4 de septiembre de 2010

Las Puertas De Tannhaüser


"Puerta de Tannhaüser" foto y montaje del biologuero

Las puertas de Tannhäuser
Alejandro Luque

… a A. T., porque al leer nos reconocerás.

Y despertar con un mate henchido de fiaca mañanera y un bombón los cuerpos, con don Julio la ternura todavía palpitándonos en las orejas, resonándonos sobre todas las cortezas y sub-cortezas que por la noche no dejaron de repetir al unísono “pero el amor, esa palabra”. Con los restos de tu olor resumido en los huecos de mis manos siento ampliar los sutiles límites de mi alma. Tras el invierno de Vivaldi, tu voz se me resbala por la piel como un frío de ausencia previsible que pretendo olvidar. Ahora, antes y siempre, la imagen estampada de vos conmigo, de yo en vos, de nosotros, tan indeleble como un tatuaje milenario que se resiste a partir, un coraje que podría parecer temerario, y una única mano nuestra que se vuelve traslúcida de tanto vos y yo. El intento de un templo, el último ramalazo feroz de la utopía que se agita en el nido que recreamos.

Caricias cotidianas, ondas que se expanden en la calma de un estanque. Nosotros las manos, nuestras irrepetibles huellas dactilares que convertimos en signos irrelevantes a fuerza de sacarnos guantes, de arrancarnos máscaras, de fundir pieles. Sol y nubes, y las tormentas de siempre cuando nos volvemos un menos frente a un más, aunque ya hayamos aprehendido a ser algo más relevante que la neutralidad del resultado. Sombras ahuyentando soledades para no dejarnos abatir por la insistencia de la distancia que acecha. Pero en este exacto momento y a dúo, un no querer salir de la hojarasca, de este bendito sopor que invalida la lúcida dialéctica en la que relamemos nuestra prodigiosa singularidad, la pesadez de dos pares de ojos cerrados, del par cuando deviene uno más el otro porque los dos. Pero tu cara y tu sonrisa, aquí y ahora, se me asoman como tímidos brotes desde la comisura del espacio fértil que nos recibe.

¡Ay! Imperativamente un salto, un rompimiento urgente, una fuga para ponernos en foco. Como si mis límites que fueran la consecuencia de tu presencia me resultaran insoportables. Vos aquella vez, yo entonces, por eso ahora nosotros. ¡Qué más! Tanto recuerdo inasible y próximo y absurdo duele, pesa, pero es verdad que también cobija de forma extraña. Tanta comunión creada y suspendida por algún recóndito mago sabio e insuperable que terminó sacando de la galera eso que somos vos y yo. ¡Cuánto antiguo temor a un lado, cuánta ternura justo aquí, cuánto silencio colmado ahora!

Una atmósfera azul como a vos te gusta, un aire tibio que me reconforta y me eriza la piel, este refugio que sofoca las maneras, los gestos cotidianos de lo mudable, las leves aproximaciones, los imperceptibles roces, nuestro aliento acompasado a la carrera del contacto. El olor del café que preparó algún aprendiz de brujo y tu figura erguida que se alza inalcanzable sobre mi pecho, completan el acorde perfecto: sería insoportable una nota más. ¡Tanto se derrama aquí dentro que necesito estirarnos!

Manos y piernas trazan una geometría de todas las formas más vagas aunque no menos armoniosas; corean los himnos y epitafios de los intérpretes mejores que nosotros, y sabemos que no exagero porque los oímos deambular entre los amalgamas de tonos ocres y los recortes de siluetas indefinidas e indecisas: se acercan, trepan por las paredes e intentan rasgar las sábanas; se alejan rechazándose por un segundo para tomar envión y recrear una trigonometría tan robusta como inconcebible. Es nuestra sombra, isósceles del rectángulo, gelatina con sabor a terciopelo púrpura, sangre y saliva, sueños y carcajadas a flor de miradas, claridad espumosa que se zambulle en el océano de nuestras voces que ya saben cómo no prometer nada más profundo que la forma que estamos proyectando ahora a nuestro rededor. En un recodo de la cueva, un oscuro códice prestidigita labios, hombros, espaldas y piernas y sexos cargados, peces y valvas, improbables destinos y sonetos entrecortados.

Saturno cae ahí afuera, en una esquina húmeda de gente que entrecruza sus sombras sin percatarse, y sus anillos se despliegan y nos envuelven, nos distorsionan, sístole y diástole en un abrazo que nos fustiga toda su dulzura. Hay el destiempo y el agujero negro que lo engulle todo. Y por un brevísimo momento, ese que dicen dura el paso de un ángel, nada pero nada tiene importancia. Volvemos condensados como el vapor en gotas de lluvia.

Puede que quede por ahí algún resquicio de solidez dormido desde siempre que se niega a despertar, a dilatarse y despegar. Equilibrios que nos consolidan cuando recuperamos el aliento y nos volvemos vos y yo, esos que buscan tocar fondo con los pies para sentirse seguros en medio de un mar demasiado vasto.

Entonces surgen viajes, miles, ausencias en años luz y quimeras del ego masturbatorio. Encuentros posibles y desencuentros estúpidamente innecesarios. Escapes al borde del hastío porque la rutina y sus demás horrores allegados.

Y no soy quien, ¿pero quién soy para agregar un límite más?

¿Quiénes somos?


Buscando una respuesta entre nuestras dos sombras a punto de disgregarse, mis dedos se deslizan por las cuerdas de tus melodías que se extinguen. Para reconocerte intento tañirte. Husmeo tu rastro en el aire porque me niego a creer que todos estos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia.

¿Pero, qué cuando te encuentre? ¿Qué cuando todo se reduzca a la urgencia de una puerta que se cierra y la ondulación del agua cese y nos veamos instantáneamente enfrentados, sin cercos ni virtudes, al recuerdo de nosotros? Entonces, ¿dónde las palabras y las cifras, los disfraces y el universo mustio de desnosotros? ¿Dónde entonces? ¿Dónde la búsqueda cuando al final el camino siempre nos conduce a las puertas del encuentro?


2 comentarios:

Malinata dijo...

Sólo puedo decir un calificativo a tu texto: MARAVILLOSO!
Yo no se si la vida, dios, las energías o lo que sea que nos mueve tiene maneras de llevarnos a seguir acciones que marcan.
Arreglo mi blog, recuerdo el tuyo, lo añado en los blogs que sigo, encuentro tu texto, lo leo detenidamente de principio a fin y me encuentro identificada en cada una de sus letras con este ¿Y ahora qué? que a veces mata pero también a veces devuelve la vida perdida.
Mi querido amigo tan querido y tan distante. No dejo de admirar esa sensibilidad que desbordas y sobre todo, la manera que tienes de hacer de un acto tan de intercambio de fluidos, algo íntimamente extraordinario.
Saluditos.

Alejandro Luque dijo...

Chicome querida: no te asombres de que la literatura, esa que podemos hacer vos y yo, se inspire, glorifique y se enriquezca de los actos “tan de intercambio de fluidos”. Esos mismos actos tan mundanos como históricamente ansiados –cuando ciertos autores se sacaron de encima el acartonamiento de la inhibitoria moral judéo-cristiana– no sólo sirvieron para describir las mejores y las más ‘identificatorias’ manifestaciones literarias (ni más ni menos que el “boom” latino en la segunda mitad del siglo pasado, por ejemplo) sino que también nos abrieron los ojos y los poros de la piel que siempre quiso asomar la nariz para respirar y expresarse. Lejos de ser un excelso practicante por esas cuestiones de tiempo y agujeros negros, reconozco que la piel tiene un lenguaje complejo, quizá raso en ciertos casos, pero que nada epitelialmente importante puede resumirse en dos palabras… y afortunadamente.

Me alegro de que hayas leído este texto íntimo y que te haya llegado. Fue escrito con ese inevitable objetivo. ;)