19 de julio de 2009

Marta, Sin Hache


Foto de BERTINI / MAXPPP ©, a partir del artículo

Marta, sin hache

Alejandro Luque


Marta, sin hache, da vueltas y vueltas y se propone excusas alucinantes, como no levantar la cabeza para evitar ser devorada por ese monstruo que engulle a quien se atreva a mirarlo. Según sea el rigor de la mañana, Marta, sin hache, se niega a mirar su doble en espejo porque teme ver lo que no quiere, lo que le produce terror. Hace unos años estuvo sin dormir casi una semana cuando descubrió tres canas en ese lugar ortiva que está por delante de la oreja. Se sintió ultrajada por su propio cuerpo, aunque no era la primera vez ni tampoco sería la última. Ya antes, Marta, sin hache, había descubierto que los senos que tanto sobaron sus dos hijos se caían como frutos marchitos, se deformaban vencidos por el rigor de la gravedad. De la gravedad de vivir. Después, el parto de las mañanas en las que el cuerpo duele en cada poro y nos muestra todas sus horribles deformaciones. En todo caso, las deformaciones de Marta, sin hache, que ella ya no quiere ver en el espejo insaciable porque se dice que no tiene sentido, y que son culpa de ella en el fondo. Se cepilla los dientes, y al escupir ve que la espuma se vuelve rosa, por lo que vanamente se dice que ya es suficiente, y gira la cabeza sin levantarla. A la izquierda está la toalla de mano. Marta, sin hache, la toma y la apoya con suavidad y cierta firmeza sobre su rostro. Piensa que tendría que ser más cuidadosa, más atenta para evitar eso que le pasa a su cuerpo. Pero también recuerda lo que siempre le dijo su madre: “Fue la mujer del registro civil la que se negó a ponerte la hache en el nombre”. Había comenzado a vivir su identidad según la voluntad de los otros. Su madre se esfumó un día en la naturaleza, así que ella terminó en la casa de su tía como esclava, lavando a mano los pisos “porque queda mucho mejor”, decía la arpía. Fue por aquellos tiempos que inventó su juego secreto: se llamaba Martha, y hodiaba a su tía, hamaba a un eraldo caballero que la rescataría del hinfierno, lo hesperaba con fervor, hél lograría hacerla holvidar. Y hél llegó, y se la llevó, y tuvieron dos ijos. Y creyó volverse Martha, con ache, pero conoció el gusto lacerante del haliento himpregnado de halcol. Por eso Marta, sin hache, no quiere levantar su cabeza frente al hespejo. Y no porque no quiera ver los ematomas que la cubren, ni sus hojos a punto de hexplotar. Lo que la haterroriza es descubrir detrás de su himagen hespecular la hexpresión furiosa de su eraldo que la hespera hagazapado.

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