4 de septiembre de 2010

Divina Penumbra


"En la mira", fotomontaje del biologuero

Divina penumbra
Alejandro Luque


Alguien sonreía, desde lejos, disfrazado de penumbra. El joven representante del pueblo hablaba con un dejo de ansiedad al foro, recitaba la lista casi interminable de anomalías en el uso de los fondos de acción social. Instaba e insistía a sus pares en lo que él definía como un delito aberrante. En alta definición, una cámara captó la gota de sudor que caía desde la ceja sobre el pómulo derecho del concejal. Alguien hizo una remarca irónica sobre el origen del deliberante que la bancada de la derecha festejó como si se tratara de una genialidad. A la izquierda hubo quien frunció el seño y algunos hasta se animaron a levantar el puño. El joven continuó con su descarga y anunció cifras, fechas y nombres.

Cinco minutos después, ya se podía descargar desde Youtube un videoclip de treinta segundos que mostraba el sudor del elegido con la leyenda de “Cuando la mentira te hace sudar la gota gorda”.

Blandiendo un ramillete de hojas en la mano, el joven puso a disposición de la asamblea todos los documentos que verificaban sus aseveraciones. Al fondo del anfiteatro hubo quienes se levantaron indignados, otros partían en silencio y a hurtadillas. Pero justo en frente del joven, a la derecha, se reían y vociferaban; a la izquierda no sabían qué actitud tomar, aunque algunos presentían que su par estaba llevando las cosas demasiado lejos. El edil buscaba con su mirada febril los signos de algún apoyo, casi con esperanza, casi con la sed infantil de un amparo inconcebible. La cámara hizo un zoom ahora de sus manos temblorosas.

Fue desde una cuenta de Facebook que, acto seguido, se dispersó en la red una presentación de veinte segundos con los taglines de “Representante popular saca acusaciones de la galera” y “Cacatúa en la cámara pretende ensuciar la abnegada tarea de nuestros representantes”.

Las manos de la penumbra volvieron a recorrer con premeditada parsimonia la lista telefónica del celular y los dedos eligieron un número. En el hemiciclo, alguien al oeste exigía las fuentes no-mi-nales que estaban a la base de las acusaciones, mientras que al este se organizaba una estrategia de emergencia a seguir de oreja a oreja. El joven diputado respondía blandiendo con fervor su ramillete de páginas fotocopiadas y pedía calma y silencio para continuar con su alegato. La cámara captó en detalle el momento en que el joven sacó de la pechera de su saco un pañuelo color rosa claro, a tono con la camisa, para enjugarse la frente.

Casi al mismo tiempo, el administrador de un foro en línea de discusión política ejecutaba la orden de iniciar un hilo para comentar sobre el nerviosismo sospechoso del edil y conjeturar con ironía acerca de sus manierismos. Al pie de sus mensajes agregaba los enlaces al nuevo video que mostraba los gestos del diputado entremezclados con secuencias de contenido gays, y “La vida en rosa” como banda sonora.

En la penumbra, las mismas manos terminaban con la comunicación y colgaban. El joven pudo hacer sus últimas declaraciones en las cuales acusaba con pruebas irrefutables miembros del gobierno, en complicidad con la propia cámara, de una corrupción desfachatada. El curioso desorden que en seguida estalló en la sala absorbió toda la atención y englutió los nombres, las fechas y los lugares que gritaba desposeído el joven representante del pueblo mientras era retirado del recinto por la autoridad policial.

El único interés que despertó para el pueblo la actuación del diputado aquella tarde fueron los detalles que horas después empezaron a desplegar los medios sobre su licenciosa vida de homosexual encubierto. Curiosamente, al día siguiente y haciendo uso de varios espacios, el vocero de la diócesis cristiana del país recordaba a sus creyentes que la homosexualidad era una aberración inaceptable para la estabilidad de la humanidad.

Del tórrido escándalo de los fondos y del joven edil, que terminó divorciado y sin la tenencia de sus dos hijos, nadie volvió a escuchar una palabra; pero desde las penumbras, las manos siguieron esculpiendo su sonrisa de mármol.

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