19 de julio de 2009

Porfía


Imagen encontrada en la red

Porfía
Alejandro Luque


Siempre pensaba en el mismo dicho para no explotar y mandarlo al diablo. Lo hacía mentalmente, porque no quería herir su susceptibilidad. Fermín era de esos tipos que se empecinan en ser viejos antes de tiempo y que ven lo contrario de cualquier cosa aunque sea evidente. Con él no se podía hablar de política, porque si uno elogiaba alguna bondad de la izquierda, él enseguida encontraba en la derecha el ejemplo filantrópico. Pero bastaba con que uno señalara un punto a favor de los conservadores, para que él saliera con los ojos rojo sangre a contar los muertos por las botas y yerbas allegadas. Era un negado, y nunca supe que diera el brazo a torcer en una discusión. Claro que con el tiempo uno terminaba viendo que lo único a lo que Fermín juraba fidelidad era justamente a su porfía. Y yo creo que él no se daba cuenta de los alcances de su actitud.

Por la época del corralito, era frecuente encontrarlo de buen humor. Cuando uno hurgaba para saber las razones, él terminaba confesando que, como nunca había confiado ni en los bancos ni en el desastre del estado, tenia los ahorros bien guardados en un lugar estratégico de su casa. “¿Debajo del colchón, Fermín?” Y él se reía burlon y señalaba con un índice bailador a su interlocutor. Nunca lo supimos a ciencia cierta, pero cuando un tiempo después entraron en su casa y le robaron la televisión y un reloj de pie, dejó de reírse por el tema del corralito, sin dejar de proclamar pestes contra el gobierno por la falta de seguridad en el país y la necesidad de reforzar las instituciones.

En el otoño de 2002 decidimos formar una comisión vecinal en el barrio. Había que elegir un representante para que hiciera de puente entre los vecinos y los diputados en la municipalidad, historia de, al menos, ocuparles un poco el tiempo a los ediles. Cuando le hablamos de la inquietud a Fermín y de la importancia de su participación en la elección, él casi nos sacó a patadas. “¡Que no me vengan con política, que los políticos son todos corruptos!”. Y no hubo caso de hacerlo entrar en razones de que la comisión no tenía color sino que surgía del común acuerdo de los vecinos para su propio beneficio. “¡Que no me van a sacar un peso ni un minuto de mi tiempo!”.

La comisión, a través de su delegado, logró varias cosas el primer año; entre ellas la reposición del alumbrado en las esquinas -inexistente desde la época de Menem-, el rellenado de los dos baches mayores (decenarios) frente a la escuela, y el tendido de doscientos metros de cable que tuvo que poner Telefónica para dar línea a veintidós familias, incluyendo a Fermín, que la esperaban desde la coronación de la compañía. Pero el logro más importante fue el asfaltado de la calle donde vivía Fermín y el verdulero.

Una tarde me fui hasta su casa con la intención de charlar acerca de las posibilidades de la comisión vecinal.
– ¿Y? ¿Qué le parecen las adquisiciones del vecindario, Fermín?
– ¡Ptsss!
– ¡Cómo que ptsss! ¿No vio el asfalto que le evita embarrarse cuando cruza para ir al la verdulería si está lloviendo? ¿Y el alumbrado en la esquina? ¿Y el teléfono?
– Pelotudeeeces… Lo que necesita este barrio es mano fuerte con los delincuentes.
– ¡Fermín, el barrio es tranquilo, más ahora con el alumbrado!
– ¡El alumbrado les alumbra el camino a los delincuentes! Yo mismo los veo merodear.
– Si es así, ¿por qué no llama a la policía con su teléfono?
– ¿La policía? Si esos son los patrones de los delincuentes, desayúnese.

Y en ese momento, en que la bronca se me salía por la boca, volví a repetirme el dicho, como un mantra, como si estuviera contando hasta diez antes de cometer una locura. Miré a ese hombre anquilosado en su propio infierno y me obligué a no sentir lástima.
– ¿Sabe una cosa, Fermín? –le pregunté con sincera calma. –Yo estoy contento con lo que hemos obtenido. Venía a invitarlo a la reunión de vecinos que va a elegir al nuevo delegado para este año.
– Un nuevo ladrón, querrá decir. O usted se cree que yo no sé que su delegado tiene arreglos en la municipalidad y se forra los bolsillos con…
– “Tendrá gusto a pan, pero es queso” –lo interrumpí sin poder contener el dicho que personificaba en mi cabeza a Fermín.
– ¿Qué?
– Nada Fermín. Nada. ¡Buenas tardes!

Fue la última vez que hablé con él. El invierno que vino se lo llevó no por viejo sino por accidente. Lo encontraron duro en la bañera de su casa. Un cable pelado tocaba la roseta de la ducha. Fue el verdulero quien llamó a los bomberos cuando se dio cuenta de que hacía una semana que Fermín no cruzaba la calle para comprarle zanahorias.

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