internacional. Me permití sonreírle porque necesitaba sentirme yo. Jugamos la perversión de lo posible pero que no se dice hasta que llegó el peregrino con L’Evangile. El ario me hizo un gesto con su copa –seguramente conteniendo un blanco infectado de azúcares– y en ese momento me pregunté cuánto tiempo tardaría en acercarse hasta mí.

Tres minutos. Aceptó el gesto que lo invitaba a mi mesa. Me habló en esa lengua que siempre resistí a aprender, pero no hacía falta un traductor. Saqué un cigarrillo que él encendió automáticamente rozándome la mano en rancio cinemascope. Le envié la sonrisa Signal convencional, y ya nos armábamos detrás de nuestras nubes de humo, más por estrategia que por defensa. Estábamos simplemente calientes. Él me sobaba con sus ojos que chorreaban de ansiedad, mientras su mano dibujaba dos fonemas sobre mi pantalón: algo así como hotel. Yo, Signal y calculando con la vista de rayos x que nunca tuve si mi mano debajo de la mesa estaba tocando una rodilla o la bragueta del pantalón. Podía imaginar que el rojo tierra del Pomerol circulaba por mis venas y estimulaba cada poro de mi piel a que se abriera. No me molestó cuando apagó el cigarrillo en su copa porque entendí que era su aria manera de decirme que ya no teníamos nada que hacer allí. Me entubé los últimos mililitros del grand cru y, mientras recogía mis cosas, hasta me di tiempo para ver el llanto sanguíneo de algunas gotas ahogando su destino fútil al fondo de la copa.       

Diez minutos después de denodada pertinencia, el ario pagaba mi vino y yo enviaba un nuevo whatsapp: “vuelo anulado. espero transfer al hotel. t extraño. hasta mañana".



11 de octubre de 2014

Renatus


Renatus

Parece largo. No sé si lo pienso o pienso tout court. Tampoco puedo asegurar que sepa francés. ¿Son palabras o imágenes que las reflejan? Es un túnel, quizá una galería del underground parisino que conocí bien. ¿Sé inglés? Al menos eso parece. My name is… No recuerdo, aunque estoy seguro de haberlo sabido hace un rato. Siento –¿siento?– que avanzo lentamente por un conducto cada vez más oscuro y estrecho. Delante hay una luz; detrás, mi existencia. ¿Es el fin? Creo que esta inseguridad desaparecerá en breve. Imposible dejar de avanzar porque allí está la nueva chance, me digo, y me dejo llevar por el olvido.

La partera deposita a la recién nacida sobre el pecho de la madre.



5 de agosto de 2014

114 nietos recuperados por las Abuelas

Me reconforta el corazón la noticia de la recuperación de "Guido", el hijo de Laura y nieto de Estela de Carlotto. También este reencuentro me hace sentir –sentir y desear!– con todas mis fuerzas que no se volverá a escribir en nuestro país, en toda la América de nosotros, ningún otro Nunca Más.

26 de julio de 2014

Terrorismo asimétrico en Medio Oriente

Terrorismo asimétrico en Medio Oriente
Alejandro Luque


Imagen de dominio público - Wikipedia



Con un dejo de ironía que reconocí de una, escuché la pregunta que esta mañana tomando café me hizo una colega “Y vos qué pensás de lo que pasa entre Israel y Hamas [sic]?”. Respondí: Hamas es una organización militarizada terrorista que el propio libro sagrado al que rinden culto ya los ha condenado desde hace rato, como lo es el poder actual de Israel que dirige la colonización absolutamente ilegal de terreno palestino desde la segunda mitad del siglo pasado; terreno que, por ende y obviamente, no le pertenece políticamente como tampoco desde los mismos preceptos de la religión que profesa y por la que dice batirse. Hamas es un grupo terrorista armado de la extrema islámica que el occidente liberal y capitalista quisiera eliminar de la faz de la tierra a cualquier precio (y ya sabemos los precios que está dispuesto a pagar este occidente cretino al que pertenecemos); Israel es un grano en el culo para más de un liberal que sabe bien que la ultraderecha del Likoud es tan perniciosa para su salud como el islamismo que ha decidido abolir. Por qué más perniciosa? Porque la armó hasta los dientes, la incubó en su seno de libertad por razones de altísimo dinero e intereses estratégicos en ese Medio Oriente que es el último bastión terrestre donde saciar su irreprimible y malsana sed petrolera; porque el nacionalismo judío al que dio y sigue dando ventaja, que como todos los nacionalismos es odioso, vengativo y ciego –y los más peligrosos son los que están bien armados–, se escapan de su control cada vez más. En una escala menos tecnológica, es lo mismo que pasa con la bolsa de gatos que conforma hoy el grupo armado de Hamas y la Organización por la Liberación de Palestina. Entonces, lo que pienso de lo que pasa en Medio Oriente no es muy diferente de lo que pensaba hace muchos años. Hay enfrentadas dos autoridades militares armadas de forma y con apoyos de la comunidad internacional muy asimétricos. Una de ellas pretende expandirse ocupando ilegalmente el terreno de la otra que quiere eliminarla. En medio hay mucha gente que no está armada pero que vive horrorizada y en total estado de injusticia. Por cada muerto de un lado, mueren cientos del otro. Pero en algo se asemejan como dos gotas de agua: son dos bandas de terroristas fanáticos y enceguecidos que no pararán hasta generar un desastre incontrolable. Y cuando terminé de decirle esto (o más o menos esto) lo único que agregó mi colega fue “Vamos Alex, que no se puede comparar!” Y cambió rotundamente de tema.  

24 de mayo de 2014

Con palabras


Alejandro Luque


Bien antes de la hora precisa decretada en la sentencia, se sienta al condenado en la silla que se encuentra encalvada en el piso de cemento de la sala de ejecución. El dispositivo es en general robusto y simple, con antebrazos resistentes, respaldo elevado y dimensiones estándares. Las versiones más modernas incluyen reservorios para recibir las incontinencias del condenado que puedan advenir previamente y sobre todo durante la ejecución. Algunas administraciones sugieren suministrar al preso un psicotrópico con el almuerzo o la cena final unas horas antes del evento.

Se ajustan con firmeza las gruesas correas de cuero para contener manos, brazos, tronco, cintura, muslos y piernas. Una correa de calibre más fino se utiliza para mantener pegada al respaldo de la silla la cabeza del reo, ya sea a nivel del cuello o de la barbilla. La capucha es opcional. El principio de electrodos es el mismo para todos: cabeza, pie, tierra. Cada uno asegura el traspaso de una descarga mortal desde la línea al cuerpo del reo. En número pueden ser dos o cinco. Opcionalmente pueden agregarse más electrodos para aumentar la eficacia del resultado final, como así también geles o pomadas conductores para transmitir mejor la descarga y, de paso, evitar el desagradable problema de despegar después las correas fundidas en la carne del cadáver; Hollywood ya filmó en cinemascope, 3D y HD la escena en todos los ángulos posibles. Sobre la cabeza, una placa metálica de forma y tamaño diferentes puede ser utilizada como elemento de alta conducción, también de forma opcional. La silla está emplazada en el medio de una habitación blindada y a prueba de balas. En opción, una ventana con “stores” o con vidrios en general opacos del lado de la silla pero transparentes para los espectadores. Pueden acompañar al condenado un cura bendiciendo, un pastor arengando, un imán reivindicando, pero siempre un vocero leyendo el protocolo de la sentencia, reloj visible con segundero impasible colgado en la pared, análogo o digital.

En las opciones más tradicionales, y muro de por medio, tres pequeñas habitaciones aisladas en réplica y con un teléfono o intercomunicador flanquean la pieza de la silla. Tres suboficiales asignados penetran uno a uno en cada habitáculo que obviamente posee un gran interruptor o conductor a palanca y una banqueta minimalista. Sólo una de las habitaciones está conectada con el circuito eléctrico y la silla. Esta logística, concebida para disminuir el peso moral del verdugo (quien vivirá el resto de su vida sabiendo que tuvo una posibilidad sobre tres de haberse convertido en un asesino legal) obviamente cuesta más dinero al contribuyente, por lo que ha sido modificada en varios estados a dos ejecutores o, incluso, a uno solo. Dicen que en algunas habitaciones del verdugo cuelgan placas con las iniciales HPB o HB, por Harold P. Brown, el inventor del dispositivo.

Para resumir, digamos que a la hora indicada el teléfono suena. Los agentes que esperan el “go” atienden y luego bajan al unísono y en gesto seco la dicha palanca a lo largo de una escala graduada que, en la última posición transmite la primera descarga máxima de voltaje –y sólo una de ellas que nunca se sabrá cuál– desde la línea eléctrica hasta la silla: 2 kilovatios a un flujo de 10 a 8 amperes durante al menos 60 segundos. El protocolo debe ajustarse al volumen y resistencia del condenado. La palanca se sube a la posición original por unos minutos, durante los cuales un médico verifica si los signos vitales del recluso han desaparecido. El golpe de gracia se lleva a cabo a continuación: la palanca se vuelve a bajar a un setenta por ciento de su escala durante un tiempo variable de una decena de segundos a minutos.

Cuando la corriente alcanza al individuo, ésta debe atravesar la piel para recorrer el cuerpo y todos sus órganos y terminar por descargarse en la tierra, lo que genera inmediatamente heridas de diferente profundidad al nivel de los electrodos. Desde el punto de vista estadístico, una gran mayoría de los condenados pierden conciencia casi inmediatamente a pesar de la agitación que se observa en el cuerpo durante el tiempo que dura la descarga. La muerte suele sobrevenir también casi inmediatamente a la aplicación del flujo eléctrico, o al menos eso se cree. Como varios condenados han sobrevivido a este primer intento de quitarles la vida, de forma sistemática una segunda descarga a menor voltaje es puesta en marcha a continuación: y en casos extremos de supervivencia, una tercera que puede sobrepasar los diez minutos. Desde la primera, el cuerpo del reo alcanza en segundos temperaturas de sesenta grados. Se supone, teniendo en cuenta los resultados de las autopsias, que en los primeros segundos de la descarga las neuronas literalmente se cuecen después de registrar para el cuerpo un dolor seguramente inconmensurable. Dolor que, como se aclaró más arriba, puede extenderse por varios minutos, según la resistencia del individuo.

Una vez declarada oficialmente la muerte clínica del condenado, el cuerpo es despegado de la silla y llevado a la morque de la prisión, mientras los familiares de las víctimas se retiran de la sala de observación de la ejecución con la seguridad de que la administración que han elegido les ha rendido justicia contra un acto abominable.       

22 de abril de 2014

Sábanas


Alejandro Luque

No hablo de amor, de ése que pasa por la piel y atraviesa el hueso y nos transforma por el resto de nuestras vidas. Hablo de ese espacio entre la piel y el hueso, esa mísera porción de la anatomía que esclaviza liberando, que libera esclavizando, ese resquicio ínfimo entre mi piel y la otra piel pegada que frota y se frota, de membranas turbulentas, de músculos involuntarios intrusos intrépidos incontenibles, de volúmenes por espacios. Hablo de oscuridades ciertas que se deben explorar, de alientos viscerales que se deben sentir, de sudores imparables que eclosionan y se fusionan a dos. Hablo de gemidos que ensordecen el trictrac de la cama, del colchón hundido en el medio, del entremezclarse enrularse entregarse, del rechazar las sábanas para acabar sin límites. De lenguas de dedos de pelos de saliva, mucha saliva. Hablo de desbordes, de destiempo y recuperaciones. De algo dulce, de un faso enseguida si se puede, del enfriarse al aire, de la respiración que quiere llegar al hueso. De no bancarse el cielorraso y de volver a empezar. Por la piel, sobre todo por la piel. Por las manos, esas fieras sublimes descontroladas. Por los poros saturados que al lamerlos saben a sal. Por la lengua que se activa y los labios que se desenfrenan de despalabras. Y después cerrar los ojos otra vez, tensarse y distenderse al destiempo del tiempo, sentirse parte prolongación exceso éxtasis. Y aún después volver a acabar como si fuera la primera vez, como si fuera la última aunque suene insensatamente increíble e increíblemente insensato. Acabar sin tapujos, sin fronteras, sin culpas ni convicciones innecesarias. Reposarse. Hablo de reposarse luego de una cruda batalla, de sentir el corazón agitado desagitarse y los pulmones a punto de explotar descomprimirse. Hablo del rigor de las sábanas que ahora se despliegan a medias desde el rincón en el que fueron abandonadas. Hablo de la necesidad de cubrirse, de echar un manto, de reabsorber los jugos. Hablo de la separación, de la distancia, de volverse uno y el otro. Hablo de los pasos hasta el baño, del repiqueteo lejano del agua que lava, que civiliza, que enfría, que renueva. Hablo del roce inconfundible de la ropa que se calza, de la malla del reloj que recupera su puño, los pies que se deslizan con dificultad en las zapatillas, las cuatro manos tanteando sobre la alfombra: dos que buscan una prenda, otras dos que buscan los forros usados. Hablo de las preguntas retóricas, del gesto último y obvio entre las penumbras que marca el sendero hasta la puerta. Hablo de la sensación de volverse uno después de la ausencia, de recuperar el reino, de saber que en unas horas, en unos días, en unas semanas, habrá que volver por la senda y señalarla entre las penumbras para llenar ese espacio de vacío más allá de la piel. Hablo de éso. Del espejo en el baño, de una buena ducha, de un último vistazo a facebook y de poner a cargar el mobile. Hablo de tomarse media botella de agua y de mirar por la ventana y de estirar completamente las sábanas y de poner el despertador y después dormir. No, no hablo de amor.

2 de febrero de 2014

Movimiento

MOVIMIENTO

Elementos Básicos – Del Agua
Alejandro Luque (2010)



El Hotel de Inmigrantes está atestado de gente que ha llegado días atrás y que espera le asignen un destino, un pedazo de tierra. Y también apesta, porque esas personas que vienen de distintos lugares de una Europa empobrecida y saqueada, y que apenas si saben cómo escribir sus nombres y, aún menos, hacérselos entender a los aduaneros, están alojados en un hotel administrativo. Más allá de las paredes de ladrillos se encuentra Argentina, América. Pero esas paredes que delimitan el hangar a un costado del puerto de Buenos Aires, con sus ventanales demasiado altos como para confirmar de un vistazo la promesa del inmenso y pujante mundo nuevo que dará el alimento y el cobijo a quien quiera aventurarse, son por varios días el único paisaje posible para estos refugiados que han escapado de una realidad de miseria y exclusión.

Visto desde la ventanilla, el aeropuerto de Roissy parecía un monstruo dispuesto a engullir los aviones con todo su contenido. Llovía y el asfalto de la pista reflejaba los objetos de la misma manera que al otro lado del mundo. Sin embargo, la excitación y el miedo a lo desconocido transformaban las imágenes empapadas que mis sentidos aprehendían en paisajes con un brillo diferente. En la Aduana me retuvieron una hora hasta que alguien logró entender que era un estudiante con beca y que por eso no tenía un billete de vuelta ni visa de long séjour. El rigor de una lengua que no es la de uno y que se desconoce produce un aislamiento y una desprotección difíciles de describir. Uno llega a una tierra que no es la suya con un pasaporte que debiera ser el único válido: la intención profunda y la convicción de venir a quedarse para crecer. Pero aún para crecer se necesitan papeles y certificados. Cuando comprobaron que los tenía, me abrieron la puerta y entré en Europa.

Marcel tiene catorce años cuando sus ojos recorren el yermo de una pampa incomprensiblemente plana, verde y atiborrada de un humus que sólo conoció en su tierra por la escasez. El tío Jean-Pierre marca con una rama seca de ombú un rectángulo donde levantarán las cuatro paredes de adobe y el techo que los cobijará. Marcel pregunta por los pies de viña pero le muestran semillas de maíz y brotes de papa. En ese momento comienza a reconocer el límite de sus palabras y las ahorrará por el resto de su vida. Las paredes de adobe se transforman en muros de ladrillo, y aprende a ponerle límites a su pedazo de tierra. Se casa con Berta por esa Francia que también bulle en su sangre y por ser la vecina más cercana. Casi enseguida nace la primera de sus once hijas y muere el tío. Marcel labora la tierra, hace milagros que el propio milagro de ese suelo permite. Berta cría a los argentinos con consomés, revueltos de verdura, guisos de carne y a fuerza de ropa reciclada. La familia comienza a arraigarse.

Los estudios trajeron conceptos nuevos y nuevos amores. Mientras mis hormonas se equilibraban en esa edad que antecede a la de la razón, yo empezaba a atisbar los códigos de aquella cultura que, con seguridad, me serán siempre inalcanzables. Supe que el “mi mamá me mima, mi mamá me ama” no era literal ni fundamentalmente universal. Llegué a preguntarme por qué solemos usar el “no” en nuestras respuestas, aun para afirmar. Y sin terminar de creer que el sexo es el lenguaje unívoco, me dejé amar en francés y, en el mismo idioma, retribuí. Terminé mis estudios y decidí quedarme en tierras galas a falta de otras posibilidades. El mundo me mostró su rostro previsible de complejidad en la repetición de desarraigos locales y desamores. La historia me regresaba en sus caprichos congénitos.

Marcel ya tiene la anciana edad de cincuenta como para continuar en este mundo que da más al que se las rebusca mejor. Las leyes del hombre nuevo, sin echarlo de su terruño, lo transforman en peón. Muere poco después, antes del matrimonio de su cuarta hija. Berta llega a acompañar a tres de sus nietos al altar. Se apaga en una casa que ya no existe en los rincones de un pueblito olvidado donde la entierran junto a su marido Marcel. Uno de sus bisnietos llevará flores al cementerio y limpiará innumerables veces las inscripciones de la tumba. En una de ellas leerá por primera vez la palabra merci. La familia se disemina por todo el país acomodándose en los nichos que va encontrando. La muerte intenta eliminarla pero no llega a perpetrar más que un saqueo superficial.

   La vida quiso verme caminando sobre las huellas de mi bisabuelo. Hoy, parado frente a una iglesia casi en ruinas a la que seguramente su madre lo habrá traído muchos domingos, lo busco. Te busco. Me busco. Me pregunto si llegaré a ser parte de todo esto. Si esta promesa de mi futuro a más de cien años de distancia de la tuya es por fin real. Decidir irse. Decidir quedarse. Abandonar sueños desperdigados por todos lados para construir nuevos. Desde cero, desde la nada que implica llegar a lo desconocido. Mirar hacia atrás y ver la obra más importante que tus sueños edificaron del otro lado. Sí, allá y entonces, la gran familia a la que pertenezco. Aquí y ahora, esa gente que cruzo. Ese “Bonjour !” que escucho sabiendo que deberá transformase en la base inapelable de mi nuevo código de vida. Pienso en cómo habrá sido para vos. En qué pensaste parado frente al lugar que ibas a habitar. ¿Estabas acompañado? O solo, como estoy yo ahora , intentando crear un nuevo sueño en estas, tus tierras. Estás en mi memoria. Soy la memoria de dos Atlánticos que te vuelve. 

Mouvement

MOUVEMENT
Eléments Fondamentaux – De l’Eau
Alejandro Luque (2010)


L’hôtel des immigrants est plein à craquer de personnes qui sont arrivées quelques jours avant et attendent qu’on leur attribue un destin, un morceau de terre. L’hôtel sent mauvais, car ces personnes qui viennent de différents coins d’une Europe appauvrie et pillée, et qui ne savent à peine comment écrire leurs noms et encore moins le faire comprendre aux douaniers, sont logés dans un hôtel administratif. Au-delà des briques se trouve l’Argentine, l’Amérique. Mais ces murs qui délimitent le hangar d’un côté du port de Buenos Aires, avec ses fenêtres trop hautes pour garantir d’un coup d’œil la promesse de l’immense et vigoureux nouveau monde prêt à donner nourriture et refuge à celui qui voudra s’y aventurer, sont pendant plusieurs jours l’unique paysage possible pour ces parias qui ont échappé à une réalité de misère et d’exclusion.
Depuis l’hublot je voyais l’aéroport de Roissy qui ressemblait à un monstrueux dispositif prêt à avaler les avions et leur contenu. Il pleuvait et la surface bétonnée du tarmac reflétait les objets de la même manière qu’à l’autre bout du monde. Pourtant, l’excitation et la peur de l’inconnu transformaient les images trempées que mes sens appréhendaient en paysages avec une lueur différente. A la Douane ils m’ont retenu une heure jusqu’à ce que quelqu’un comprenne que j’étais étudiant boursier, ce qui expliquait pourquoi je n’avais pas de billet de retour ni de visa long séjour. La rigueur d’une langue qui n’est pas la sienne et que se connaît à peine produit un isolement et une fragilité indescriptibles. On débarque sur une nouvelle terre avec un passeport qui devrait être l’unique valide : le souhait profond et la conviction de venir pour y grandir. Mais même pour grandir il faut des papiers et des certificats. Après qu’ils aient vérifié que je les avais, ils m’ouvrirent les portes et j’entrai en Europe.
Marcel avait quatorze ans quand ses yeux parcoururent le désert de cette pampa d’une platitude verte incompréhensible, remplie d’un humus qu’il n’avait connu sur sa terre que par la sécheresse. L’oncle Jean-Pierre, avec une branche sèche tombée d’un belombra, marqua un rectangle où ils dresseraient les quatre murs en terre battue et le toit qui allait les couvrir. Marcel demanda des pieds de vigne mais on lui montra des graines de maïs et des pousses de pomme de terre. A ce moment là il commença à reconnaître les limites de ses mots et les économisera le reste de sa vie. Les murs en terre battue se transformaient en murs de briques, puis il a appris à limiter son terrain. Il se maria à Berthe pour cette France qui coulait aussi dans ses veines et parce qu’elle était la voisine la plus proche. Presque de suite naquit la première de ses onze filles et l’oncle décéda. Marcel continua à travailler la terre, il fût tous les miracles que cette même terre miraculeuse lui permettra. Berthe élèva les argentins avec du consommé, des mélanges de légumes, du ragoût de viande et avec des vêtements recyclés. La famille commençait à s’installer.
Les études apportèrent de nouveaux concepts et de nouveaux amours. Pendant que mes hormones s’équilibraient à cet âge qui précède celui de la raison, j’ai commencé à entrevoir les codes de cette culture qui me seraient toujours inaccessibles. J’ai su que «  mi mamá me mima, mi mamá me ama » n’était pas littéral ni fondamentalement universel. J’en suis venu à demander pourquoi avions-nous l’habitude de placer un « non » en tête de nos réponses même affirmatives. Et sans me laisser convaincre que la sexualité soit un langage univoque, je me suis laissé aimer en français, et dans la même langue j’ai répondu. Je terminai mes études et décidai de rester sur les terres gauloises par manque de choix. Le monde me montra son visage prévisible de complexité dans la répétition de déracinements locaux et de manque d’affection. L’histoire me renvoyait à ses caprices congénitaux.
Marcel a déjà cinquante ans, bien âgé pour continuer dans ce monde qui donne plus à celui qui cherche davantage. Les lois de l’homme nouveau, sans le jeter de son terrain, le transforment en pion. Il meurt peu après, avant le mariage de sa quatrième fille. Berthe arrive à amener trois de ses petits-enfants à l’autel. Elle s’éteint dans une maison qui n’existe déjà plus dans les recoins d’un bled oublié où ils l’enterrent à coté son mari Marcel. Un des ses arrières petits-enfants apportera des fleurs au cimetière et lavera d’innombrables fois les inscriptions de la tombe. On lira sur l’une d’elles pour la première fois le mot merci. La mort s’acharne sur la famille mais n’arrive pas perpétrer davantage qu’un pillage superficiel.
La vie voulut me voir marcher sur les traces de mon arrière grand-père. Aujourd’hui, arrêté face à une église presque en ruine dans laquelle sûrement sa mère l’avait amené souvent le dimanche, je le cherche. Je te cherche. Je me cherche. Je me demande si j’arriverai à faire partie de tout cela. Si cette promesse de mon futur à plus de cent années de distance du tien est réelle. Décider de partir. Décider de rester. Abandonner les rêves répandus de tout côté pour en construire de nouveau. En repartant de zéro, de ce néant qui habite l’inconnu. Regarder vers le passé et voir l’œuvre la plus importante que tes rêves ont édifié de l’autre côté. Oui, là-bas vers la grande famille à laquelle j’appartiens. Ici, maintenant, tous ces gens qui je croise. Ce Bonjour ! que j’écoute sachant qu’il devrait se transformer dans la base sans appel de mon nouveau mode de vie. Je me demande comment cela s’est passé pour toi. A quoi tu pensais, arrêté face à l’endroit où tu allais vivre. Tu étais accompagné ? Ou seul, comme je le suis maintenant, essayant de créer un nouveau rêve sur ces terres, sur tes terres. Tu es dans ma mémoire. Je suis la mémoire de deux Atlantiques que te revient.


Traduction de l’espagnol : Aline Benchemhoun & Biologuero