8 de agosto de 2009

No Ver Los Pies


No ver los pies
Alejandro luque

La primera vez, no levantó los ojos por convicción sino por instinto. Allí estaban Casiopea y la cabeza de la Hidra brillando con indiferencia inmutable. Así sintió Adèle la confirmación de su insignificancia en el mundo, de la insignificancia de todo el mundo por debajo de las estrellas.

Dos lunas antes, una mujer muy joven había llegado hasta ella con su hijo, de unos tres años, morado y con los miembros sacudiéndose de forma alocada. Adèle lo tomó en sus brazos y corrió al estanque. Una luna llena se asomaba por encima del bosque, y la tarde de un cielo de verano consumía los últimos rayos de sol que rebotan en la piel del agua. La “curadora” clamaría después que, al sumergirla, la criatura había escupido un espíritu en forma de nube. Volvió con el niño que recobraba sus colores humanos y le dio de beber la pócima a base de mandrágora y tomillo que siempre tenía preparada. Era la fuente de todas sus curaciones. Ofreció a la madre una bolsa de lienzo repleta de hierbas y las indicaciones precisas de cómo hacer la infusión y cuándo administrarla. La mujer recuperó a su vástago y partió sin decir una palabra.

Fragmento del cuento incluido en la antología Elementos Básicos del autor, disponible en breve.

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