29 de octubre de 2016

Octubre de 1964: Jean-Paul Sartre Rechaza el premio Nobel de literatura


Por estos días, pero en 1964, Jean-Paul Sartre (1905-1980) enviaba una segunda carta a la Academia Sueca del Nobel explicando su indefectible negativa a aceptar el prestigioso premio literario que le fuera otorgado “por su obra abundante de ideas que, gracias al espíritu y la búsqueda de la verdad, ha ejercido una amplia influencia en nuestra época.” La primera, que Sartre envió unas semanas antes pidiendo que se lo eliminara de la lista de candidatos, no fue leída, aunque tampoco hubiese servido de nada ya que el premio había sido asignado meses atrás y los académicos difícilmente (si no jamás) desdicen sus decisiones. Más abajo traduzco la segunda carta, entonces, que Sartre envió a las editoriales de varios medios porque leer a Sartre es siempre un placer que hoy tengo ganas de compartir, porque en lo que a mí concierne este fue un ejemplo de compromiso político sobre el que vale la pena reflexionar, y porque es esta época también la de otro premio Nobel de literatura un tanto polémico, luego de dos semanas de un silencio interpretado de mil maneras y que Bob Dylan acaba de romper para anunciar asombrado su aceptación. Cabe agregar que la designación de Sartre al premio Nobel de literatura fue también muy polémica y extremadamente politizada, no menos que el rechazo mismo del premio por parte del escritor y pensador francés que ya había declinado varios otros honores institucionales.

“Lamento enormemente que el asunto haya tomado la apariencia del escándalo: un premio ha sido otorgado y yo lo rechazo. Esto ha ocurrido así debido a que no he sido informado con antelación de lo que se preparaba. Cuando leí en el ‘Figaro Littéraire’ del 15 de octubre, de la pluma del corresponsal sueco del diario, que la Academia sueca se inclinaba por mí, aunque no estaba todavía decidido, pensé que escribiendo una carta a la Academia, que envié al día siguiente, podría dejar las cosas en claro y que no se hablaría más. Ignoraba entonces que el premio Nobel es concedido sin que se le pida su opinión al interesado, y pensé que era tiempo de evitarlo. Pero entiendo que la Academia sueca que ha hecho una elección no pueda ya desdecirse.
Las razones por las que renuncio al premio no tienen que ver ni con la Academia ni con el premio Nobel en sí, como lo expliqué en mi carta a la Academia. En ella invoqué dos tipos de razones: personales y objetivas.
Las razones personales son las siguientes: mi rechazo no es un acto improvisado, siempre he declinado las distinciones oficiales. Cuando, después de la guerra, en 1945 me propusieron la Legión de Honor, la rechacé aunque tuviera amigos en el gobierno. Igualmente, nunca quise entre en el Collège de France, como me lo han sugerido algunos de mis amigos.
Esta actitud está basada en mi concepción del trabajo del escritor. Un escritor que toma posiciones políticas, sociales o literarias no debe actuar sino con los medios que le son propios, es decir la palabra escrita. Todas las distinciones que pueda recibir exponen a sus lectores a una presión que no me parece apropiada. No es lo mismo si firmo Jean-Paul Sartre, que si firmo Jean-Paul Sartre, premio Nobel.
El escritor que acepte una distinción de este tipo se compromete también con la asociación o la institución que lo ha honrado: mis simpatías por ‘organizaciones clandestinas’ venezolanas no comprometen a nadie sino a mí, mientras que si el premio Nobel Jean-Paul Sartre toma partido por la resistencia en Venezuela, acarrea consigo todo el premio como institución.
El escritor debe entonces rechazar dejarse transformar en institución, incluso si esto ocurre de las formas más honorables, como es este el caso.
Esta actitud es de toda evidencia absolutamente mía y no significa una crítica contra quienes han sido ya coronados. Estimo y admiro mucho a varios laureados que tengo el honor de conocer.
Mis razones objetivas son las siguientes:
El único combate posible en la actualidad en el frente de la cultura es el de la coexistencia pacífica entre las dos culturas, la del Este y la del Oeste. No quiero decir que se deban abrazar, sé bien que la confrontación entre esas dos culturas necesariamente debe tomar la forma de un conflicto, pero esta confrontación debe tener lugar entre los hombres y entre las culturas, sin la intervención de las instituciones.

En lo personal, percibo profundamente la contradicción entre las dos culturas: estoy hecho de contradicciones. Mis simpatías apuntan innegablemente al socialismo y a lo que se denomina el bloque del Este, pero nací y fui criado en una familia burguesa y una cultura burguesa. Esto me permite colaborar con todos los que quieren que las dos culturas se acerquen. No obstante, espero por supuesto que ‘gane el mejor’. O sea el socialismo.
Es por eso que no puedo aceptar ninguna distinción distribuida por las altas instancias culturales, tanto del Este como del Oeste, aunque comprendo más que bien su existencia. A pesar de que todas mis simpatías estén del lado socialista, sería igualmente incapaz de aceptar, por ejemplo, el premio Lenín si alguien quisiera otorgármelo, que no es el caso.
Sé bien que el premio Nobel en sí mismo no es un premio literario del bloque del Oeste, pero es lo que se hace de él, y pueden acontecer eventos que no fueran decididos por los miembros de la Academia sueca.
Es por eso que, en la situación actual, el premio Nobel se presenta objetivamente como una distinción reservada a los escritores del Oeste o a los rebeldes del Esto. No se ha coronado, por ejemplo, a Neruda, que es uno de los más grandes poetas suramericanos. Nunca se ha hablado seriamente de Louis Aragon, que sin embargo bien lo merece. Es lamentable que se la haya dado el premio a Pasternak antes de dárselo a Cholokov, y que la única obra soviética coronada haya sido una obra editada en el extranjero y prohibida en su país. Se podría haber establecido un equilibrio a través de un gesto similar en el otro sentido. Durante la guerra de Algeria, cuando habíamos firmado la ‘declaración de los 121”, hubiera aceptado el premio con reconocimiento, porque no se me habría coronado sólo a mí, sino también la libertad por la que luchábamos. Pero eso no ocurrió y es sólo después de que el combate terminara que se me otorga el premio.
En la motivación de la Academia sueca se habla de libertad: es una palabra que invita a muchas interpretaciones. Al Oeste, se comprende una libertad general: en lo que a mí respecta, entiendo una más concreta que consiste en el derecho de tener más que un par de zapatos y de comer a saciedad. Me parece menos peligroso declinar el premio que aceptarlo. Si lo acepto, me presto a lo que llamaría ‘una recuperación objetiva”. Leí en el artículo del Figaro Littéraire que ‘no me juzgarán por un pasado político controvertido’. Sé que este artículo no manifiesta la opinión de la Academia, pero muestra claramente en qué sentido se interpretaría mi aceptación en los medios de derecha. Considero ese ‘pasado político controvertido’ siempre válido, auqnue esyé dispuesto a reconocer ciertos errores cometidos en medio de mis camaradas.
No quiero decir con esto que el premio Noble sea un premio ‘burgués’, pero he aquí la interpretación burguesa que darían inevitablemente los medios que conozco bien.
Finalmente, vuelvo sobre el tema del dinero: es algo muy pesado que la Academa pone sobre las espaldas del laureado acompañando el homenaje con un monto enorme, y este problema me ha atormentado. O bien uno acepta el premio y con el monto recibido se puede apoyar organizaciones o movimientos que uno estima importantes: en lo que me concierne, pensé al comité Apartheid en Londres. O bien uno declina el premio en nombre de los principios generales, y uno priva a ese movimiento de un apoyo que le haría falta. Pero creo que es un falso problema. Renuncio evidentemente a las 250.000 coronas porque no quiero ser institucionalizado ni al Este no al Oeste. Pero no se puede pedir tampoco que se renuncie por 250.000 coronas a los principios que no son únicamente los suyos, pero que comparten todos sus camaradas.
Quiero terminar esta declaración con un mensaje de simpatía para el público sueco.”

Jean-Paul Sartre, 22 de Octubre de 1964



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