
Alejandro Luque
Bien antes de la hora precisa decretada en la sentencia, se sienta al condenado
en la silla que se encuentra encalvada en el piso de cemento de la sala de
ejecución. El dispositivo es en general robusto y simple, con antebrazos resistentes, respaldo elevado y dimensiones estándares. Las versiones más modernas incluyen reservorios
para recibir las incontinencias del condenado que puedan advenir previamente y sobre
todo durante la ejecución. Algunas administraciones sugieren suministrar al
preso un psicotrópico con el almuerzo o la cena final unas horas antes del
evento.
Se ajustan con firmeza las gruesas correas de cuero para contener manos, brazos,
tronco, cintura, muslos y piernas. Una correa de calibre más fino se utiliza
para mantener pegada al respaldo de la silla la cabeza del reo, ya sea a nivel
del cuello o de la barbilla. La capucha es opcional. El principio de electrodos
es el mismo para todos: cabeza, pie, tierra. Cada uno asegura el traspaso de
una descarga mortal desde la línea al cuerpo del reo. En número pueden ser dos
o cinco. Opcionalmente pueden agregarse más electrodos para aumentar la
eficacia del resultado final, como así también geles o pomadas conductores para
transmitir mejor la descarga y, de paso, evitar el desagradable problema de
despegar después las correas fundidas en la carne del cadáver; Hollywood ya
filmó en cinemascope, 3D y HD la escena en todos los ángulos posibles. Sobre la
cabeza, una placa metálica de forma y tamaño diferentes puede ser utilizada
como elemento de alta conducción, también de forma opcional. La silla está
emplazada en el medio de una habitación blindada y a prueba de balas. En opción,
una ventana con “stores” o con vidrios en general opacos del lado de la silla
pero transparentes para los espectadores. Pueden acompañar al condenado un cura
bendiciendo, un pastor arengando, un imán reivindicando, pero siempre un vocero
leyendo el protocolo de la sentencia, reloj visible con segundero impasible colgado
en la pared, análogo o digital.
En las opciones más tradicionales, y muro de por medio, tres pequeñas
habitaciones aisladas en réplica y con un teléfono o intercomunicador flanquean
la pieza de la silla. Tres suboficiales asignados penetran uno a uno en cada
habitáculo que obviamente posee un gran interruptor o conductor a palanca y una
banqueta minimalista. Sólo una de las habitaciones está conectada con el circuito
eléctrico y la silla. Esta logística, concebida para disminuir el peso moral del
verdugo (quien vivirá el resto de su vida sabiendo que tuvo una posibilidad
sobre tres de haberse convertido en un asesino legal) obviamente cuesta más
dinero al contribuyente, por lo que ha sido modificada en varios estados a dos ejecutores
o, incluso, a uno solo. Dicen que en algunas habitaciones del verdugo cuelgan
placas con las iniciales HPB o HB, por Harold P. Brown, el inventor del dispositivo.
Para resumir, digamos que a la hora indicada el teléfono suena. Los agentes
que esperan el “go” atienden y luego bajan al unísono y en gesto seco la dicha palanca
a lo largo de una escala graduada que, en la última posición transmite la primera
descarga máxima de voltaje –y sólo una de ellas que nunca se sabrá cuál– desde
la línea eléctrica hasta la silla: 2 kilovatios a un flujo de 10 a 8 amperes
durante al menos 60 segundos. El protocolo debe ajustarse al volumen y
resistencia del condenado. La palanca se sube a la posición original por unos
minutos, durante los cuales un médico verifica si los signos vitales del recluso
han desaparecido. El golpe de gracia se lleva a cabo a continuación: la palanca
se vuelve a bajar a un setenta por ciento de su escala durante un tiempo
variable de una decena de segundos a minutos.
Cuando la corriente alcanza al individuo, ésta debe atravesar la piel para recorrer
el cuerpo y todos sus órganos y terminar por descargarse en la tierra, lo que
genera inmediatamente heridas de diferente profundidad al nivel de los
electrodos. Desde el punto de vista estadístico, una gran mayoría de los condenados
pierden conciencia casi inmediatamente a pesar de la agitación que se observa
en el cuerpo durante el tiempo que dura la descarga. La muerte suele sobrevenir
también casi inmediatamente a la aplicación del flujo eléctrico, o al menos eso
se cree. Como varios condenados han sobrevivido a este primer intento de
quitarles la vida, de forma sistemática una segunda descarga a menor voltaje es
puesta en marcha a continuación: y en casos extremos de supervivencia, una
tercera que puede sobrepasar los diez minutos. Desde la primera, el cuerpo del
reo alcanza en segundos temperaturas de sesenta grados. Se supone, teniendo en
cuenta los resultados de las autopsias, que en los primeros segundos de la
descarga las neuronas literalmente se cuecen después de registrar para el
cuerpo un dolor seguramente inconmensurable. Dolor que, como se aclaró más
arriba, puede extenderse por varios minutos, según la resistencia del individuo.
Una vez declarada oficialmente la muerte clínica del condenado, el cuerpo es
despegado de la silla y llevado a la morque de la prisión, mientras los
familiares de las víctimas se retiran de la sala de observación de la ejecución
con la seguridad de que la administración que han elegido les ha rendido
justicia contra un acto abominable.