Foto del biologuero
El 21 de diciembre de 2012 se acaba el mundo
Alejandro Luque
Un meteorito de lucidez choca con la atmósfera terrestre y devasta
todo tipo de especulación.
Cinco minutos luego del impacto, un tsunami de altruismo barre
con todas las mezquindades y pequeñeces de las costas humanas y penetra hasta
el corazón mismo de los continentes más elevados de la necedad despojándolos de
todo individualismo malsano y masturbatorio.
La inestabilidad provocada por el primer choque despierta
las entrañas del planeta abusado, y vómitos incontenibles e inconmensurables de
un magma de voluntad carbonizan la tierra de la política y sus intereses
deshonrosos.
Unas horas después, la atmósfera de las desigualdades
groseras se vicia de sulfurosos y densos vapores de equidad y solidaridad que asfixian
toda desvida tan impertinente como fútil.
En plena madrugada, la ionización radiactiva en cadena del
alma humana penetra todos los rincones de su propia naturaleza causando
mutaciones irreversibles en la forma de cohabitar con los otros y de coexistir
en el medio que los alberga.
Megahuracanes e indescriptibles tifones de conciencia escarban
los rincones de las diferencias ociosas y atomizan las fronteras y murallas de
todas las identidades extremas y fanáticas que mantuvieron separada la única realidad
posible, común a todos e innegable: la identidad humana sin divisiones.
Al amanecer del 22 de diciembre, ya no quedan trazas de la
vida anterior que pobló el planeta: hay aire, agua y alimentos para todos; la
obscenidad de la incalculable pobreza de la que se alimentó sin mesura la
riqueza de unos pocos se extingue en masa, como también desaparecen de la faz
de la tierra las enfermedades que siempre fueron curables porque los remedios
se esparcen por todo el planeta como una miríada de meteoritos secundarios
incontenibles.
En los registros fósiles que se hallarán millones de años después de
este evento devastador, se podrá leer que éste fue el día en el que el ser
humano perdió su adolescencia.
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