6 de agosto de 2009

Hiroshima Y Nagasaki

El hongo atómico sobre Nagasaki
Hiroshima y Nagasaki
AL
La mañana del 6 de agosto de 1945 estaba despejada. El cielo abierto por encima de Hiroshima dejaba prever ataques aéreos, por lo que una parte de la población ya había sido movilizada hacia el norte luego del ultimátum de Postdam (en la pluma y voz de Truman, que el imperio Nipón decidió ignorar). Una parte. Pero a Hiroshima también llegaban refugiados de otras regiones y el vital aprovisionamiento.

La estimación oficial del número de personas presentes aquella mañana en la ciudad y las islas del delta del Ota varía según las fuentes: de 150.000 a más de 250.000. Un B-29, el Enola Gay, largó el arma de destrucción masiva con corazón de uranio sobre el centro de la ciudad a las 8 y cuarto de la mañana. El aparato explotó a menos de 600 metros del suelo, justo por encima del hospital Shima. “Una enorme burbuja de gas incandescente de más de 400 metros de diámetro se formó en unos segundos, emitiendo una poderosa irradiación térmica.

Debajo del hipocentro, la temperatura de las superficies expuestas a esa radiación alcanzó valores cercanos a los 4000 °C. Hubo incendios que se iniciaron incluso a varios kilómetros del epicentro. Las personas expuestas a este rayo ignominioso se quemaron. Aquellas protegidas al interior o por los edificios fueron aniquiladas o heridas debido a las proyecciones que trajo la poderosa onda de choque unos segundos después. Vientos de 300 a 800 km/h devastaron las calles y las casas.

El largo calvario de los sobrevivientes recién comenzaba cuando el hongo atómico, que aspiraba el polvo y los escombros, todavía continuaba con su ascensión de varios kilómetros. “Un enorme incendio generalizado se dispersó rápidamente con picos extremos de temperatura en varios lugares. Si la explosión no tocó algunas zonas, éstas tuvieron que afrontar segundos después el diluvio de fuego causado por los movimientos intensos de las masas de aire perturbadas.

Al observar los efectos de la explosión el copiloto del Enola Gay, Bob Lewis, pronunció la famosa frase que quedó registrada en el archivo de vuelo: “¡Dios mío! ¿Qué hemos hecho? Aunque viviera cien años quedarán en mi espíritu por siempre estos pocos minutos”.

El número real de muertos aquella mañana nunca se conocerá. Las cifras cambian según quien las emite. Así se calcularon, en el momento, de 70.000 a 80.000 muertos por la explosión, la onda de choque y la tormenta de fuego, y un número equivalente de heridos. Pero análisis más recientes confirman cifras que duplican las anteriores.

Un segundo ultimátum fue emitido por los norteamericanos el 8 de agosto, que fue igualmente ignorado por Hiroito, especulando con la ayuda de las fuerzas rusas que nunca llegaría. A las 11 horas y 49 minutos de la mañana del 9 de agosto de 1945, otro B-29, el Bockscar, dejaba caer sobre Nagasaki, uno de los puertos más importantes al sur de Japón, la segunda arma de destrucción masiva con corazón de plutonio y un poder devastador superior a la anterior. 

La bomba atómica explotó a menos de 500 metros del suelo, y el hongo de la deflagración se elevó a una altura de 18 kilómetros. Una vez más, el número de víctimas es aún oficialmente incierto aunque las cifras del momento se evaluaron en 35.000 muertos y un número equivalente de heridos. Análisis más recientes calculan que los decesos en Nagasaki sobrepasaron la cifra de 60.000.

Entre los sobrevivientes a las dos explosiones se han identificado y registrado más de 300 tipos de cáncer, y más de doscientos de leucemia que, indudablemente, habrán aumentado el número final de muertos luego de los atraques.

Los ataques nucleares sobre Hiroshima y Nagasaki son, hasta hoy, los únicos llevados a cabo con fines bélicos sobre poblaciones civiles.

Algunas fuentes: 
-Schull W. The somatic effects of exposure to atomic radiation: The Japanese experience, 1947–1997. PNAS, 1998. 95(10): 5437–5441.

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