31 de julio de 2009

El Sabor De La Convicción

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El sabor de la convicción

ADL

La que vendría a ser mi suegra está empecinada, y Nayla, en su silencio respetuoso, le otorga la razón a esa bruja que insiste en unirnos según el rito de la familia; esas tonterías comunitarias que embrutecen y aíslan a los extranjeros en el país que los recibe. Porque esta familia nómada de cuatro mujeres que vive en plena capital, sigue durmiendo sobre esterillas improvisadas, rodeadas de cirios de colores y pequeñas figuras estrafalarias hechas de trapos y ramas secas. Demás está decir que, salvo Nayla, las otras tres ni siquiera hacen el esfuerzo mínimo por aprender nuestra lengua de forma apropiada. Viven aisladas en su quiste temporal. Pero Nayla no, porque yo no lo permitiré.

Mientras me atiza con sus argumentos excéntricos, la bruja mira a su hermana y busca el consentimiento implícito de su madre ─la bruja mayor─ que me observa sin verme. La madre de Nayla replica burlona con su acento enrevesado, “Tiempo agora de regar Nayla y dar tú mullos nietas… usando regadera de tú…”. Evitando ponerme a la altura de lo llano de su grosería, intento una vez más atraerla a mi realidad occidental, “¿Para qué quiere usted seguir poblando este mundo de locos?, ¿para crear más hambre?” Argumento que rechaza altanera mientras sacude a diestra y siniestra una especie de plumero con ristras de caracoles tintineantes. “No decide tú tus fillos”.

Fragmento del cuento incluido en la antología Elementos Básicos del autor, disponible en breve.

Abaddón Posmoderno


Fotomontaje del biologuero

Abaddón posmoderno
ADL

Fui prácticamente despedida de mi trabajo por toser. Mi catarro matinal inocultable obligó a que el jefe de personal organizara una breve entrevista privada en su despacho para informarme que, por razones sanitarias de dominio público, yo debía tomar una licencia técnica de diez días hábiles sin goce de sueldo. Sentí una furia descontrolada al escuchar la forzada preocupación en el tono de su sentencia, una especie de náusea vindicativa que afloraba en forma de aliento ácido capaz de desintegrar su escritorio y hasta la médula de sus huesos. Dos semanas sin dinero, dos criaturas que atender y alimentar, y un marido desocupado y en plena depresión que contener. Sin duda por eso fue que se materializó la espada en mi mano y sentí que me crecían las alas en la espalda. La cólera se precipitó en el despacho de aquel estúpido burócrata como un lanzallamas. Los de seguridad, ocultando sus gestos detrás de unos barbijos insolentes, me sacaron en andas y me metieron inmovilizada en un coche.


Fragmento del cuento incluido en la antología Elementos Básicos del autor, disponible en breve.

30 de julio de 2009

Diatomea Mañana

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Diatomea mañana

ADL

Tu ausencia me convierte en algo anfibio, más cerca del agua y lo informe que del ser humano que se supone soy. Se ama o no se ama. Nos aman o no nos aman. Es ese albedrío supuestamente justo e inapelable, dependiendo del lado en el que se esté. Y yo estoy del lado del agua, del costado esquivo de quien se ahoga en un vaso de alcohol o en el reflujo de sus propias lágrimas. Porque simplemente no estás. Dejaste de formar parte de la vida que tenía con vos, de mi vida en vos, de todo lo nuestro que prometía eternidades y contundencia. Pero me miro al espejo del botiquín en el baño y veo que me licuo, que me convierto en algo amorfo que comienza a verterse por las cañerías. Una masa irregular regida por el simple y obsecuente rigor de la gravedad. Y del caño oscuro desemboco en la cloaca que termina siempre en algún mar.

Allí me diluyo merced a las corrientes prodigiosas que rigen las verdades primarias de los océanos. No me duele sentirme extranjero, siempre lo fui. Me entrego al capricho de tus corrientes y mareas, tus zonas fértiles y tus yermos fríos e insondables. Hago el esfuerzo lamarckiano de desarrollar branquias para filtrar el escasísimo oxígeno de esta soledad frente a la ausencia de vos. Duele la metamorfosis, no menos que otras. Y ésta es necesaria porque aquí estoy, en este mar familiar pero que no elegí, librado a sus embates y peligros.

Fragmento del cuento incluido en la antología Elementos Básicos del autor, disponible en breve.

29 de julio de 2009

Fuegos Fantasmas


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Fuegos fantasmas
ADL

Aquel checking fue en un lugar tan improbable para un encuentro como el aeropuerto de "La Coruña". Había entrado al hall hecho sopa por esa neblina pegajosa y desagradable de noviembre y, encima, lidiando con mi maleta. Acababa de perder una de sus rueditas en el buche de la navette, por lo que se había transformado en un lastre molesto.

Ella estaba delante de mí. Un piloto caqui ceñido a la cintura y un sombrero tan discreto como gris que se inclinaba caprichoso hacia la izquierda. No la reconocí por la fina silueta que me daba la espalda sino cuando la oí preguntar al despachante por un posible retardo. El timbre certero de su voz me repercutió en esa zona de la memoria que ya no posee otra referencia que la del recuerdo labrado en la carne. Al dejar su lugar en el mostrador, se volvió y me miró sin verme. Estaba casi igual, definitivamente madura y, como siempre, tan ella. Hubiese querido decir algo pero, por dentro, un universo de sensaciones encontradas se derramaba sin que yo pudiera ordenarlas ni contenerlas. Y era mi turno.

Fragmento del cuento incluido en la antología Elementos Básicos del autor, disponible en breve.

20 de julio de 2009

Pseudo-ensayo Sobre La Triste Irrealidad Del Jeringoso Y El Síndrome De Plutón Asociado


Perfecta imágen encontrada en este lugar

Pseudo-ensayo sobre la triste irrealidad del jeringoso
y el síndrome de Plutón asociado

Apalepejanpadropo Lupuquepe

“¿Vospo hapabláspa elpe jeperinpigoposopo? ¿Sipi? ¡Gepenialpa!”

Resulta que he vivido convencido de que ese idioma que hablaba con mis amigos para que nadie entendiera nuestros secretos en el colectivo o en el recreo, no sólo no es un idioma sino que tampoco se llama “el jeringoso”. Según la monárquica academia ibérica, este ‘lenguaje especial de algunos gremios, de mal gusto, complicado y difícil de entender, usado coloquialmente también para denotar una acción extraña y ridícula, y localmente para señalar que alguien anda en rodeos o tergiversaciones maliciosas’, se denomina muy femeninamente “la jerigonza”.

De alguna manera tardía, es triste darse cuenta de que uno vivió la ignorancia cultural de ostentar el uso de una lengua no materna –bueno, en este caso un ‘lenguaje gremial y de mal gusto’–, mencionándola incorrectamente. Como creerse que uno posee un finísimo tono oxfordiano que resuena “very bright” al invitar a su mejor amigo con el “Do you like some tea, my dearest?” y escribir convencido en el CV que uno habla “fluently linglish”.

Así es que en mis verdes años me faltó, sin duda, algún colocutor integrista que, a la pregunta de más arriba “¿vospo hapabláspa elpe jeperinpigoposopo?”, me respondiera, “¿Quépe? Lapa jeperipigonpozapa, queperráspa depecirpi”, y con tan adusta sentencia aboliera futuros decenios de escarnio ajeno. Y no, no lo hubo, por lo que seguro que no faltó algún soporeptepe escuchando de refilón, y al haber descubierto el error en la dicción haya salido corriendo a dispersar la clásica ignominia “¡Dipijopo jeperinpigoposopo! ¡Dipijopo jeperinpigoposopo!

Reflexionando acerca de mi falla lingüística, intenté encontrar su génesis (todo error tiene un principio). ¿Por qué para mí era jeringozo la jerigonza? Y la respuesta me vino en una imagen ‘patente, patente’, como diría la Chona. Si uno se fija en la sintaxis de este ‘lenguaje de mal gusto’, rápidamente entiende que se trata de dividir las palabras en fonemas silábicos a los que se le agrega a continuación una “p” más la vocal fuerte antes contenida. ¿Sepe enpetienpedepe? En realidad, no es ni más ni menos que la “inyección” de nuevos fonemas a la serie original. Y quien dice inyección piensa en las temibles “jeringas”, lo que me ha llevado a imaginar, seguramente, que como existe una forma de hablar “gangoso”, el hecho de inyectar fonemas que comiencen con “p” en las palabras es un arte jeringoso o, dicho de otra manera, es el uso del idioma jeringoso ¿Mepe Sipiguenpe?

La explicación a mí me tranquiliza, aunque descuento que la corona ibérica me dará cero crédito. Pero sentirme un inculto súbdito a la altura de mis abriles no me piace. Por lo que me puse a buscar de dónde sacaron los monarcas de la lengua la raíz de la jerigonza, algo así como intentar una epistemología casera o apócrifa. Y encontré una pista consultando al príncipe bobo de la monárquica, también llamado en la intimidad el Depedé, por eso de Diccionario panhispánico de Dudas. Parece ser que se asimila este ‘lenguaje complicado’ a la ‘jerga’ (vocabulario técnico o de oficios), cuya raíz proviene del francés “jargon”, y ésta a su vez del provenzal “gergons”. De ahí también que se pueda leer de vez en cuando (aunque ‘no se recomienda en la lengua culta’) “gerigonza", o escuchar en el seno de ciertos calderos populares el también incorrectísimo “jeringonza”. Tocado.

He aquí la confesión de mi incultura revelada desde los pliegos reales que resultan indiscutibles. Pero yo me pregunto, ¿con qué derecho los monarcas de nuestra lengua nos quitan este verdadero idioma que tiene reglas estrictas (cuidado con pluralizar los fonemas “p”, salvo que se quiera marcar la diferencia, y dividir diptongos indivisibles) y hasta dialectos, varios nada más que en la misma Argentina (el rosaringasino, el cordobái’) ? Me siento igual que cuando me quitaron a Plutón como el noveno planeta del sistema solar y nos enchufaron un plutoide (un pluputoipidepe) un tanto perdido en el espacio, y la mar en coche: yo me quedé inocultablemente desequilibrado con mi bagaje cultural portado durante decenios (sin mencionar los estragos que la abolición de Plutón habrá hecho en las predicciones astrológicas y la vida de quienes se sienten afectados por los planetas). Y como de costumbre, nadie dijo nada (ni un sólo cacerolazo en este planeta que nos permiten habitar) por que nos devuelvan a Plutón. Por lo que hoy tenemos, y por decreto, ocho planetas y un montón de piedritas más o menos grandes dando vueltas por ahí, que ni quiero imaginar lo que producirá en los ascendentes de la nueva generación. Con lo de la jerigonza, ‘este lenguaje especial’ reducido a algo que esconde ‘tergiversaciones maliciosas’, yo me siento igual, si no peor.

Y si se trata de declarar la guerra a la monarquía, yo pongo mi grano de arena y cuento con las huestes de Amazonas siempre dispuestas (las huestes y ellas mismas) a combatir el detalle injusto. No, yo no me voy a ir a dormir herido sin haber lanzado mi estocada. El reino del castellano mantiene vicios machistas inocultables, y suele otorgar el género femenino a conceptos que considera menores. Como la jerigonza ha sido definida como el lenguaje de un grupo ‘gremial’ (Moyano viene entonces a ser en una especie de Delfín), entonces es menor que el lenguaje alemán que se practica en pleno desenfreno de la Octoberfest, o el inglés susurrado en medio de la bruma londinense, o el árabe que se grita de una orilla a la otra del famoso canal Suez. O sea que el modo de comunicación ‘difícil de comprender’ tendrá género femenino: la jerigonza. Al igual que la jerga, (por más que venga del “jargon” francés, que es masculino): como es algo menor a un idioma, la corona bregará por su feminidad. Pienso en el nivel superior que denota EL habla en nuestras cabezas como matriz de LA comunicación que resulta; EL verbo sobre de LA palabra, EL párrafo encima de LA oración. Yo que me jacto de los ismos, me encuentro inculto y rebanado de mi masculino jeringoso. ¡Habrase visto!

Pero nunca es tarde cuando la dicha es buena, o algo así. Hoy he tenido la oportunidad de desasnarme y de evitar, en los años que me queden de vida, incurrir en el mismo error jeringuístico, pero todo tiene un límite. Por eso, compañeras: ¡cuento con ustedes! Y también con los muchachos que sienten el mismo síndrome de Plutón. Mientras tanto dejaré de hablar la jerigonza porpo laspa dupudaspa.

Archívese, divúlguese y déjese estar.

19 de julio de 2009

Martín


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Martín
Alejandro Luque


A los treinta y dos años, la vida ya se ha encargado de mostrarme sus contradicciones más complicadas. Sin embargo, persisto gracias a él. Pero no hay peor cumpleaños que el que una festeja en casa de su abuela, sin su madre y con un aborto espontáneo aún hiriéndole la garganta, entre otras partes no menos importantes de la anatomía. Mamá dejó de hacer el esfuerzo de respirar hace poco más de un año; y la criatura que yo llevaba en el vientre se me escapó de las entrañas anteayer. Si mamá viviera me diría, como tantas otras veces y para calmarme, que antes que yo hubo varios intentos e iguales expulsiones que pretendieron abatirla. “No te angusties, no te arredres. Ya llegará, y cuando llegue, será lo mejor”, afirmaría hoy, tomándome el rostro con sus manos irrepetibles y mirándome fijo a los ojos, con los suyos tallados en un cristal de ébano. Pero, sin saberlo, se equivocaría.


Fragmento del cuento incluido en la antología Elementos Básicos del autor, disponible en breve.

Sin Pe Al Final


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Sin pe al final

Alejandro Luque


Soy un desbolado y no estoy pasando por un buen momento: mucha presión, poco dinero, deudas, renta obligada, y Cindy. Por lo que esta mañana el despertador se cansó de emitir su pip, pip…pip, pip… pip, pip… pip, pip… hasta que se le acabaron las pilas. Lo escuché morirse. Y esto lo digo porque me terminé levantado a las once y el segundero estaba clavado en las y siete de tres horas perdidas. Inexplicablemente, Cindy ni se mosqueó.


Fragmento del cuento incluido en la antología Elementos Básicos del autor, disponible en breve.

Porfía


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Porfía
Alejandro Luque


Siempre pensaba en el mismo dicho para no explotar y mandarlo al diablo. Lo hacía mentalmente, porque no quería herir su susceptibilidad. Fermín era de esos tipos que se empecinan en ser viejos antes de tiempo y que ven lo contrario de cualquier cosa aunque sea evidente. Con él no se podía hablar de política, porque si uno elogiaba alguna bondad de la izquierda, él enseguida encontraba en la derecha el ejemplo filantrópico. Pero bastaba con que uno señalara un punto a favor de los conservadores, para que él saliera con los ojos rojo sangre a contar los muertos por las botas y yerbas allegadas. Era un negado, y nunca supe que diera el brazo a torcer en una discusión. Claro que con el tiempo uno terminaba viendo que lo único a lo que Fermín juraba fidelidad era justamente a su porfía. Y yo creo que él no se daba cuenta de los alcances de su actitud.

Por la época del corralito, era frecuente encontrarlo de buen humor. Cuando uno hurgaba para saber las razones, él terminaba confesando que, como nunca había confiado ni en los bancos ni en el desastre del estado, tenia los ahorros bien guardados en un lugar estratégico de su casa. “¿Debajo del colchón, Fermín?” Y él se reía burlon y señalaba con un índice bailador a su interlocutor. Nunca lo supimos a ciencia cierta, pero cuando un tiempo después entraron en su casa y le robaron la televisión y un reloj de pie, dejó de reírse por el tema del corralito, sin dejar de proclamar pestes contra el gobierno por la falta de seguridad en el país y la necesidad de reforzar las instituciones.

En el otoño de 2002 decidimos formar una comisión vecinal en el barrio. Había que elegir un representante para que hiciera de puente entre los vecinos y los diputados en la municipalidad, historia de, al menos, ocuparles un poco el tiempo a los ediles. Cuando le hablamos de la inquietud a Fermín y de la importancia de su participación en la elección, él casi nos sacó a patadas. “¡Que no me vengan con política, que los políticos son todos corruptos!”. Y no hubo caso de hacerlo entrar en razones de que la comisión no tenía color sino que surgía del común acuerdo de los vecinos para su propio beneficio. “¡Que no me van a sacar un peso ni un minuto de mi tiempo!”.

La comisión, a través de su delegado, logró varias cosas el primer año; entre ellas la reposición del alumbrado en las esquinas -inexistente desde la época de Menem-, el rellenado de los dos baches mayores (decenarios) frente a la escuela, y el tendido de doscientos metros de cable que tuvo que poner Telefónica para dar línea a veintidós familias, incluyendo a Fermín, que la esperaban desde la coronación de la compañía. Pero el logro más importante fue el asfaltado de la calle donde vivía Fermín y el verdulero.

Una tarde me fui hasta su casa con la intención de charlar acerca de las posibilidades de la comisión vecinal.
– ¿Y? ¿Qué le parecen las adquisiciones del vecindario, Fermín?
– ¡Ptsss!
– ¡Cómo que ptsss! ¿No vio el asfalto que le evita embarrarse cuando cruza para ir al la verdulería si está lloviendo? ¿Y el alumbrado en la esquina? ¿Y el teléfono?
– Pelotudeeeces… Lo que necesita este barrio es mano fuerte con los delincuentes.
– ¡Fermín, el barrio es tranquilo, más ahora con el alumbrado!
– ¡El alumbrado les alumbra el camino a los delincuentes! Yo mismo los veo merodear.
– Si es así, ¿por qué no llama a la policía con su teléfono?
– ¿La policía? Si esos son los patrones de los delincuentes, desayúnese.

Y en ese momento, en que la bronca se me salía por la boca, volví a repetirme el dicho, como un mantra, como si estuviera contando hasta diez antes de cometer una locura. Miré a ese hombre anquilosado en su propio infierno y me obligué a no sentir lástima.
– ¿Sabe una cosa, Fermín? –le pregunté con sincera calma. –Yo estoy contento con lo que hemos obtenido. Venía a invitarlo a la reunión de vecinos que va a elegir al nuevo delegado para este año.
– Un nuevo ladrón, querrá decir. O usted se cree que yo no sé que su delegado tiene arreglos en la municipalidad y se forra los bolsillos con…
– “Tendrá gusto a pan, pero es queso” –lo interrumpí sin poder contener el dicho que personificaba en mi cabeza a Fermín.
– ¿Qué?
– Nada Fermín. Nada. ¡Buenas tardes!

Fue la última vez que hablé con él. El invierno que vino se lo llevó no por viejo sino por accidente. Lo encontraron duro en la bañera de su casa. Un cable pelado tocaba la roseta de la ducha. Fue el verdulero quien llamó a los bomberos cuando se dio cuenta de que hacía una semana que Fermín no cruzaba la calle para comprarle zanahorias.

Marta, Sin Hache


Foto de BERTINI / MAXPPP ©, a partir del artículo

Marta, sin hache

Alejandro Luque


Marta, sin hache, da vueltas y vueltas y se propone excusas alucinantes, como no levantar la cabeza para evitar ser devorada por ese monstruo que engulle a quien se atreva a mirarlo. Según sea el rigor de la mañana, Marta, sin hache, se niega a mirar su doble en espejo porque teme ver lo que no quiere, lo que le produce terror. Hace unos años estuvo sin dormir casi una semana cuando descubrió tres canas en ese lugar ortiva que está por delante de la oreja. Se sintió ultrajada por su propio cuerpo, aunque no era la primera vez ni tampoco sería la última. Ya antes, Marta, sin hache, había descubierto que los senos que tanto sobaron sus dos hijos se caían como frutos marchitos, se deformaban vencidos por el rigor de la gravedad. De la gravedad de vivir. Después, el parto de las mañanas en las que el cuerpo duele en cada poro y nos muestra todas sus horribles deformaciones. En todo caso, las deformaciones de Marta, sin hache, que ella ya no quiere ver en el espejo insaciable porque se dice que no tiene sentido, y que son culpa de ella en el fondo. Se cepilla los dientes, y al escupir ve que la espuma se vuelve rosa, por lo que vanamente se dice que ya es suficiente, y gira la cabeza sin levantarla. A la izquierda está la toalla de mano. Marta, sin hache, la toma y la apoya con suavidad y cierta firmeza sobre su rostro. Piensa que tendría que ser más cuidadosa, más atenta para evitar eso que le pasa a su cuerpo. Pero también recuerda lo que siempre le dijo su madre: “Fue la mujer del registro civil la que se negó a ponerte la hache en el nombre”. Había comenzado a vivir su identidad según la voluntad de los otros. Su madre se esfumó un día en la naturaleza, así que ella terminó en la casa de su tía como esclava, lavando a mano los pisos “porque queda mucho mejor”, decía la arpía. Fue por aquellos tiempos que inventó su juego secreto: se llamaba Martha, y hodiaba a su tía, hamaba a un eraldo caballero que la rescataría del hinfierno, lo hesperaba con fervor, hél lograría hacerla holvidar. Y hél llegó, y se la llevó, y tuvieron dos ijos. Y creyó volverse Martha, con ache, pero conoció el gusto lacerante del haliento himpregnado de halcol. Por eso Marta, sin hache, no quiere levantar su cabeza frente al hespejo. Y no porque no quiera ver los ematomas que la cubren, ni sus hojos a punto de hexplotar. Lo que la haterroriza es descubrir detrás de su himagen hespecular la hexpresión furiosa de su eraldo que la hespera hagazapado.

Monólogo Atormentado


"Desperation" por Antonina-Art


Monólogo atormentado

Alejandro Luque


Querido lector,

Para empezar, lo masculinizo porque estoy harto de la sensibilidad femenina que trata de hacerme aceptar lo insoportable, y porque mi médica de cabecera y mi psicóloga pertenecen al género de la suavidad y la aceptación. ¡Claro! Es tan fácil decir “No beba alcohol y utilice esto cada seis horas, y por la mañana en ayunas”, o “Trate de aceptar que usted no puede manejarla; olvídela y deje que ella fluya”. Me hartan, y hasta creo que estas minas están ahí para cagarme la vida y sacarme más dinero. Pero no voy a hacer de este grito desesperado un panfleto machista, porque el tema es grave, como lo es la hora, y no quiero ser violento.

Todo comenzó esta tarde, justo unos escalones antes de llegar a la puerta de mi departamento. La sentí como una puntada que se despierta y que pretende ocupar todo el lugar psicológico y emocional que pueda existir en la galaxia. Sé que el lector experimentado sabrá, con esas pocas palabras, reconocer no sólo al personaje sino también la magnitud de su tormento: “A buen entendedor, pocas palabras bastan”, eso dicen, y usted y yo sabemos que es verdad. ¿Qué otra cosa podía hacer frente a la puerta aún cerrada? ¡Exacto! Pegué media vuelta y me fui. Ya sé que eso no resuelve nada, de hecho no logré con aquel acto heroico eliminar la molestia de su presencia en mi piel, en mi alma, en mi existencia. Ella es mi monstruo personal, mi castigo y la imposibilidad de borrarla de mi vida. ¿No es injusto vivir como una víctima que conoce la cara de su verdugo, sus mínimos signos, sin poder hacer otra cosa que huir inútilmente? Sí, es lo que yo digo. Yo intento por todos los medios de liberarme. Hasta he optado por hablarle como cuando uno se comunica con las criaturas, con monosílabos musicales, con calma y certeza intelectual, incluso con ese amor que, se podrán imaginar, no me habita, pero ella vuelve como un cometa nefasto, como una hembra que no sólo quiere vengarse, sino que también necesita que yo, su víctima, me retuerza de dolor y de frustración. ¿De frustración? Sí, porque no hay peor relación que la que se establece con lo que se pretende olvidar, contra lo que se ha combatido con todos los presupuestos (materiales y emocionales), y aún así presenciar su retorno de fiera incontenible. Uno se vuelve hipersensible al final y termina sintiéndose una especie de marioneta imbécil. Es tan fácil decirle a otro "Déjela que ella fluya".

De mi departamento me fui a lo de Chela. Si usted me lee desde hace tiempo, sabrá a quién me refiero. Si lo hace por primera vez o desde hace poco, confío en usted, querido lector, que sabrá entender. Chela no me atendió, seguramente dormiría su bordeaux debajo de la higuera. Corrí hasta lo de Ceferino, pero tampoco estaba. Una vecina me dijo que preparaba una manifestación contra las máquinas tragamonedas en Santa Polola. Lo llamé a Gregorio, pero me atendió su secretaria. El ex cura, que casi se murió de un síncope, estaba ocupado con su portal de encuentros amorosos. Y por eso recurro a usted, querido lector, porque sé que puedo confiar en estos momentos, cuando me siento atacado y perseguido. Y porque necesito apoyo para hacer lo que sé tengo que hacer. No le pido complicidad, pero sí entendimiento y apoyo moral.

Fíjese cómo estoy volviendo cansado a casa con la presencia de ella llagándome la carne. Observe cómo abro la puerta y respiro profundamente. Constate el detalle de mi mano que baja hacia el pie con premeditación y alevosía, descalza al pie derecho y aferra el zapato preparado para lo que sea. Míreme tirarlo en un rincón con desprecio, con furia. Y aquí estoy, dispuesto a enfrentarla. Extraigo con inquina la media; la acaricio, primero, y después la retuerzo como pretendiendo preparar el arma del crimen. Sin embargo, voy hasta el botiquín y saco la crema a base de corticoides. Me unto a seis manos con frenesí sin dejar de repetir cuánto la odio.

Querido lector: ¿acaso hay tormento más terrible que una ulceración eccematosa de origen nervioso en la planta del pie?

Cuando Llega La Desafectación


Imagen de la película THX-1138


Cuando llega la desafectación
Alejandro Luque


--Inicio del bucle ‘holopublicitario’ de la Agencia de Control del Gobierno de EEMMUU--
La principal diferencia con la segunda versión de Pitonis-A es que la primera fue un prototipo beta que sólo un grupo selecto de afectados tuvo la posibilidad de poner a prueba para señalar los aspectos que se mejoraron en la actual.

El algoritmo de selección y desafectación del consultante ha evolucionado de forma notable, gracias a la utilización de la fórmula dinámica de von Gräbe que, asociada a la media de Gauss, consulta de manera exhaustiva los registros globales en lo civil, penal y de salud. Así, el programa evalúa tiempo, calidad, productividad y esperanza de vida del consultante, como también la ponderación indirecta de su descendencia, en tiempo record.


“¡Todo mal!”, pensó en modo alfa atenuado sin emitir un solo gesto que delatara su preocupación. La ‘navette’ se acercaba al muelle de la compañía y los dispositivos de control ‘escaneaban’ todo. “¡Hasta el alma!” balbuceó como si estuviera revisando su v-mail mientras miraba de reojo las torres de vigilancia. “Grabar y salir”, agregó mostrando el rostro a diestra y siniestra, lo que produjo que su ‘neurocom’ proyectara en la interfase mental un signo de pregunta. Entre dientes dio la orden de ignorar y embarcó con la sonrisa armada de la despreocupación.


Fragmento del cuento incluido en la antología Elementos Básicos del autor, disponible en breve.

De Postres Y Otras yerbas


Foto de este sitio

De postres y otras yerbas
Alejandro Luque


Fiambrín. Me acuerdo de la fiesta que nos hacíamos cuando comíamos ese queso cocido que tenía unas pintitas de colores: en el mejor de los casos, ají molido y pimienta, pero siempre los pedacitos diminutos de jamón.
Ignacio y yo nos las arreglábamos para darle el consabido golpe de estado a la heladera, sacar el envoltorio de papel y desincrustar el fiambrín del jamón, que venían separados por una hoja de papel. A ninguno de los dos nos gustaban esas fetas de cerdo que muchas veces babeaban un jugo que se pegaba a los dedos. El fiambrín no sólo eran fetas delicadas y para nada babosas, sino que poseía esa prolijidad cuadrada que estimulaba todas nuestras papilas cartesianas.
De aquella época recuerdo que el paquetito con fiambrín y jamón anticipaba los fideos con manteca. No era un rito en sí, sino el producto de una necesidad: los fideos con manteca era lo que mamá podía poner en la mesa, y el fiambre una especie de postre. A mi familia le faltaba plata, y al país un poco del orden que nunca tuvo. Los almacenes estaban casi vacíos, como los placares.
El fiambrín, feta sobre feta, salía de la heladera y mi hermano y yo lo cortábamos en cuadraditos apilados. Luego despegábamos los “pisitos” uno por uno, y nos deleitábamos. Cuidábamos de comer la mitad del todo, que serían unos doscientos gramos. Luego envolvíamos el paquete doblando sobre lo doblado y lo poníamos en el mismo lugar que lo habíamos encontrado. No recuerdo grandes retos de mamá. En aquella época, ella penaba entre la utilidad de la cocina y las depresiones de un marido con trabajo inestable en un país ídem.
Otras veces, por supuesto, los fideos se anunciaban sin fiambrín y sin ni manteca. Ni siquiera jamón. Al recordar aquella época pienso en la angustia de mi vieja cuando la plata no alcanzaba para parar la olla o, incluso y con un poco de dinero, cuando había desabastecimiento. Colas interminables para comprar un kilo de azúcar por persona, cinco litros de kerosén (las catástrofes siempre llegaban en pleno invierno) o dos paquetes de harina.
Siempre pienso en eso, incluso hoy, treinta años después, cada vez que pongo algo en la cacerola o en el horno, en aquella época de mi país donde nadie sabía lo que eran los derechos humanos ni los de los trabajadores, pero muchos conocíamos el rebusque alimenticio y las necesidades más primordiales.



Fragmento del cuento incluido en la antología Elementos Básicos del autor, disponible en breve.

Visitas


Julio Cortázar y Carol Dunlop, antes de la época de "Cosmonautas"
Foto que considero patrimonio de la humanidad

Visitas
Alejandro Luque

Antes de ir a la clínica decido pasar chez toi, en pleno Montparnasse, a quince minutos del laboratorio. Salir del trabajo cuando hay sol y la ropa ligera ni se siente es un placer que no dejaré de disfrutar. Entre el laboratorio y tu morada las calles están afortunadamente infectadas de árboles que dan verde y sombra, y ese perfume de tilos y plátanos que calma, si no da alergia. Qué generosos esos seres vivos en los que pocas veces reparamos. Están ahí, siempre, pero parece ser que el hombre tiende a ignorar lo que no se mueve, sobre todo en la urbe. Bueno… lo que se mueve también. Nos amurallamos y nos creemos que todo por fuera es estático y perenne, nos sentimos seguros de la continuación en nuestro cocoon, como si tuviéramos un certificado de eternidad.

Pero estoy yendo hacia vos y me sacudo de asfalto y azulejos. Sé que nunca los soportaste. Te he leído más de una vez pidiendo con desesperación menos cáscara y más piel. Creo que por eso vuelvo a visitarte. A visitarlos, porque siempre estás con ella, con tu esposa. Con el paso de los años aprendí a quererla sin llegar a conocerla como a vos. De hecho en varias oportunidades recorrí sus trabajos e intenté entenderte en tu elección. Creo que siempre he hecho eso con los compañeros de mis amigos: aceptarlos desde la comprensión que hizo que ellos eligieran al otro. Y en este caso, con Carol he descubierto en vos eso que muchas veces vi en mí: amamos al que hace mejor que nosotros eso que tanto nos gusta. La fotografía, en este caso. Sus clichés son magníficos, profundamente expresivos, llenos de esa vida instantánea que tanto vos como yo nos empeñamos en captar. Por eso prefiero sus fotos a sus escritos, sin duda.

Llego y los encuentro, como siempre, a los dos juntitos retozando el tiempo cerca de ese árbol cuya especie desconozco. Parece un nogal, aunque nunca vi nueces dispersas al pie del tronco. Les llega a los dos la sombra de esta tarde de verano en pleno centro de un París confundido de turistas y de horarios raros. Intuyo tu sonrisa irónica, porque los dos sabemos que París no tiene otra estación que la que uno quiera darle. Sin embargo, el rigor del verano se me vuelve inapelable. Me perturba esa pareja de viajeros que pasa a unos metros y nos mira, nos mide. Creo que son paisanos nuestros, porque me pareció escuchar que ella dijo “dejá”, así, con ese argentinamente delator acento en la a.

Carol está casi desnuda, y vos, como siempre, atiborrado de papelitos, cartas, postales, monedas, y piedritas de colores como "caracolitos que asoman sus cuernos al sol." Como ninguno de los dos dice nada, me acomodo yo también debajo de la sombra del nogal sin nueces, saco la revista del bolso y se las muestro. Quiere el azar del viento que se abra en la página donde está uno de los textos que he firmado. Se los leo, asegurándome de que la pareja de intrusos argentinos está lejos. Leo con calma y al terminar no los dejo decir nada, porque no pretendo respuestas, aunque me asalte la fiebre de preguntas, como de costumbre. Te dejo la revista, la acomodo según creo, y les saco una foto a los dos. Luego ironizo al darme cuenta de que te arropo aún más, mientras Carol sigue casi desnuda y sin protestar. Pero es así la vida y lo que ya no lo es. Antes de irme te señalo el título de la revista, que es el del foro, y siento tu sonrisa en mi corazón. Quiero sentirla. Lo necesito en medio de este verano de tímidas despedidas.

Corro al metro. Odio las contorsiones surrealistas de la gare Montparnasse, pero no me queda otra. Veinte minutos después me bajo en la Plaza de Clichy, “la plaza menos interesante de París” según vos. Camino a grandes pasos y trepo por el pie occidental de la butte de Montmartre hasta la rue Duresme donde termina mi escalada. Entro en la clínica, digo bonjour desde las tripas a toda esa gente que se ocupa de la gente que ya no puede ocuparse de sí misma, y tomo el ascensor hasta el cuarto piso. Me pongo el barbijo, el guardapolvo, los guantes, y me cubro los zapatos. Golpeo y entro en la habitación. K está comiendo una ensalada y me brinda la sonrisa sincera de quien esperó todo el día, quizá toda la semana, una visita desde su vacío de enfermo soltero y extranjero. Hablamos de la ceremonia de los juegos olímpicos en China, de las nuevas e incómodas perfusiones que le pusieron a nivel del cuello por lo inaccesible de las venas en sus brazos y piernas, de esa puta infección que le resta menos posibilidades de las que rel tumor y sus metástasis le brindan. Le pido disculpas por no haber pasado estos días .“Estuve reuniendo las últimas correcciones de la revista y quería terminar la edición”, me justifico Y como queriendo ahuyentar el inmenso cansancio que pretende abatirla, me pide que le vuelva a contar sobre el foro de cuentos, y el porqué de Perras Negras. Y aquí estoy yo, dibujándole a K rayuelas imposibles como si fueran modelos para armar, y es ella la que recuerda en su sopor y balbucea un octaedro, y yo replico con todos los fuegos mis bestiarios, y ella menciona a su hermano de tierra Charlie Parker y yo le recuerdo lo irrisorio de los premios y la rareza de algunos exámenes. Para el final del juego pronuncio los nombres de Manuel y de la querida Glenda. Nos reímos de las coincidencias que no son tales y pienso –siempre termino pensando- en la maga.

Me desenvuelvo de mi disfraz aséptico de visita y, casi al partir, me pregunto si vale la pena contarle a K que esta tarde fui a visitarte y que te dejé la revista para vestirte aún más. Sin responderme, salgo de la clínica pensando en mi casa y en cómo hacer para darle belleza literaria a toda esta ausencia terrible de ayer, de hoy, de mañana.