1 de septiembre de 2010

La Puerta De La Piecita


"Puerta y matorral", fotomonaje del biologuero

La puerta de la piecita
Alejandro Luque
                                                                                                   

Hace frío esta tarde. Un frío injusto y penetrable que pide sopa. Pero no será la temperatura ni la sensación térmica las que me atrincheren en la piecita del quinto, ¡no! Sobre todo después de haber escuchado a ese escritor en telenoticias rematar en un francés sin mella su rencorosa entrevista con la incomprensible frase de si el verdugo fanático estuviera aún vivo, debiera estar pudriéndose en Guantánamo (*), como si Guantánamo fuera la contraparte de todas las injusticias y el terror. Me digo abatida que sólo se trata de un personaje más que viste la sotana inocultable del culto al capital a cualquier precio. Quizá por eso y por la sopa es que me arropo en el saco de lana, olvido por un rato las pantuflas y me atrevo a asomar la nariz a través de la puerta para enfrentarme con la traicionera humedad que lo traspasa todo. Sin atravesarla aún, escudriño el exterior y dejo que cada músculo del cuerpo se ponga en guardia. Este es uno de los vicios que conservo desde la época en la que me batía con los avatares de la otra selva. Entera y abrigada de un chal voluntario de convicción como antes, ahora piso el otro lado de la frontera.

Entre gruñidos inútiles, ajetreo la puerta que está hinchada de tiempo y de ausencias, como queriendo despertarle las bisagras y recordarle dónde están los marcos. En otra época, Ernesto me increparía con su gesto abarcador para señalar que yo siempre tengo una excusa a mano para quejarme. Me pregunto si los ochenta que ahora tendría habrían templado su juicio como los marcos de esta puerta. Él no tuvo su oportunidad pero la puerta sí, y yo también. A veces se me ocurre, cuando la puerta no abre o resiste a cerrarse, que habría que derribarla y dejar el paso libre. Después de todo soy una vieja que no posee valores materiales. Si un enajenado de los que siempre existieron viniera a robar mis bártulos, ojalá se llevara todo; porque lo poco que me rodea me pesa. Hasta la caja de zapatos llena de fotos viejas y desteñidas que no encontró mejor lugar para cohabitar con mis recuerdos que el hueco debajo de la mesa de luz. Y si el ladrón se pusiera nervioso por esa nada que mi vida le ofrece, que me la arrebate por infeliz. Yo ya viví bastante y a veces ya ni me acuerdo; sin embargo él tendría toda una vida por delante para podrirse dentro de las cuatro paredes en las que elija sepultarse. No es fácil morir, que nadie crea lo contrario.

Por la humedad. Debe ser por eso que nunca cierro con llave la puerta de la piecita. Así es más sencillo salir y menos difícil entrar. Porque ─convengamos─ cerrar bajo llave el encono espacial al que inevitablemente se tiene que volver es una imbecilidad infame, pero sobre todo arrogante, aunque en el noticiero digan que no, que no es seguro. ¿Por qué nos obligan a infligirnos estos suplicios de presos? Bueno, en realidad sé por qué: por el principio mismo del consumo y del individualismo grosero. Ernesto, de seguro, me diría que lo que aprendió recorriendo las venas abiertas de nuestra contradictoria Sudamérica es que las posesiones nos posesionan, que por ellas nos volvemos marionetas de quienes nos las imponen, y que para mantener a la gente con sus posesiones hay que brindarles seguridad. Marionetas de la seguridad, en eso nos convertimos cada vez que utilizamos el cerrojo de la puerta.

La plaza está vacía y los árboles siempre ausentes. Una maraña de matorrales salvajes corta el senderito tortuoso que los vecinos lograron abrir en su camino hacia la parada de colectivo y los comercios del barrio. Una diría que el intendente piensa que en la selva ciudadana germinan las esperanzas a más de un metro del suelo. Yo creo que en las malezas se esconde el olvido por el otro y la falta de interés.

Una pareja de jóvenes viene hacia mí. No siento miedo porque hace muchos años me digo que los jóvenes son la mejor oportunidad que nos sigue; y aunque sé que hay monstruos, también tengo conciencia de que los monstruos sociales son producto de la desconfianza, de los prejuicios y de la desigualdad institucionalizada. Estos dos caminan tomados de la mano y esquivan entre besos y sonrisas las ramas del matorral de la dejadez municipal que todavía no logrará detenerlos. Estoy pensando en que no repararán en mí al cruzarnos, cuando tu rostro se me aparece casi como en una visión esquizofrénica.

te veo en el pecho del muchacho, Ernesto, en esa prisión de un algodón irónico y aunque sea una de tus facetas menos interesantes, esa cara que mira un futuro promisorio es de las más difundidas. En aquel entonces todavía estabas trémulo y dependiente de las quiméricas estepas rusas; te faltaban aún muchas selvas y no pocas traiciones para terminar convirtiéndote en santo y demonio, como corresponde a todo héroe de casta. Así te me vas acercando, estás a punto de decirme algo quizá tan importante como lo que pensás de todo esto ahora, pero enseguida me das la espalda y te alejas para desaparecer una vez más en la selva sin más signos y

Sigo, como siempre. Al final del camino tortuoso las malezas se abren, se apacigua su euforia urbana y dejan de esconder lo olvidable. Justo en frente, la verdulería me ofrece sus cajones repletos de vegetales exóticos y todos iguales, más caros de lo que mi bolsillo de vieja sin nada puede desembolsar. Hasta me cobrarán el ramito de perejil y lo pondrán en la misma bolsa en la que echarán las tres papas, el pedazo de zapallo y la cebolla que elegí escrupulosamente para la sopa.

Vuelvo sobre mis pasos combatiendo el frío de la noche en ciernes, y justo en frente de la selva del abandono me digo que no quiero volver a verte más reflejado en ningún pecho. Me digo que si esta es la victoria, fracasamos en el intento, che. Y puta madre este cansancio y todas las estupideces que una tiene que escuchar y ver al final.

Llueve ahora en la selva y, como siempre, todo se vuelve instinto, convicción y traicionera oscuridad. El enemigo está agazapado como un felino rabioso que se nos echará encima de un momento a otro. La selva huele a batalla perdida, hiede su rigor de abandono e indiferencia, devora todas las ilusiones y la confianza. Y más allá, mi destino donde me aguarda la puerta de la piecita que, como de costumbre, me sacará gruñidos al intentar cerrarla.

(*) Frase de Jacobo Machover, exilado cubano en Francia y autor de La face cachée du Ché (2007), emitida en un programa de debate y promoción de la cadena parlamentaria francesa.

4 comentarios:

Liliana Monetti dijo...

Buen cuento/reflexión sobre los totalitarismos de pensamiento... hay quienes siguen convencidos de que la vida puede ser blanca o negra, cuando no deja de ser una amplia gama de grises, y encima, cambiando según el tiempo.

Me gustó la metáfora que usaste sobre la selva y la ciudad, ya que las antiguas batallas de la protagonista le permiten hacer esas "comparaciones"... tristes, en definitiva, porque la vida miserable que lleva no da pie a otra cosa. Y aún así, resiste...

Todo esto me trajo a la mente lo que comentábamos de los textos de JC en los Papeles, sobre Cuba, Fidel, Ernesto, etc.
El Ché con acento supongo que es a propósito...

Te iba a corregir lo de podrirse, yo hubiera puesto "pudrirse" que es como siempre la usé. Busqué en la RAE y están las dos formas, aunque dice podrir "sólo en infinitivo", y el significado de la palabra lo pone en pudrir. Fijate.

Bisous
L.

Alejandro Luque dijo...

Es verdad que solemos vivir en extremos, y muchas veces nos gobiernan desde los extremos. El tema que muchas veces me preocupa es justamente a qué punto nos dejamos gobernar o somos unos sometidos. Y utilizo el plural por mera forma. En todo caso, el personaje del relato siente el sometimiento a esa realidad que no sólo no comprende sino que luchó contra ella, sin prever quizá que de una selva terrible iría a terminar en otra no menos voraz.

Podrirse o pudrirse es indistinto según el DPD, aunque las declinaciones con "o" no son todas aceptadas. El acento en ché sí es incorrecto, vicio de los galos. ;)

Un beso y gracias :D,
Ale

Liliana Monetti dijo...

Yo muchas veces me pregunto si el idealismo que llevó a aquellas luchas no era demasiado inocente... visto ahora, da hasta ternura pensar hasta qué punto muchos pensaron en que se podía cambiar el mundo. Aún "ganando" como se supone que ganaron los seguidores del Che en Cuba, todo el sistema se desvirtuó y volatilizó debido a la ambición y el ansia de poder del ser humano.

El acento del che lo vi como error, pero pensé que lo ponías para remarcar la referencia al Che.

Alejandro Luque dijo...

Yo tampoco creo que a estas alturas los cubanos hayan "ganado" mucho, porque de hecho, y como vos decís, el principio mismo de la revolución se desvirtuó y tiranizó, cosa que parece haber visto el Che y que lo hizo distanciarse (o lo distanciaron) de la causa cubana con la excusa de liberar otras fronteras.

Lo que me preocupa es que este sistema en el que vivimos también fue el producto de una lucha no menos revolucionaria (incluso armada y verduga, no olvidar el macartismo) por el ideal liberal y del capital, y aún hoy hay quienes la defienden con dientes y uñas (lo que no es una metáfora) y están preparados para desenfundar el bufoso.

Qué pensaría al respeto JC en estos momentos? Habrá que leer en detalle todas las cartas de los Jonquières. :DDD